Vintila Horia en su centenario

EL 18 de diciembre de 2015, mañana, se cumple el centenario de Vintila Horia, y con ese motivo se le va a tributar en la Universidad de Alcalá de Henares un homenaje gracias al tesón de su hija Cristina. Tal vez no haya sido Vintila Horia la única víctima de cierta solapada inquisición de nuestro tiempo, pero desde luego ha sido la más lamentable, pues pocos intelectuales había en la España y la Europa de su tiempo que pudieran hombrearse con él. Ya sé que al llamar «intelectual» a Vintila Horia lo estoy disminuyendo, pues su superioridad sobre los intelectuales contemporáneos se debe en realidad a que, más que un intelectual, era lo que los franceses llaman un homme de lettres, y nosotros un literato. Vintila Horia no fue solo un pensador, sino un creador, y sus saberes no se limitaban a esa información que se despacha por cultura entre los que, como vulgarmente se dice, «están al día».

Yo vi por primera vez a Vintila Horia en el despacho de Luis Rosales en el que fue lnstituto de Cultura Hispánica. Vino a traerle un ensayo de Raymond Abellio para Cuadernos Hispanoamericanos, ensayo en el que se decía que en 1945 el Espíritu había muerto en Europa. Leopoldo Panero me pidió que lo tradujera. Yo me negué. La tesis de Abellio me parecía escandalosa; hoy la suscribo por entero. Vintila Horia, a quien acompañaba una de sus hijas, aún una niña, se despedía de sus amigos madrileños para instalarse en París. Poco después, estallaba el affaire Goncourt, que en los medios «progresistas» de Ginebra, donde yo me movía, causó notable revuelo.

Años después, ya en Roma, oí a Vintila disertar en el palacio de la Cancillería, bajo los auspicios de la Fundación Volpe, sobre las relaciones entre la Física y la Ciencia Política, y comprendí que el espíritu de Vico volvía, corsi e ricorsi, para poner al día la crítica de la Ciencia nueva. Después, ya en Madrid, la amistad, la coincidencia, la desesperante imposibilidad de discrepar de él, la desesperante impotencia de abarcar su obra vasta en géneros e inquietudes. Obligado a expresarse en idiomas de adopción, magistralmente en todos ellos, víctima de una diáspora nada vulgar –Eliade, lonesco, Cioran, Goma–, Vintila Horia, con su aire de inquisidor dominico que pide a gritos el hábito blanco y los pinceles del Greco o de Vázquez Díaz, mantenía abierto en Madrid el consulado de una cultura centroeuropea en la que ya no cree la Europa que mató al Espíritu.

¿Quién me iba a decir a mí que llegaría a ver a Vintila vestido con un blanco hábito talar y de cuerpo presente en la biblioteca de la clínica de López lbor? En cambio, no había que ser zahorí para prever unas necrologías, todo lo más respetuosas, en los periódicos que alguna vez se ilustraron con su firma.

Vintila Horia nació en Segarcea (Rumanía) el 18 de diciembre de 1915; estudió Derecho en Bucarest y Filosofía y Letras en Bucarest, Perusa y Viena, con una beca de la fundación Humboldt. Entre 1940 y 1944 fue agregado de Prensa en las legaciones de su país en Roma y en Viena. En 1944, al producirse el golpe de Estado contra Antonescu e invertirse las alianzas, Vintila Horia, diplomático de un país amigo ayer y enemigo hoy, fue internado en el campo de Krummhübel y luego en el de Maria Pfarr, donde estaba al llegar las tropas inglesas. De su paso por esos campos Vintila ha dejado un bello testimonio que no tiene nada que ver con las truculencias de rigor. Aun internados como enemigos, los alemanes no olvidaban que se trataba de diplomáticos y no los trataron como judíos o delincuentes. Al verse en libertad, no se le ocurrió volver a la Rumanía liberada por el Ejército rojo y se quedó en ltalia, donde frecuentó a Papini. De 1948 a 1953 vivió en la Argentina como profesor y traductor, y en 1953 vino a Madrid con una beca del Instituto de Cultura Hispánica. Dirigió la sección italiana del departamento de Culturas Modernas del Consejo Superior de lnvestigaciones Científicas, y en 1960 se trasladó a París, de donde regresó definitivamente en 1964.

La última vez que vi a Vintila Horia vivo fue en su «emboscamiento» de Collado Villalba. Estaba feliz de habitar en su bosque interior, él que por algo quiso ser guardabosques en el Canadá. Me acompañaban Juan Luis Calleja y Ángel Palomino. Cuando ya nos despedíamos, Palomino le dijo a Vintila: «Tienes aire de extraterrestre». Vintila contestó: «Algo de eso hay. Una vez fui a Nápoles a dar una conferencia, y al terminar, un señor se me acerca muy excitado y me dice:

Ma Lei è un marziano! Yo miré por encima del hombro por si alguien le había oído y me llevé el índice a los labios». A Vintila Horia le dieron tierra en el cementerio civil de la Almudena, donde antaño enterraban a los ortodoxos de la colonia rumana.

Aquilino Duque, escritor.

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