Vigor planetario menguante

El calentamiento alimenta al calentamiento. Un revés inesperado. Los estudios y evidencias científicas muestran un panorama cada vez más complejo acerca del cambio climático. Del simplismo inicial de los más reticentes -que primero dudaban de la existencia real de un cambio en el régimen atmosférico y, tras haber tenido que admitirlo, minimizaban sus hipotéticas consecuencias- se ha pasado en poco tiempo al pleno reconocimiento de la enorme trascendencia del fenómeno y de su extrema complejidad. No podía ser de otro modo. Un sistema tan sofisticado como la biosfera y la atmósfera que lleva asociada no podía responder de forma simple a cambios significativos en los balances de un gas biológicamente tan determinante como el dióxido de carbono. Habría sido como pensar que doblar los tipos de interés no iba a tener efecto alguno sobre la economía…

En pocas semanas, han aparecido dos estudios reveladores. Por una parte, Daniel G. Boyce, Marlon R. Lewis y Boris Worm, biólogos y oceanógrafos de la Dalhousie University (Halifax, Canadá), han publicado en la revista Nature sus investigaciones sobre el estado del plancton oceánico. Por otra, Steven Running y Maozheng Zhou, botánicos de la Universidad de Montana (Missoula, EEUU), han dado a conocer, a través de la revista Science, sus estudios sobre la fijación de carbono por la vegetación. La conclusión es que los niveles de fijación de las plantas son hoy globalmente más bajos que décadas atrás, con tendencia decreciente.

Los oceanógrafos de la Dalhousie University, a partir de datos propios y de otros investigadores americanos y europeos y de documentación histórica compilada desde 1899, han establecido que, desde hace ya décadas, la masa global del plancton marino disminuye en un 1% anual respecto de la masa del año precedente. En los océanos del hemisferio norte, la biomasa planctónica ha experimentado un alarmante decrecimiento del 40% de 1950 a esta parte. El plancton vegetal está integrado por algas microscópicas que viven en las aguas superficiales. Mediante el dióxido de carbono atmosférico que capturan, inician el proceso de generación de materia orgánica que alimenta la vida oceánica. Sin plancton vegetal (fitoplancton) no habría peces, la vida desaparecería prácticamente del mar. Además, claro está, la concentración de dióxido atmosférico aumentaría porque desaparecería el consumo que de él hacen los océanos.

Los botánicos de la Universidad de Montana, a partir de datos obtenidos por el sensor MODIS del satélite Terra de la NASA, han constatado que en la década 2000-2009 la productividad primaria de la vegetación del hemisferio sur ha sufrido una seria caída. Significa ello que la masa vegetal de los continentes disminuye. Las plantas, a causa de la disminución de las lluvias, no capturan tanto dióxido de carbono como antaño y producen menos materia orgánica. En Indonesia, Nueva Guinea, África suroriental y buena parte de América del Sur, las plantas fijan ahora hasta 20 gramos menos de carbono por m2 y año que diez años atrás. O sea, 20 toneladas menos de carbono por km2 y año.

Así que mengua la masa global de la vegetación marina y la de la vegetación terrestre. No son buenas noticias. Si supiéramos distinguir las cosas importantes de las anécdotas atractivas, la prensa se ocuparía a fondo de estas trascendentes informaciones, porque denotan una evidente caída del vigor vital planetario. El calentamiento global incrementa la aridez continental y la temperatura del agua marina superficial, de modo que disminuye la actividad de las plantas. Ello empobrece la biomasa planetaria y, de rechazo, encima, provoca una disminución en las tasas de fijación de dióxido de carbono atmosférico precisamente en un momento en que hay exceso de este gas. El círculo vicioso es: el dióxido excesivo exalta el efecto invernadero y recalienta el planeta, lo que frena la actividad de las plantas que capturarían el dióxido de carbono excesivo que exalta el efecto invernadero y recalienta el planeta. Corremos el riesgo de entrar en una nefasta espiral deletérea.

Entre tanto, los administradores del pasado que nos construyen el futuro siguen persuadidos de que precisamos crecer sin cesar. Nuestra economía va bien si consumimos cada vez más de todo, vertemos cada vez más dióxido de carbono al quemar más combustibles fósiles y demandamos cada vez más alimentos. Es decir, si la biosfera dispone cada vez menos de todo, se ahoga en cada vez más dióxido de carbono y ve cómo la productividad vegetal no para de menguar. La contradicción es colosal. Los economistas del XVIII teorizaron a partir del supuesto que la energía y los recursos naturales (al clima ni se referían) eran abundantes, inagotables y baratos. Comienza a ser hora de percatarse que, más de dos siglos después, ya no son ni abundantes, ni inagotables, ni baratos. Y que, provocando el cambio climático, los hacemos aún menos abundantes, menos accesibles y más caros. Tanta ceguera desconcierta. ¿Alguien que gobierne sabe dónde queda el norte?

Ramon Folch, socioecólogo y director general de ERF.