Visiones del terrorismo global

A lo largo de las últimas tres semanas, una serie de incidentes terroristas han recabado la atención de los medios de comunicación y estremecido a los ciudadanos de nuestras sociedades, en mayor medida a los de las naciones más directamente afectadas. Primero fue la tentativa de hacer estallar el vuelo 253 cuando el pasado día de Navidad se aproximaba al aeropuerto de Detroit procedente del de Ámsterdam. Después, el atentado suicida perpetrado en una base de la CIA en la provincia afgana de Khost, que el 30 de diciembre costó la vida a siete estadounidenses. Ya el día de Año Nuevo, hubo un intento, igualmente terrorista, de asesinar a un conocido dibujante danés en su propio domicilio de Aarhus.

Pero no son los únicos hechos de la misma índole, ocurridos durante ese periodo de tiempo, que deberíamos recordar hoy. Casi hemos olvidado, quizá porque no implican víctimas occidentales, que el 1 de enero otro atentado suicida ocasionó la muerte a unas 100 personas que asistían a un partido de voleibol cerca de la localidad paquistaní de Lakki Marwat. O que, en esos 21 días, decenas de musulmanes chiíes han muerto en distintas ciudades iraquíes a consecuencia de similares actos de violencia. O que Naciones Unidas decidió el día 5, tras evaluar el peligro terrorista, suspender sus labores de asistencia humanitaria en territorio somalí, que alimentaban a un millón de seres humanos. Sin embargo, lo sucedido en Estados Unidos, Dinamarca o contra norteamericanos en Afganistán tiene algo en común con la realidad de Pakistán, Irak o Somalia a la que acabo de referirme. En todos los casos se observa un mismo fenómeno terrorista, aun cuando algunas de sus manifestaciones específicas varíen según los escenarios. Se trata del terrorismo global, es decir, del terrorismo relacionado directa o indirectamente con Al Qaeda. Más concretamente, de un terrorismo internacional aparecido hace dos décadas, extendido como ninguno antes, que ambiciona el establecimiento de un califato panislámico imperante sobre el conjunto de la humanidad y encuentra su fundamento doctrinal en el salafismo yihadista.

Desde el 11-S, existen dos visiones de este terrorismo global. Una insiste en que Al Qaeda desapareció en la práctica o perdió sus capacidades operativas tras ser privada del santuario afgano, que el terrorismo global es ahora un fenómeno amorfo y que la amenaza proviene sobre todo de células independientes o de individuos aislados sólo inspirados por aquella estructura terrorista. Otra visión sostiene que Al Qaeda sigue existiendo, aun cuando mermada de recursos materiales y humanos, proporcionando liderazgo y estrategia a los actores que hacen del terrorismo global un fenómeno polimorfo, en el que sobresalen las entidades organizadas como principal fuente de una amenaza que a menudo es compuesta.

Pues bien, los episodios atribuibles al terrorismo global que se han producido entre finales de 2009 e inicios de 2010 encajan mejor en esta segunda interpretación. Detrás de ellos es posible detectar la implicación de al menos un grupo bien estructurado. Más que la propia Al Qaeda, alguna de sus extensiones territoriales -en concreto, Al Qaeda en la península Arábiga o Al Qaeda en Mesopotamia-, o de sus organizaciones afiliadas -como Tehrik e Taliban Pakistan o Al Shabab-. Unas y otras coadyuvan a la persistencia de Al Qaeda, que instiga y facilita pero delega en ellas actividades terroristas, protegiéndola en su actual localización de las zonas tribales de Pakistán o preparando una eventual reubicación en Yemen.

El hecho de que el plan para destruir el avión de Northwest iba a ser ejecutado por un joven nigeriano que estudió en el Reino Unido, o que quien trató de matar al caricaturista fuese otro somalí residente en Dinamarca, no apunta a un incremento del terrorismo individual. Sus respectivos vínculos con Al Qaeda en la península Arábiga y Al Shabab sugieren otras dos posibilidades, no mutuamente excluyentes. Una, que las organizaciones terroristas siguen designando, preparando y enviando, para misiones específicas, a alguno de los miembros que han radicalizado y reclutado, o que incorporaron, una vez completado el proceso individual de radicalización, a través de agentes externos de movilización.

Otra posibilidad es que se trata de individuos radicalizados total o parcialmente en las sociedades occidentales, al margen de grupo alguno, pero que buscan integrarse en uno porque perciben que así pueden hacer una yihad más eficaz que por su cuenta. Ambos supuestos indicarían una creciente rearticulación del terrorismo global, basada no tanto en el fortalecimiento de Al Qaeda como de sus extensiones territoriales y de las organizaciones asociadas. Estos dos componentes del terrorismo son responsables de la inmensa mayoría de los atentados que se contabilizan actualmente en todo el mundo y seguirán estando detrás de las más serias conspiraciones terroristas en nuestras sociedades abiertas.

Fernando Reinares, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos e investigador principal del Real Instituto Elcano. El Ministerio de Defensa le ha concedido esta semana la Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco.