Volver a Europa

Por Josep Borrell, diputado del PSC (EL PERIODICO, 28/02/04):

Hace apenas un año que la famosa Carta de los ocho, liderada por Blair y Aznar, sobre la guerra de Irak provocaba la ruptura entre una Europa proamericana y la vieja Europa nucleada en torno al eje franco-alemán. París y Berlín constataron entonces que no podían seguir siendo, solos, el motor de la Europa ampliada. Blair aprendió que la capacidad de influir sobre EEUU desde un diálogo bilateral, aunque fuese con Gran Bretaña, es limitada. Hay que ser más, hay que ser Europa para hacerse entender por la superpotencia. Y su intento de formar un eje liberal con Aznar y Berlusconi que fuese, con ayuda de Polonia, una alternativa a la alianza franco- alemana puede ser molesta para ésta, pero no tiene identidad ni capacidad de iniciativa suficiente.

ÉSTAS SON las razones de fondo por las que los tres grandes parecen dispuestos a girar la página de Irak y retomar la idea de un liderazgo tripartito. No es una idea nueva, ya se plasmó al final de la era Thatcher cuando Blair reivindicó abiertamente que el Reino Unido volviese a Europa para ejercer en ella su influencia. Eso hizo posible lanzar, junto con Francia, a finales de 1998, la idea de una verdadera defensa europea. Y fue sobre la Europa de la defensa que los tres grandes se encontraron de nuevo, por sorpresa, en septiembre pasado en Berlín para crear un Estado Mayor europeo autónomo en el seno de la OTAN. Su reunión de la semana pasada, que tanto ruido ha hecho, no es sino la continuación de unas nuevas alianzas en Europa frente a la aplicación y reforma del Pacto de Estabilidad, las consecuencias financieras de la ampliación, las discusiones sobre la Constitución y el enfrentamiento con la política comercial norteamericana. Han sido también los ministros de Exteriores de estos tres países los que han logrado que Irán acepte someterse a un control internacional de su programa nuclear.

Así, Aznar se queda solo liderando con Berlusconi una extraña amalgama de países vinculados por el resentimiento de los marginados y por posiciones de extremo liberalismo económico. Su airada reacción ante las propuestas de Berlín y la carta de los seis virtuosos, (España, Italia, Polonia, Portugal, Holanda y Estonia) que, con el pretexto de exigir la aplicación estricta del Pacto de Estabilidad, pretende dar una patada en la espinilla a los tres grandes, ilustran las querellas que siguen dividiendo a Europa. Y, sobre todo, reflejan la débil soledad en la que está España ante una crisis que diluye el espíritu comunitario y aumenta la desconfianza entre los estados.Entre la excesiva suspicacia de los que temen un directorio y los que aseguran que sólo pretenden acercar posiciones para salir de la parálisis que amenaza a la UE, conviene recordar cuáles han sido históricamente las razones del proyecto europeo. Éste pretendía moderar las relaciones de poder en el continente y evitar las desastrosas consecuencias de los intentos de dominación de unos sobre otros. Para ello se ha comunitarizado parte de la soberanía de los estados y compartido las decisiones entre grandes y pequeños.La cumbre de Berlín puede parecer que atenta contra este principio. Pero, para juzgarlo, hay que analizar sus resultados y, a la vista de lo que se propone, no se justifican la reacción de Aznar y Berlusconi. El problema no es que unos cuantos se reúnan por separado. þLas reuniones regionales o de grupos de interés se han producido y se producirán más aún cuando la entrada de 10 nuevos países aumente la heterogeneidad de la Unión. El problema es para qué sirven, cómo se orquestan en el conjunto de la UE y cómo afectan a su funcionamiento institucional.

LA CUMBRE de Berlín plantea la necesidad de estimular el crecimiento europeo. Y eso no se consigue, como plantean los seis, con reducciones del déficit en contra de las exigencias de la coyuntura, sino fortaleciendo el capital físico, tecnológico y humano, algo en lo que el Gobierno de Aznar tienen muy pocas lecciones que dar. Crear una vicepresidencia de la Comisión que impulse y coordine las reformas económicas anunciadas en Lisboa hace ya cuatro años es una medida sensata. Algunos la defendimos en los debates de la Convención y no prosperó por la oposición de los gobiernos británico y español. Ahora Blair cambia de opinión, y también aquí Aznar se queda solo en un combate de retaguardia que no servirá a nuestros intereses en las negociaciones de las próximas perspectivas financieras.Después de la desastrosa presidencia de Berlusconi, la inoperancia de la irlandesa, un pequeño país reducido al buzón donde unos y otros depositan sus cartas de propuestas y crítica, demuestra la necesidad de una presidencia estable del Consejo que encauce este desafinado concierto. Y para que España tenga un papel en ese nuevo escenario de alianzas, el Gobierno que salga del 14-M tendrá que volver a Europa y recuperar la posición que la política de Aznar nos ha hecho perder.

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