¿Volvió China?

¿Volvió China?
Li Xueren/Xinhua via Getty Images

Cuando Joe Biden asumió como presidente en 2021, el primer mensaje que envió al resto del mundo fue: «EE. UU. ha vuelto». Después de asumir por tercera vez como secretario general del Partido Comunista de China (PCCh), Xi Jinping parece estar proclamando algo similar.

En los últimos dos meses los líderes chinos anunciaron que darán marcha atrás en una serie de importantes políticas, o dieron señales de ello: pusieron fin abruptamente a las fuertes restricciones de la política de cero COVID que mantuvieron durante tres años, flexibilizaron la ofensiva contra las empresas tecnológicas y el sector de bienes raíces, reafirmaron su compromiso con el crecimiento económico y ofrecieron una rama de olivo a Estados Unidos en el G20. Frente a la aparente reapertura de las puertas de la segunda mayor economía a los negocios, los inversores reaccionaron con entusiasmo.

Pero aunque el reinicio a favor de los negocios pinta bien para el comercio internacional y la paz y estabilidad mundiales, volver a poner a la economía china en la senda correcta requerirá más que la simple reversión de las políticas recientes. Lo que realmente hace falta es recuperar el pragmatismo y reincorporar la crítica honesta al sistema político. Como señalé en mi libro Cómo escapó China de la trampa de la pobreza, esos atributos definieron la famosa gobernanza adaptativa de la era de Deng Xiaoping.

Con frecuencia se cree equivocadamente que el «modelo chino» implica el control verticalista por un gobierno fuerte y autoritario, flanqueado por empresas estatales musculosas. De hecho, 30 años de pobreza y sufrimiento con Mao Zedong demostraron que la combinación de planificación autoritaria, propiedad estatal y represión política fue una receta para el fracaso. Por eso Deng introdujo silenciosamente un sistema híbrido, que llamo «improvisación dirigida». El PCCh se mantuvo con firmeza en el poder, pero el gobierno central delegó su autoridad en numerosas autoridades locales en toda China y, al mismo tiempo, liberó a los emprendedores privados de los controles estatales.

Con un papel de director más que de dictador, el gobierno de Pekín definió las metas nacionales y estableció incentivos y reglas adecuados, mientras que las autoridades de menor nivel y los participantes del sector privado improvisaban soluciones locales para los problemas locales. En la práctica surgieron una amplia variedad de «modelos chinos» locales, que plasmaron innovaciones transformadoras desde abajo hacia arriba, a menudo de formas que sorprendieron a las autoridades centrales. El auge de la economía digital es un ejemplo de ello.

Como las ideas deben preceder a la acción, Deng se aseguró de cambiar primero la mentalidad y las normas del propio PCCh. En su histórico discurso de diciembre de 1978 con el que abrió la era de «reforma y apertura», remarcó que «emancipar la mente» era una de las principales prioridades del partido. Con Mao la gente no se atrevía a decir la verdad por temor a castigos severos, lo que creó un clima político helado del que surgieron políticas desastrosas como el Gran Salto Adelante. Pero con Deng, el nuevo imperativo fue «buscar la verdad a partir de los hechos», había que elegir las políticas que mejoraran el bienestar de la gente, no las que fueran políticamente correctas.

Tanto los partidarios de la línea dura de China Occidental como los propios líderes de Xi pasaron por alto al sistema híbrido de Deng —dirección verticalista y autonomía desde las bases—. Cuando Xi llegó al poder prefirió una historia diferente sobre el éxito chino y celebró la «ventaja institucional» a que supuestamente tiene un sistema de dirección autoritaria sobre el capitalismo democrático occidental.

Ciertamente, el enfoque verticalista logró resultados impresionantes durante el brote inicial de la COVID-19. Gracias a las pruebas de detección masivas, los confinamientos estrictos y otras medidas que solo un gobierno fuerte y autoritario podía mantener, China logró que casi no hubiera contagios ni muertes entre 2020 y 2022. Xi Abrazó la política de COVID cero como uno de sus logros distintivos y declaró hace muy poco, en el Congreso Nacional de octubre, que China la mantendría «sin titubeos».

