Volver al interés común

Al parecer, cuando en China alguien quiere que las cosas te vayan mal te desea que vivas tiempos interesantes. Sin duda, el 2016 será un año interesante para nosotros. Cuando nos paramos a pensar en la acumulación de problemas de todo tipo que -como catalanes, españoles y europeos- tenemos, se diría que alguien nos ha lanzado la maldición china.

Como catalanes el reto más importante en el 2016 es encontrar una gobernanza que no represente solo a una parte de la sociedad y que fomente la convivencia. Como españoles, los retos son el desempleo, la pobreza y la desigualdad creciente y el malestar con el funcionamiento de la política. Como europeos, los problemas se multiplican. Por un lado está la división de la zona euro entre un norte rico y un sur endeudado; por otro, el problema de los refugiados, que amenaza con romper la libre circulación de personas dentro de la UE; y, en tercer lugar, la amenaza de fractura que trae el referéndum británico.

Es fácil atribuir estos problemas a la crisis financiera y económica. Y algo de razón hay. Las políticas de austeridad repartieron injustamente los costes de la crisis. Como resultado, aumentaron de una manera dramática la pobreza y la desigualdad. Y, paralelamente, el malestar social y la inestabilidad política.

Pero las razones profundas vienen de lejos. Para comprenderlas tenemos que volver la vista atrás. En los años 90 se produjo un cambio en la distribución del poder político entre élites y clases medias y trabajadoras que es la madre de todos los problemas actuales.

Tras la tremenda desigualdad de inicios del siglo XX, las dos guerras mundiales y la Gran Depresión introdujeron factores objetivos que inclinaron la distribución del poder político en favor de las clases trabajadoras y medias. La prioridad de la política fue la cuestión socioeconómica. Se introdujeron instituciones como el salario mínimo, las relaciones laborales equilibradas entre patronales y sindicatos, los impuestos progresivos sobre la renta y la riqueza y las políticas sociales y de bienestar.

Pero a principios de los años 90 se produjo un giro importante. La cuestión socioeconómica cedió su prioridad en favor de cuestiones relacionadas con valores no económicos: ideología, medioambiente, género, familia, religión, etcétera. Nuestras sociedades comenzaron a dividirse en razón de criterios no de clase social sino de valores. Eso benefició a los partidos conservadores.

De forma no casual, ese giro coincidió con la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición de la URSS. Las élites occidentales perdieron el miedo que las había llevado a consentir las políticas progresistas de la guerra fría. Se produjo un cambio en las relaciones de poder político entre élites y ciudadanos en favor de las primeras. Y comenzaron a cuestionarse la políticas y regulaciones en favor de las políticas de gasto social y de los impuestos progresivos.

En ese clima de confianza y de abandono de la preocupación por las desigualdades sociales surgió el euro. Contrariamente a como se vendió, no era una moneda única para una unión política europea. Fue concebido como un sistema de tipo de cambios fijos que, a diferencia de las experiencias previas de los años 80 y 70, utilizaba una moneda común.

El euro ha provocado un cambio dramático en las relaciones de poder entre países, y entre grupos sociales dentro de cada país. Ha beneficiado al norte frente al sur. Y a los intereses de las élites financieras frente a los derechos sociales de la mayoría. Un ejemplo fue la reforma exprés de la Constitución española en el 2010. El Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero y el PP de Rajoy tuvieron que aceptar la imposición europea de dar prioridad al pago a los prestamistas a costa de reducir el gasto social y aumentar los impuestos a las clases medias y trabajadoras.

El giro independentista en Catalunya tiene relación con ese contexto de los años 90. No niego que la crisis y el malestar con el funcionamiento del Estado de las autonomías ha influido. Pero la causa lejana está en la despreocupación por los objetivos socioeconómicos de igualdad y la prioridad a la política de valores y preferencias ideológicas diferenciadas.

La política basada en valores no socioeconómicos que predomina en la política actual es divisiva. Necesitamos volver a la búsqueda de un interés común a la mayoría de la sociedad. Y ese interés común solo puede venir de un giro hacia la dimensión socioeconómica de la política: las condiciones de vida de la mayoría y las oportunidades para todos, especialmente para los más jóvenes. Las últimas elecciones han enviado señales de cambio en esa dirección. Espero que en el 2016 se acentúe el giro a la búsqueda de un interés común.

Antón Costas, catedrático de Política Económica (UB).

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