Por Salvador Cardús i Ros (LA VANGUARDIA, 03/05/06):
Desde una perspectiva política catalanista, creo que de la misma manera que los ataques furiosos de la derecha española al proyecto de nuevo Estatut lo hicieron exageradamente bueno, ahora, la defensa desmesurada de Maragall invita a la suspicacia en el sentido contrario. Entre otros piropos, el presidente catalán lo ha calificado no sólo de ser "un gran Estatut", sino de galáctico, de estar a siglos de distancia del anterior, de ser infinitamente mejor, de situarnos en otra dimensión, de suponer un cambio copernicano... Maragall, con total desmesura, se ha convertido en el único propagandista del Estatut, posiblemente por razones de aguante político, pero también personal. Estoy seguro de que cree lo que dice, incluso podría ser que fuera el único que se lo creyera. Pero se trata de un caso claro de autoengaño.
Muy distinta es la posición del resto de los partidos que dan el sí al Estatut. Ante el referéndum que se avecina, como si de una tormenta se tratara, CiU, PSC e ICV defienden con más ahínco el sí que el propio Estatut. CiU lo tiene mal para mostrar entusiasmo sin que se note la contradicción entre las ínfulas soberanistas con las que quiso zarandear a ERC durante todo el debate y la aceptación sumisa de lo que hasta un día antes era innegociable. Las hemerotecas y fonotecas están ahí. Por su parte, el PSC parece que se contenta -y seguramente no es poco- con no haberse roto la crisma en el trance, y comparte la prisa con Zapatero por acabar ya con tanto alboroto.
En ICV parecen encantados con haber sido capaces de tintar ideológicamente a la moda un texto que, por esa sola razón, en menos de cinco años aparecerá como si le faltaran dos manos de pintura.
Pero los que lo tienen mal son los de ERC. A lo hecho, pecho, claro. Era su principal proyecto y quizá los que más aportaron a él, y ahora se les ha vuelto en contra. La política es injusta como la vida misma. Pero la suma de errores de ERC no puede achacarse a la ingenuidad, idea con la cual algunos tontean como para justificar las buenas intenciones. Todo lo contrario. Creo que el error de ERC ha sido la arrogancia y quizás un poco de mala digestión. Creyó que tenía la llave de unas puertas que, al abrirse, no lo han hecho en el sentido previsto y se han dado de bruces en ellas. El último arranque inútilmente arrogante se ha visto en la imposición torera de Vendrell a Maragall, desatendiendo la propuesta inteligente -y merecida- de Ridao, además de visualizar una deslealtad institucional injustificada hacia Maragall. ERC, a la vista del fiasco estatuario, después del acuerdo entre Mas y Zapatero, todavía estuvo a tiempo de aceptar la derrota de su estrategia, contarlo con toda claridad y aceptar el mal menor, dejando claro que al día siguiente de estar aprobado seguiría con su proyecto político de largo alcance. Habría sido la jugada política más inteligente, minimizando los efectos negativos que ahora les caen encima.
O bien, si lo que les pedía el cuerpo era sacar el trabuco, podían haber anunciado su salida del Gobierno en aquel momento a la vista del fracaso de su principal objetivo y dejar para Mas, Maragall y Zapatero la papeleta de los cambios de pareja antes del referéndum. Si éstos últimos se hubieran atrevido a seguir adelante, los no que habría sacado ERC hubiesen sido de antología y en las siguientes elecciones habrían arrasado, obligando quizás, ahora sí, a iniciar una segunda transición. Pero la historia es como es, y ahora ERC está metida en el berenjenal de aferrarse al Gobierno, no querer engullir el Estatut tal como ha quedado y no poder votar ni sí ni no, ni todo lo contrario: el voto nulo preferente que decidió la ejecutiva el pasado jueves podría merecer un revolcón en el próximo consejo nacional. Sería lo lógico.
Que el nuevo Estatut mejora el anterior parece en muchos puntos indudable. El cambio ni es galáctico ni copernicano. También es cierto que empeora en algunas cuestiones, como es el caso de la jerga ideológica del Título primero. Pero de ningún modo es "el cambio que estuvimos esperando veinte años" como también ha afirmado un Maragall muy salido. Y no por una cuestión de perenne insatisfacción genética del nacionalismo. Expertos en temas de financiación y fiscales como Ramon Tremosa han mostrado como casi todo sigue igual y, en cualquier caso, todo dependerá del libre albedrío del gobierno de turno en Madrid. Y si en lo que tenía valor político, como también afirmó Maragall en una reciente y clarificadora entrevista -gracias al periodista Antoni Bassas, no al presidente-, resulta que declararse nación en los términos que se consiguió "no genera derechos", ¡pues vaya lío se armó para nada! Urge pensar ya en el día después, y hacerlo con la serenidad y seriedad con que ya lo ha hecho el notario López Burniol en un temprano y atinado artículo titulado "El tabú de la secessió".
El carácter político mayoritariamente resignado, por no decir rendido, en el que se nos ha educado a los catalanes desde que recuperamos algún derecho político -aquello del no hi ha res a fer- va a dar un triunfo suficiente al sí en el referéndum. Y excepto el PP, que tiene claro el no -desde mucho antes de discutir cualquier Estatut-, está apareciendo toda una serie de organizaciones que se creen obligadas a tutelarnos y dudan entre concedernos libertad de voto, como si no la tuviéramos ya, o invitarnos a convertir el referéndum en unos juegos florales, eso sí, muy imaginativos. A pesar de que Miquel Martí i Pol escribiera aquello del "tot està per fer, i tot es posible", en Catalunya vuelve a resonar de fondo la canción de Raimon: "Quan veus que tot s´acaba, torna a començar".