Volcker: homenaje a nuestros bienhechores desconocidos

Los auténticos bienhechores de la humanidad a menudo pasan desapercibidos. Paul Volcker fue uno de ellos. Desde luego, su fallecimiento, el 8 de diciembre, fue mencionado por la prensa, pero el lector, en el mejor de los casos, recordará que dirigió la Reserva Federal de Estados Unidos en la década de 1980; nada fascinante, fuera del reducido círculo de los economistas. En realidad, Volcker cambió nuestra vida, primero en Estados Unidos, después en Europa y por último en el resto del mundo. ¿Cómo puede ser? Inicialmente, asumió su cargo en un momento en que la inflación hacía estragos en todo el mundo; él terminó con ella. Expliquemos los detalles, no demasiado técnicos, para los no iniciados.

Volcker: homenaje a nuestros bienhechores desconocidosDurante siglos, los hombres han vivido períodos alternos de precios estables y precios altos. Los más pobres siempre eran las víctimas, ya que no tenían forma de protegerse frente a estos aumentos de precios. En otras palabras, la moneda tenía un valor impredecible. Los ricos podían adaptarse a ella mediante la adquisición de inmuebles, oro, tierra o joyas; para los pobres, esta moneda impredecible llevaba a la hambruna. Otra consecuencia de este yoyó monetario era la vacilación a la hora de invertir y emprender; ¿qué sentido tenía asumir el riesgo de crear una nueva actividad si el resultado era totalmente imprevisible? Curiosamente, este fenómeno de la inflación monetaria, esencial y perjudicial en todas las economías, no se entendió realmente hasta mediados del siglo XX, gracias al trabajo decisivo de un economista de Chicago, Milton Friedman, considerado a veces el fundador del monetarismo. Friedman, basándose en estudios históricos, demostró en 1956 que la inflación siempre era consecuencia, no de los comerciantes malvados, que suben los precios, sino de la creación de cantidades excesivas de dinero. Por lo general, esta creación era obra de Estados con problemas de liquidez, debidos antaño a la manipulación monetaria (como la reducción del peso de la plata y el oro en las monedas) y actualmente, al déficit presupuestario. De modo que, según Friedman, para eliminar la inflación había que reducir la cantidad de dinero y crédito en circulación y los bancos centrales tenían una herramienta sencilla para lograrlo: el tipo de interés. Es fácil comprender que si este aumenta, la demanda de crédito disminuye. Esta teoría, en apariencia tan sencilla, supuso una revolución: Paul Volcker, nombrado por Jimmy Carter en 1979, y luego renovado en el cargo por Ronald Reagan, discípulo de Milton Friedman, tuvo la audacia de elevar el tipo de interés de Estados Unidos al 20%. La economía se desaceleró, por falta de crédito, durante un breve período, pero la inflación desapareció. Los precios, que aumentaban en ese momento de un 20 a un 30% anual en Estados Unidos, igual que en Europa, se estabilizaron definitivamente. Un asalariado estadounidense sabía que el dólar que tenía en su bolsillo a principios de mes seguiría valiendo un dólar a fin de mes; es decir, dejaría de empobrecerse. Los empresarios podían calcular nuevamente a largo plazo. Desde el momento de su fundación, el «monetarismo» ha seguido siendo la norma en Estados Unidos, y luego, por imitación, en el resto del mundo. En los países más pobres, como India, China o el África negra, la estabilidad monetaria gestionada por bancos centrales independientes de los Gobiernos -esta independencia también es una herramienta indispensable del monetarismo- permitió el despegue económico en beneficio de las poblaciones más pobres del mundo. Aquí, por cierto, debemos rendir homenaje al Fondo Monetario Internacional, el tan criticado FMI, que ha enseñado o incluso impuesto el monetarismo como complemento a sus préstamos; los argentinos son los únicos que no lo tienen en cuenta, con las desastrosas consecuencias que conocemos. Hoy en día, excepto en Argentina y Zimbabue, no se sabe siquiera qué es la inflación; los pueblos tienen poca memoria y la economía se enseña poco. Todos vivimos con precios estables y previsibles y tipos de interés que nos permiten comprar, sin riesgo monetario, un piso, un coche o incluso crear una empresa. La moneda estable se ha convertido en algo tan natural como el aire que respiramos; en Europa se lo debemos a la gestión monetarista del euro por parte del Banco Europeo en Fráncfort.

De modo que el progreso existe, no solo en las ciencias puras como la física o la medicina, sino también en una ciencia más aleatoria como la economía. Para que conste: igual que la estabilidad monetaria se basa en la teoría monetarista, debemos al escocés Adam Smith el haber demostrado, ya en 1769, que el comercio internacional beneficiaba a las dos partes que hacían el intercambio, y a Joseph Schumpeter el haber explicado, en 1940, la destrucción creativa, es decir, la necesidad de adoptar la innovación técnica renunciando a métodos de producción obsoletos. ¿Pero conocen una sola calle en el mundo, o un solo monumento, que rinda homenaje a Adam Smith, Joseph Schumpeter o Milton Friedman? Yo no, aunque por todas partes se encuentran homenajes públicos a los destructores de la economía, empezando por Karl Marx.

Guy Sorman

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