Voces no silenciadas: ecos de la protesta social en Rusia

Yelena Osipova en una protesta en San Petersburgo en 2019. Osipova, conocida activista rusa, fue detenida a principios de marzo por protestar contra la invasión de Ucrania. Alexei Kouprianov / Wikimedia Commons, CC BY-SA
Yelena Osipova en una protesta en San Petersburgo en 2019. Osipova, conocida activista rusa, fue detenida a principios de marzo por protestar contra la invasión de Ucrania. Alexei Kouprianov / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Art. 31

Los ciudadanos de la Federación Rusa tienen derecho a congregarse pacíficamente, sin armas, celebrar reuniones, convocar mítines, manifestaciones, marchas y piquetes.

Constitución de la Federación Rusa de 1993

La protesta social de la Unión Soviética a la Rusia postsoviética

En la URSS, con un sistema de partido único, rigió la aplicación de la censura y las medidas represivas que asfixiaban la manifestación de la disidencia contra el sistema soviético. No obstante, se produjeron actos de “protesta” a través de la sátira y en la cultura popular.

En la etapa postestalinista se abrió una vía de información y expresión fuera de los cauces oficiales, que circuló a través de las obras clandestinas editadas en el extranjero (tamizdat), las autoeditadas en el interior del país (samizdat), así como grabaciones (magnitizdat).

Tras la decadencia del gulag, se aplicó, a los considerados opositores, el encierro en psiquiátricos. El poeta y matemático Alexander Esenin-Volpin, organizó en 1965 un “glasnost mitin” en el centro de Moscú para hacer respetar la Constitución en vigor y exigir un juicio justo y abierto para los escritores Sinyavski y Daniel. Como consecuencia de su activismo fue internado en hospitales psiquiátricos (conocidos irónicamente como psikhushka). En 1970 se unió al Comité de Derechos Humanos de la URSS y acabó en el exilio.

Andréi Sájarov, miembro del mencionado Comité, sufrió exilio interior por su oposición a la carrera armamentística de la Guerra Fría y al uso de los misiles nucleares ante el riesgo de una guerra nuclear. Obtuvo el Nobel de la Paz de 1975 y el Parlamento Europeo le rinde homenaje con el premio a la libertad de conciencia que lleva su nombre.

En 1968, las protestas que rechazaban la invasión de Checoslovaquia acabaron con once detenidos por alteración del orden público. Previamente habían circulado panfletos que declaraban “Pensemos por nosotros mismos” en Moscú, Leningrado y ciudades del Báltico.

En los años ochenta, se constituyó la asociación Memorial de investigación histórica, reconocida en 1989. Nació con el fin de rehabilitar a las víctimas del periodo soviético, pero también para velar por los derechos humanos y llevar a cabo actividades educativas en la Rusia postsoviética.

Otras formas de expresión fueron desarrolladas por los grupos “informales” (no estructurados en las organizaciones soviéticas), que protagonizaron “frentes populares”, y la vanguardia cultural de los años ochenta, con exposiciones clandestinas de arte, bandas de rock y un mensaje a favor de los cambios. Estos grupos representaron a parte de una generación, que salió a las calles en los días del golpe de 1991.

En la Rusia postsoviética, con Yeltsin al frente de la Federación Rusa, se abrazan los principios liberales, aplican las terapias de choque, cambian los símbolos y los ciudadanos han de adaptarse a la “gran transformación”, al tiempo que los sovoks añoran tiempos pasados.

En 1993 se aprueba la Constitución en vigor, que reconoce en el artículo 31 el derecho a congregarse y manifestarse pacíficamente (presente en el artículo 20 de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU de 1948). Pero a lo que se ha asistido desde entonces es a una dificultad creciente para realizar concentraciones multitudinarias en el espacio público. De ahí la plataforma “Estrategia 31”, surgida en 2009 en defensa del artículo 31, con apoyo del Grupo Helsinki y Memorial.

