Por Juan Antonio Sagardoy Bengoechea, catedrático de Derecho de la Universidad Complutense (ABC, 23/02/04):
Estamos en tiempos de elecciones. Dios nos proteja. Porque inevitablemente vamos a ser bombardeados por cientos de propuestas de acción gubernamental futura para hacernos más felices. Unos se lo creen y otros no, pero debemos pensar que una de las notas gloriosas de la democracia es la petición de voto; voto que, sumado con otros, hará posible el Gobierno de una u otra fuerza política. Y la segunda nota, no menos gloriosa, es que si luego la fuerza gobernante no cumple lo prometido, tenemos la posibilidad de hacérselo pagar.
Por otra parte, en toda elección de opciones políticas, hay una tendencia, difícil de orillar, hacia la demagogia o el populismo. Se abre un macromercado de ilusiones y promesas, en el que, a modo de subasta, los actores, los partidos, van ofreciendo más que el contrario, sin mucho basamento económico o social. Se trata de ilusionar, de atraer, de ganar votos, y luego... ya veremos qué se puede hacer o cumplir, respecto de lo prometido. Yo creo que los políticos van de buena fe respecto a sus promesas, pero, por eso mismo y para no dudar de esa buena fe, es preciso que la oferta electoral sea creíble, seria y posible y, especialmente, ha de valorarse en los programas, lo cualitativo más que lo cuantitativo. La visión de la sociedad y sus principios, más que el puro juego de los números. Sólo así lograremos prosperidad, habitabilidad y desarrollo sostenido.
Políticamente me parece saludable la palabra, el discurso, para saber a qué atenernos. Pero la palabra política precisa, fundamentalmente, de claridad y riqueza de contenido. En otro caso, estaríamos ante la charlatanería política. Es preciso contar con políticos generalistas, que tengan una visión global de las necesidades y de la prospectiva de nuestro país, para poder luego dejar a los especialistas el desarrollo y puesta en práctica de los temas concretos.
En materia laboral, el programa que se ofrezca tiene una especial trascendencia, por tres razones: la primera, porque afecta directamente a millones de ciudadanos; la segunda, porque esa afección incide de pleno en el bienestar o, mejor aún, en la vida de ellos; y, finalmente, porque da el perfil ideológico de los partidos ofertantes.
Si, en todo programa político, la oferta maximalista, por un lado, e idealista, por otro, es una permanente tentación, en los temas que afectan al trabajo, ésta se agudiza. Se quiere lo mejor para los trabajadores, empleo seguro, buen empleo, altos salarios, despido difícil, pensiones mejores, etc., etc. (maximalismo), sin parar mientes en aquello que hace treinta años dije de que «no todo lo socialmente deseable es económicamente posible» (idealismo). Claro que todo ello tiene su lógica, porque a ver quién es el guapo que le dice a sus votantes que hay que apretarse el cinturón, o que lo bueno -a medio o largo plazo- es un sacrificio a corto. Eso no hay quien lo diga al 50 por ciento de los electores.
Y entonces ¿qué hay que decir para que a uno le voten y, además, no engañe a los electores? Fundamentalmente, la honestidad en el mensaje y la credibilidad de lo propuesto. Yo creo que el ofrecer empleo, con un paro no significativo, y el ofrecer, además, buen empleo, es decir, empleo estable, es el nervio central de todo el edificio a realizar. Y si esa oferta viene avalada por experiencias positivas anteriores, es ya una garantía importante. Está muy bien la oferta de ésta o aquélla subvención, de más o menos permisos por maternidad, de mejorar las pensiones, de crear guarderías, pero lo esencial es: primero, que no haya parados o que, si los hay, sean coyunturales; segundo, que el empleo sea estable, digno, y con unos contenidos razonables en los aspectos económicos y profesionales; tercero, que el sistema de pensiones tenga sostenibilidad financiera; y, por último, que las prestaciones permitan vivir con dignidad.
Pero, como es lógico, todo eso no se consigue con un mero voluntarismo, sino con ideas sólidas y factibles, con una colaboración de las empresas, y con un marco jurídico de estabilidad y seguridad jurídica, amén de los factores animadores para emprender, para ser empresario. Sin empresarios con vocación de riesgo y ganancia, no hay empresas. Así de sencillo. Y sin empresas, no hay empleo; luego, todo lo que sea animar, apoyar y fomentar las vocaciones empresariales es una buena iniciativa. Afortunadamente, lo del puro y la chistera ha quedado para los especuladores, no para los genuinos empresarios.
Y ¿qué pueden hacer los políticos, los Gobiernos, para que los trabajadores les voten? Pienso que lo principal es decirles, con credibilidad, que se cree en ellos, que se apoya en ellos y que no va a sacrificar sus legítimos intereses en beneficio de otros, sino que los va a proteger, conciliándolos. Y, desde luego, que sin perjuicio de ejercer el «ius gobernandi» cuando sea preciso, se buscará el diálogo y la concertación entre Gobierno, Sindicatos y Empresarios.
Hoy en día, como nos ha recordado el profesor Borrajo, el Derecho del Trabajo va transitando de un papel protector unilateral (principio pro operario) a un rol institucional que trata de proteger a la empresa (que no al empresario), como generadora de empleo, de modo que bien puede decirse que «lo que es bueno para la empresa, es bueno para los trabajadores». La empresa no puede ver la legislación laboral como una carrera de obstáculos, sino como un normal y razonable (al menos así debería ser) instrumento protector de la dignidad socio-económica del trabajador. Y, a su vez, el trabajador debe ver en su empresa un motor de prosperidad y crecimiento, y un receptor digno de los esfuerzos que a ella se procuran. Ya sé que lo que digo es un escenario un tanto idílico, pero quiero resaltar las tintas para concluir que, dentro del antagonismo de intereses, es posible la conciliación de los mismos. Claro está que ello exige una estabilidad en el empleo que hoy aún es una asignatura pendiente. Una empresa poblada de nómadas es un buñuelo de aire, de cara a su futuro. No puede haber formación, no puede haber ilusión y, sin esos dos factores, se puede ganar dinero, pero dinero especulativo y poco duradero.
Finalmente, decir que, además de la estabilidad en el empleo, es importante, para el próximo Gobierno, prestar especial atención a lo actual en el mundo del trabajo: empleo a tiempo parcial, teletrabajo, descentralización productiva, movilidad funcional y geográfica y trabajo de los inmigrantes. Sin olvidar a esa eterna materia clave, como es la negociación colectiva, que es algo así como «la madre de todas las batallas».