Volver la vida atrás

Por José Luis Álvarez, ex ministro de UCD (ABC, 02/10/06):

EN el lenguaje coloquial hablamos muchas veces de «volver la vista atrás» para rememorar, recordar o aprender de los acontecimientos o experiencias que hemos vivido. Y volver la vista atrás es siempre muy útil para no caer en los mismos errores cometidos. El hombre adquiere una experiencia de sucesos positivos o negativos de los que ha sido sujeto activo o pasivo y ella le sirve para su desarrollo posterior. Pero volver la vida atrás es imposible. Se podrá discutir cuanto se quiera de la guerra de la Independencia y la invasión de las fuerzas napoleónicas, o de si fue bien o mal hecha la forma en que se independizaron de la Corona española las entonces colonias americanas, pero los hechos históricos están ahí para recordarlos, analizarlos o discutir sobre lo que se hizo o se debió hacer. Pero lo que es imposible es volver la vida atrás.

Estamos sin embargo viviendo una situación en la que el presidente del Gobierno español pretende volver la vida atrás. Por muchas de sus manifestaciones e incluso actuaciones parece pretender borrar un largo período de la historia de España del siglo XX, con sus aciertos y errores, que en todas las épocas han existido, y enlazar directamente con la República de 1931 como ideal para la España de hoy. Sin querer remover el pasado, lo que es un indudable hecho histórico es que la República de 1931 llevó, sin intentar ahora analizar aquellos años ni hacer críticas de nadie, a una década especialmente trágica de la historia española del siglo XX con la revolución de 1934, la terrible guerra civil de 1936-39, y todo ello desembocó en un régimen de poder personal que duró más de 35 años. Terminado este régimen se produjo, con la colaboración de todas las fuerzas políticas, -de derechas, centro e izquierdas, comprendiendo socialismo y comunismo- un nuevo punto de partida para la convivencia pacífica de todos los españoles, que es lo que todos hemos llamado la Transición. En el éxito de esta operación colaboraron la Corona y los partidos de todo el arco parlamentario, plasmada en la Constitución de 1978, que como toda obra humana no es perfecta, pero que ha servido para un desarrollo político y económico de España que creo nadie puede discutir. Desde la Transición, término acuñado ya históricamente, ha habido gobiernos de UCD, del PSOE, y del Partido Popular, que han respetado la Constitución y la unidad de España, sin intentar volver la vida atrás, sino esforzándose en empujar hacia delante la sociedad española, y tratando de superar para siempre épocas de desgraciadas experiencias como las que se vivieron en la República, en la Guerra Civil de 1936 y en sus consecuencias.

Los años de la segunda mitad de los setenta han sido hasta ahora punto de referencia y de encuentro de todas las fuerzas políticas significativas y la «Transición» desarrollada durante ese período ha sido un ejemplo de convivencia y trabajo de todas esas fuerzas, que permitió el desarrollo económico y político de España, la convivencia pacífica de formas distintas de pensar, el asentamiento de la Monarquía guiado con talento por S.M. Don Juan Carlos I y la transformación de la sociedad española, más parecida ahora a las de los países de la Comunidad Europea de la que formamos parte con la conformidad de todo el arco parlamentario español, presidido en aquellas fechas por Felipe González.

Por ello, cuando el presidente del Gobierno ha afirmado que hay que tomar como ejemplo o punto de partida el año 1931 en vez de 1978, se produce un gravísimo retroceso que pretende volver, no la vista, sino la vida hacia atrás, lo que además de un error es un imposible, porque la sociedad española del siglo XXI es radicalmente distinta de la de 1931, en niveles de educación, economía, desarrollo, experiencia y cohesión con Europa. Parece como si el señor Rodríguez Zapatero se hubiera quedado marcado por los terribles acontecimientos del año 1936, con las barbaridades que se cometieron en los dos bandos, aunque ha nacido casi 25 años después de esa fecha.

España es una de las naciones europeas básicas desde el siglo XV y junto, entre otras, a Francia, Inglaterra o Alemania, ha sido una de las grandes potencias que ha escrito la historia europea con acontecimientos como el descubrimiento y la colonización de América, el Imperio de Carlos V y su defensa de la Cristiandad frente al islamismo y el desarrollo intelectual e industrial del viejo continente. España es, desde entonces, como ya lo fue como provincia del Imperio romano, al que dio emperadores y sabios, una nación unida y todos sus gobiernos están obligados a mantener esa unión histórica que se consiguió tras siglos de Reconquista esforzada por todos los reinos que surgieron desde el norte de España y que tuvieron siempre como objetivo su unión, lograda por los Reyes Católicos hace más de cinco siglos.

La obligación de todo gobierno español, sea de derecha, centro o izquierda, es mantener la unión de un conjunto histórico formado tras siglos de esfuerzos, desde la Hispania del Imperio romano, pasando por la Reconquista que duró casi siete siglos, y lograr la unidad, fortalecimiento y prestigio de ese ente histórico.

Y ese trabajo de siglos y de muchas generaciones no puede ser amenazado de dispersión por ambiciones personales, por afán de mando de personajes o personajillos. En una época en que se tiende a hacer de Europa un conjunto, cada día más relacionado e intercomunicado, no puede ceder ningún gobierno de España por intereses electorales a corto plazo ante movimientos como los que se manifiestan en el País Vasco o Cataluña, con el consiguiente riesgo de contagio, para no quedarse atrás, de las demás regiones españolas. Cualquier gobierno español, independientemente de su ideología o de sus intereses de partido, tiene como primera obligación mantener la unidad de España, que es una de las naciones más antiguas y más importantes de Europa, por su historia, cultura y lengua.

Se puede, y es bueno, volver la vista atrás para aprender de los aciertos y de los errores cometidos y para evitar volver a caer en ellos, pero lo que es evidente es que la vida de las personas y naciones fluye hacia delante, y no hay que intentar revivir pasados de hechos fratricidas en los que se cometieron errores y crueldades, o avivar odios y tragedias, y menos por razones personales o fijaciones históricas.