Virtudes y defectos de las primarias

Desde hace ya algún tiempo, quizá desde que en 1998 el PSOE las utilizó para elegir al sucesor de Felipe González en su Secretaría General, la palabra primarias es la primera que surge cuando se habla de democracia interna en los partidos españoles. Además, es una palabra que se ha cargado de connotaciones positivas, lo que hace que la usen muchos políticos para quedar bien y, sensu contrario, que sean muy pocos los que expresamente se muestren reticentes o contrarios a esa palabra (aunque les guste más bien poco) por miedo a ser tildados de anticuados.

Por eso, porque es una palabra que se usa mucho, y que se usa, también, para clasificar a los políticos en más o menos partidarios de la democracia interna de sus partidos según el entusiasmo que presten a esta palabra, es importante determinar bien a qué nos estamos refiriendo cuando la utilizamos.

Empecemos por reconocer que las cúpulas de todos los partidos no han sido nunca demasiado partidarias de dar la oportunidad a las bases de participar en las decisiones del partido. Es indudable que esa actitud tiene su lógica, porque es verdad que no se puede estar preguntando todo el tiempo todas las decisiones a todos los militantes. Salvando las distancias, los argumentos en favor de la autonomía y el poder de las cúpulas serían los mismos que podemos esgrimir en favor de la democracia representativa frente a la asamblearia.

Claro que la certeza de que la democracia asamblearia no sólo es una fuente de conflictos constante, sino que, al final, conduce siempre a la disolución de la propia democracia, no puede llevarnos al extremo de que la única democracia que funcione de facto en la mayoría de los partidos españoles se parezca mucho a aquel centralismo democrático que practican los partidos de corte soviético.

Por eso, algunas veces he escuchado a algunos que, con cierto ánimo provocador, llegan a decir que, desgraciadamente, el término partido leninista es, en muchos casos, un pleonasmo. Porque, según estos malpensados, todos los partidos o, mejor, todos los dirigentes de los partidos envidian el modelo leninista, y a todos les gustaría (secretamente, pero les gustaría) implantar en ellos ese centralismo democrático que Lenin instauró en el partido bolchevique y que consistía en invitar a votar a los militantes..., pero sólo aquello que ordenaba el líder, es decir, él mismo.

Lo que está claro es que, entre la dictadura de las cúpulas y una democracia asamblearia en la que puedan campar por sus respetos ocurrencias disparatadas e irresponsables de cualquiera, hay que encontrar un sano y fructífero término medio. De ahí que se nos plantee la pregunta: ¿qué hay que hacer para que en los partidos políticos haya más democracia, para que los militantes participen más intensamente en la determinación de la línea política y en la elección de sus dirigentes?

Aquí es donde surge la referencia a esas susodichas primarias, que tanto predicamento han alcanzado y que son el objeto de este análisis.

Empecemos por reconocer que son un invento de los partidos políticos norteamericanos para designar a sus candidatos a las elecciones presidenciales. En Estados Unidos, en ese país que tanto desprecian los progres, aquéllos que quieren ser candidatos tienen que presentarse, estado por estado -y son 50-, ante los respectivos colegios electorales de sus partidos formados por militantes y simpatizantes, que ejercen su derecho al voto. Acabamos de ver en el pasado año cómo funciona este largo, laborioso y caro proceso, a través del cual fueron designados Hillary Clinton y Donald Trump.

El proceso tiene sus peculiaridades y sus complicaciones, pero está avalado por muchos años de funcionamiento, y parece que satisface las exigencias de democracia interna dentro de los partidos tanto de sus militantes como de sus simpatizantes y de los simples ciudadanos estadounidenses.

Una variedad de primarias más sencilla y más fácil de importar a España es la que han utilizado hace muy poco los Republicanos franceses para elegir a su candidato a la presidencia de la República. Han hecho un llamamiento a todos aquellos ciudadanos franceses que se sienten cercanos a la ideología liberal-conservadora para que, tras firmar una declaración de afinidad ideológica y pagar dos euros, pudieran votar por internet cuál era el candidato que ellos creían que mejor va a representarles y que mejor va a defender después esos principios que comparten.

Hay que insistir en que estas primarias -tanto las estadounidenses como las francesas- son para elegir al candidato a las elecciones presidenciales, no al líder del partido.

En España, el sistema de primarias para elegir al candidato a elecciones generales lo ha utilizado el PSOE en dos ocasiones: en 1998, cuando eligieron a Borrell, y en 2014, a Pedro Sánchez. En ambos casos tuvieron derecho a voto todos los militantes. Y hemos visto cómo los resultados de esas dos primarias han acabado abocándoles a unas crisis internas de alto calado, hasta el punto de que desembocaron en un complicado proceso interno para desembarazarse del elegido por las bases militantes. Por no mencionar casos de ámbito no nacional, como el de Tomás Gómez en el Partido Socialista de Madrid, elegido en primarias y destituido después por la cúpula nacional.

Como se ve con estos ejemplos, la palabra primarias se ha utilizado para procesos muy diferentes y con resultados muy diferentes también. Pero en todos los casos la intención ha sido siempre plausible: que los militantes (en el caso del PSOE) y que los militantes y simpatizantes (en los dos grandes partidos norteamericanos y en los Republicanos franceses) participen en la designación de sus candidatos.

Con estas experiencias, a mí me parece que el sistema francés (que voten todos los ciudadanos que se sientan afines ideológicamente y que lo deseen), aparte de haber proporcionado unos sustanciosos ingresos a las arcas de los Republicanos, alrededor de 16 millones de euros, es más atractivo y probablemente más eficaz que el que ha utilizado el PSOE (que voten los afiliados). Y creo que no sería difícil trasladar a los partidos españoles.

En primer lugar, porque proporciona, como ha ocurrido con los Republicanos franceses, la oportunidad de contemplar unos debates intensos y vivos entre los candidatos, y comparar sus propuestas, sus estilos y sus personalidades. En este caso eran tres pesos pesados de la política: Alain Juppé, Nicolas Sarkozy y el finalmente elegido, François Fillon.

Y, sobre todo, porque en estas primarias abiertas pueden expresar su opinión todos los millones de ciudadanos que se sienten cercanos a una determinada ideología, y no sólo los afiliados a cada partido. Porque, además, la experiencia ha demostrado que, entre esos miles de militantes que pueden participar en las primarias internas, pueden existir intereses personales, como, por ejemplo, la pretensión de acceder después a puestos por designación del líder que resulte electo. Intereses que poco tienen que ver con la voluntad de encontrar al candidato que mejor represente la ideología y los principios del partido.

Esperanza Aguirre es la portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Madrid.

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