Pero luego las cosas cambiaron rápida e inesperadamente. Exasperados por los interminables confinamientos, los ciudadanos chinos de distintas clases sociales se lanzaron a las calles a protestar y obligaron a Xi a cambiar su postura. Pero la brusca marcha atrás de la política de COVID cero llevó a una gigantesca ola de casos e internaciones con los que China tendrá que lidiar durante un tiempo.

Xi y su equipo ansían dejar atrás la pandemia y devolver la confianza al empresariado. El relajamiento de las regulaciones económicas y el fin de los controles por la pandemia efectivamente fortalecieron a los mercados de capitales. Además, una vez pasado el punto máximo de contagios de COVID-19 es probable que el consumo interno regrese con bríos renovados (las reservas de vuelos ya se multiplicaron varias veces inmediatamente después del levantamiento de las cuarentenas para los viajeros), y las manufacturas y la logística volverán a la normalidad. El gobierno central también se comprometió a implementar gastos adicionales en infraestructura para impulsar el crecimiento.

Pero para que el nuevo terreno económico dé frutos a largo plazo, Xi debe reabrir los canales de retroalimentación del sistema político. Eso implica dar él mismo el ejemplo y dejar en claro a los funcionarios del Estado-partido que realmente desea que le informen sobre la realidad en terreno (algo que no ocurrirá si en la práctica se silencia a quienes dicen la verdad y se ensalza a los propagandistas).

El gobierno también debe ampliar el margen para la sociedad civil y los medios. Pensar que aplastar la libertad de expresión fortalecerá el poder del PCCh es miope y, en última instancia, contraproducente. La gobernanza sufre si carece de un sistema de retroalimentación normalizado para las políticas, y eso conduce a protestas masivas como las que estallaron en noviembre y socavaron la legitimidad basada en el desempeño del PCCh.

Otro problema del enfoque verticalista de Xi es que los inversores no tienen forma de saber cuándo China volverá a dar un golpe de timón. Durante la última década Xi manifestó su devoción por diversas «reformas»... y luego hizo lo opuesto. El empoderamiento de los funcionarios con un historial de pragmatismo y franqueza ayudaría en gran medida a tranquilizar a los mercados. Los cambios en los criterios de reclutamiento y ascenso en el sistema político darían señales más fuertes que los simples eslóganes.

Finalmente, los líderes chinos debieran reconocer que la meta dominante a la hora de abordar los problemas de la «era dorada» del país —como poner freno a la inversión especulativa en bienes raíces y proteger los derechos de los trabajadores que se ocupan de las entregas en el comercio electrónico— era correcta. Las políticas anteriores fracasaron porque, debido a su implementación arbitraria, generaron ansiedad entre las empresas, pendientes de que el partido pudiera cambiarlas en cualquier momento. Xi y su círculo deben practicar la transparencia y realizar consultas cuando desarrollan políticas, en vez de sencillamente dejar de lado la búsqueda del desarrollo inclusivo.

China acumuló una gran experiencia en la gobernanza adaptativa entre fines de la década de 1970 y principios de la década de 2010, pero para cuando Xi asumió en 2012, el modelo económico de Deng había ya alcanzado sus límites y comenzó a producir niveles insostenibles de corrupción, desigualdad, riesgos de deuda y contaminación ambiental. De todas formas, la solución nunca podría ser el regreso al maoísmo. China debe, en cambio, actualizar la «improvisación dirigida» para adecuarla al siglo XXI.

Yuen Yuen Ang, Professor of Political Economy at Johns Hopkins University, is the author of How China Escaped the Poverty Trap (Cornell University Press, 2016) and China’s Gilded Age (Cambridge University Press, 2020). Traducción al español por Ant-Translation.

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