Vivas nos queremos y juntas nos defendemos

El 11 de diciembre de 2018, integrantes del colectivo Actrices Argentinas estuvieron presentes durante la conferencia de prensa en la que Thelma Fardin denunció un caso de violencia sexual. Credit Marcelo Capece/Agence France-Presse — Getty Images
El 11 de diciembre de 2018, integrantes del colectivo Actrices Argentinas estuvieron presentes durante la conferencia de prensa en la que Thelma Fardin denunció un caso de violencia sexual. Credit Marcelo Capece/Agence France-Presse — Getty Images

El episodio más reciente de activismo feminista en la Argentina empezó el 11 de diciembre. En una presentación, acompañada por medio centenar de colegas e integrantes de un colectivo de actrices, Thelma Fardin acusó a Juan Darthés de violarla en un hotel en Nicaragua hace nueve años, cuando ella tenía 16 años y él 45. La actriz reveló que rechazó los avances de su agresor, quien desoyó sus negativas y le contestó: “Mirá cómo me ponés”.

Era predecible que las minucias de la historia —la vestimenta que usó la víctima, la erección del acusado— fueran motivo de discusión masiva. Se esperaba menos, sin embargo, el repudio generalizado de la sociedad argentina a la agresión. Y menos todavía que las redes les dieran la vuelta a las palabras que Darthés supuestamente utilizó para exculparse: la frase de abuso se convirtió en un lema del activismo feminista, #MiráCómoNosPonemos.

La campaña que desató el caso de Fardin se asemeja al #MeToo, la etiqueta que surgió en 2017 para compartir historias de abuso y acoso y solidarizarse con las sobrevivientes de estos delitos. Pero la versión local se diferencia y cobra fuerza por ser colectiva. Y es que Thelma Fardin no estuvo sola, fue cobijada por el colectivo Actrices Argentinas y después respaldada por la indignación social que se solidarizó con su acusación. Desde el inicio, la denuncia contra Darthés se planteó como parte de una amplia lucha en contra de la violencia de género y ha sido impulsada por el apoyo de los poderosos movimientos de derechos de la mujer de la Argentina.

La militancia femenina tiene una larga trayectoria en el país, marcada por la icónica protesta de las Madres de la Plaza de Mayo, un grupo de mujeres que arriesgaron sus vidas al marchar contra la sangrienta dictadura argentina. Desde entonces los movimientos promujeres, sus herederas, se han fortalecido por décadas de los Encuentros Nacionales de Mujeres, que iniciaron en 1986. En 2015, inició una nueva era feminista con las movilizaciones masivas de Ni Una Menos en repudio a los feminicidios. Esa ola feminista tuvo resonancia en buena parte de América Latina. Y, para 2018, los colectivos de mujeres le dieron aún más visibilidad al movimiento cuando tomaron las calles y portaron pañuelos verdes en demanda de la legalización del aborto.

América Latina es uno de los lugares más peligrosos del mundo para ser mujer: la región tiene la tasa más alta del planeta en agresiones sexuales a las mujeres y se estima que doce mujeres son asesinadas al día. Esta violencia se relaciona directamente a la arraigada cultura machista en la región. La tendencia de cosificar el cuerpo femenino impulsa el acoso que sufrimos las latinoamericanas de manera cotidiana.

Una creencia anacrónica, pero frecuente en la región, considera que la vestimenta de la víctima puede justificar su violación. La idea de que la infame minifalda —o el short, en el caso de Fardin— “provocó” al violador. Una versión contemporánea de este disparate la ofreció en estos días la empresaria Isela Costantini: “Si te pusiste el escote hacete cargo de lo que va a generar”.

Pero la provocación real no es el modo en el que nos vestimos. En el libro Putita golosa, la periodista Luciana Peker apunta a una situación demoledora: mientras el feminismo avanza, “la violencia machista, en sus miles de formas, recrudece”. La mayor independencia y visibilidad de las mujeres es parte de lo que genera reacciones cada más agresivas.

De hecho, el Mirá Cómo Nos Ponemos surgió tras un revés en la lucha de las argentinas. El caso de Lucía Pérez, una joven de 16 años que fue drogada, violada y asesinada en 2016, fue emblemático de la violencia de género y llevo al primer Paro Nacional de Mujeres en la Argentina. Pero, en noviembre de 2018, los acusados del abuso sexual y feminicidio de Pérez fueron absueltos por esos delitos.

También había habido otros casos fallidos. Antes de Fardin, otras actrices habían hecho denuncias contra Darthés, pero fueron agraviadas socialmente e incluso el actor enjuició a una de ellas por difamación. Pero la acusación de Fardin ha sido paradigmática y ha logrado cambiar esa situación. Si antes las denunciantes estaban o se sentían solas, hoy muchas mujeres se han animado a contar sus historias, lo que causó un efecto dominó: las llamadas a líneas telefónicas de asistencia a víctimas de violencia de género se multiplicaron exponencialmente.

Fue solo a raíz de la conmoción social generada por la decisión judicial en el caso de Lucía Pérez y aunada a las denuncias masivas de acoso y abuso después de Fardin que el congreso argentino aprobó la Ley Micaela, que obliga a todos los funcionarios de los tres poderes del Estado a capacitarse en materia de género.

Es un avance y el activismo feminista sobre el que se apoya el movimiento Mirá Cómo Nos Ponemos ha mostrado un músculo cada vez más poderoso. Esto ha contribuido a hacer más palpable la conexión íntima entre los temas —aparentemente diversos— de feminicidio, aborto, acoso sexual e igualdad de género. En el fondo, son pujas en torno a los cuerpos femeninos, una batalla que se intensifica a la par que avanzan las libertades que reivindican las mujeres.

La lucha en contra de la violencia de género y la batalla por el aborto legal, seguro y gratuito son parte de un mismo reclamo: el de las mujeres por sus propios cuerpos.

La acusación de Fardin logró mover el foco de las denuncias previas a un plano de discusión amplia y seria. Y lo hizo en un momento clave. No solo porque la violencia de genero está en auge, sino porque el conservadurismo está ganando poder político en la región. Atacan a los derechos humanos en general y los de las mujeres y minorías sexuales en particular.

Los cambios legislativos y las decisiones judiciales solo pueden contribuir a detener la violencia contra las mujeres en la medida en que la sociedad las acepte. Las campañas del feminismo de a pie son clave en este sentido. Son quizás las únicas que pueden y están generando los grandes cambios sociales que se necesitan. Sin embargo, el entusiasmo colectivo del movimiento debe estar consciente de los peligros de la campaña de denuncias, que pueden ocasionar linchamientos sociales instantáneos. Hace unos días, un joven se suicidó tras ser falsamente acusado de abuso sexual.

El caso de Fardin muestra que la acción colectiva de las mujeres es una de las posibles salidas al laberinto de violencia de género que agobia a América Latina. Luchan por una demanda inapelable: vivas nos queremos y juntas nos defendemos.

Jordana Timerman es periodista argentina y editora del Latin American Daily Briefing.

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