La protesta social en Rusia durante las últimas décadas

En la “era Putin” destacan las dificultades para el ejercicio del periodismo y el retroceso de libertades.

El periódico Novaya Gazeta cuenta en sus filas con Dmitri Murátov, premio Nobel de la Paz en 2021 y activistas de Memorial, además de haber sufrido bajas de periodistas críticos con la vulneración de derechos humanos como Anna Politkóvskaya, asesinada en 2006.

Memorial, sometida a litigios y a la ley de “agentes extranjeros” desde 2012, ha padecido actos vandálicos en sus sedes. La Corte Suprema de Rusia ordenó su cierre en diciembre de 2021. El Parlamento Europeo expresó su solidaridad con el pueblo ruso e instó a dejar de perseguir a Memorial y otros colectivos.

La protesta ciudadana también se manifestó, en las últimas décadas, en los “días de la ira” de 2010 por la subida del coste de la energía y, en general, de la vida para los rusos que, a diferencia de los oligarcas, no cuentan con grandes recursos.

El grupo punk y feminista Pussy Riot, que se ha movilizado en numerosas ocasiones, fue condenado a pena de cárcel por vandalismo e incitación al odio religioso cuando denunció el apoyo del patriarca ruso Cirilo I a Putin en 2012. Después de salir de prisión, dos de sus integrantes fundaron Zona Prava para denunciar los abusos contra los derechos humanos dentro del sistema penitenciario de Rusia.

Por lo que respecta a otros sectores, las movilizaciones en defensa de la libertad sexual no se permiten porque contravienen la conocida como “ley contra la propaganda homosexual” de 2013. Y, a pesar de los obstáculos, dentro del activismo medioambiental hay ejemplos como el de Yevgeniya Chirikova, que se opuso a la construcción de una carretera en el bosque de Jimki.

Las dificultades para la oposición política son una realidad para muchos grupos políticos, con el ejemplo de destacadas figuras del ajedrez como Kaspárov o Nemtsov, que fue asesinado en febrero de 2015, antes de la marcha de Vesná (Primavera) para protestar contra la crisis económica y la guerra en Ucrania.

En enero de 2021 se produjo la detención del opositor a Putin Alekséi Navalni tras su regreso de Alemania, donde había recibido un tratamiento por envenenamiento. Como consecuencia, hubo protestas en la calle y se emitió en Internet el documental El palacio de Putin: historia del mayor soborno (2021), que obtuvo numerosas visitas.

Actualmente, tras la invasión de Ucrania, miles de rusos se manifiestan porque no quieren formar parte de una “ofensiva”, “invasión” o “guerra”, palabras prohibidas en los medios de información oficialistas rusos, que señalan que se trata de una “operación especial”.

Una carta de protesta contra la invasión, suscrita por multitud de científicos, transmite el sentir de muchos rusos que remarcan la resolución de los conflictos por la vía pacífica. Ha sumado más firmantes y hay cartas similares de otros colectivos, además de “piquetes silenciosos” que llevan símbolos pacifistas.

Los arrestos se cuentan en miles, se han cerrado medios de comunicación como el canal Dozhd y la emisora Eco de Moscú, se han bloqueado redes sociales, y muchos ciudadanos rusos abandonan su país hacia Finlandia.

Otros sectores se han sumado a la protesta: empresarios y diputados de la Duma, deportistas y artistas.

Sin embargo, la soprano Anna Netrebko señala que están sometidos a una gran presión para posicionarse políticamente: “Como muchos de mis colegas, no soy política. Soy música y mi objetivo es unir gente, superar divisiones políticas”. No solamente están sometidos a la presión, sino también a la rusofobia.

Clamar a favor de la paz cuando contradice la línea del Kremlin, mostrar disconformidad, en tiempos soviéticos y en la Rusia de hoy, tiene un coste muy elevado.

La protesta pacífica persiste. Sus voces no están silenciadas.

Magdalena Garrido Caballero, Profesora Titular del área de Historia Contemporánea, Universidad de Murcia.

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