Votan Salomón y Ulises

La naturaleza humana es por lo general incompatible con la perfección en cualquiera de sus manifestaciones. La actividad política no es una excepción. Nos movemos en un terreno incómodo de errores, males e imperfecciones. Como guía para el camino, Aristóteles formuló en su Ética la doctrina del mal menor. Sin duda habría contrariado a su maestro Platón, que dejó bien claro que actuar con injusticia no es admisible ni siquiera para evitar un mal mayor. Desde entonces el principio del mal menor lo han defendido mayoritariamente moralistas de todas las tendencias. Los juristas han elaborado a partir del mismo el concepto de fuerza mayor y los penalistas, el de legítima defensa y otros similares.

En realidad se trata de una manifestación de sabiduría muy anterior a Aristóteles. En el juicio de Salomón que narra el Libro de los Reyes, la madre verdadera renunció a su hijo ante la amenaza de verlo partido en dos mitades. La impostora mantuvo a ultranza su postura: o mío o de nadie. Prevaleció la opción del mal menor de la verdadera madre: mejor vivo aunque el niño sea para la otra.

Votan Salomón y UlisesAlgo posterior, pero también muy antiguo, es el consejo de la hechicera Circe a Ulises para que se aproximara a la orilla del monstruo Scila, que implicaba la pérdida de seis marineros, y evitara la de Caribdis, al otro lado del estrecho, que destruiría el barco y a toda su tripulación.

En 1971 publicó Mingote una tesis doctoral sobre la inutilidad del voto. Fue con motivo de la elección de diputados por el cupo de representación familiar. Se culminaba el sistema de democracia orgánica. Lo cierto era que el régimen comenzaba a fallecer lentamente, y de forma simultánea se ablandaba la censura. Por eso pasó por alto la viñeta de Mingote en ABC: en un cartel electoral el candidato Gundisalvo, con bigotito años cuarenta, pedía el voto con el siguiente argumento irrebatible, «Vote a Gundisalvo. A usted que más le da, hombre».

Se trataba de un voto inútil por antonomasia. Las elecciones eran en sí mismas un ejercicio sin sentido por la subordinación de las Cortes a las abrumadoras competencias del jefe del Estado. O quizás no fuera totalmente inútil, pensarían los convocantes, en la medida en que una amplia respuesta a la convocatoria podría utilizarse como propaganda de respaldo al régimen y a su democracia orgánica.

España es ahora una democracia representativa moderna. El voto es un derecho constitucional pero no una imposición legal. La división en circunscripciones con elección proporcional y adjudicación de restos a las listas más votadas, ha configurado un sistema de dos principales partidos. Las opciones minoritarias obtienen una representación muy inferior a la que les correspondería a los votos obtenidos, de lo que se benefician los partidos más votados. En el Senado el efecto es aun mayor ya que, de hecho, el primer partido obtiene tres representantes de los cuatro atribuidos a la circunscripción.

La cuestión de la utilidad o inutilidad del voto no se plantea en los mismos términos en los que la planteaba Mingote en la elección de diputados por representación familiar. Pero se plantea. Los desencantados por las imperfecciones de su partido la convierten en un dilema de opciones igualmente malas. Algunos deciden abstenerse. Otros resuelven el dilema también de manera radical, como la madre impostora del juicio de Salomón: mi partido minoritario aunque el voto acabe beneficiando a la ideología opuesta.

Afortunadamente para la derecha, la extrema izquierda española ha sido más platónica que aristotélica. Nada de mal menor. La ortodoxia por encima de todo. Elección tras elección los comunistas han sacrificado su voto a la pureza de las ideas antes que votar a la izquierda descafeinada y confusa del PSOE. O todo o nada. El récord lo batió Gaspar Llamazares en 2008: dos escaños con el 3,77 por ciento de los votos; casi medio millón de votos por escaño, mientras que el PSOE y el PP solo necesitaron poco más de 66.000. Pero, eso sí, la ortodoxia quedó debidamente preservada. En las últimas elecciones Unidos Podemos supo gestionar este absurdo y mejoró de forma espectacular los resultados de la extrema izquierda.

El ejemplo más sublime de apego a los principios lo ofrece el partido animalista, el Pacma. Con votaciones constantes de cerca de 300.000 votos nunca ha obtenido un solo escaño. ¡Jamás aceptarían una cesión a los excesos del conservacionismo! A más radicalización progresista menos aceptación del mal menor y peores resultados. Hasta hoy la inutilidad del voto es algo asumido con tanta resignación como tozudez por la progresía y la extrema izquierda en España. Ha sido permanentemente la mejor arma electoral de una derecha agrupada en torno al PP.

En las elecciones del próximo domingo 28 de abril, la situación es bien distinta. Se ha generado un comprensible hartazgo por los excesos progresistas, por el creciente escoramiento a la izquierda del PSOE y por una política inaceptable de cesión ante los nacionalistas, en parte confesada y en parte razonablemente temida. Se ha creado una imagen de demasiada complacencia del PP de Rajoy ante tales excesos. Casado se esfuerza en revertirla. Es tarea difícil contra el reloj. En el mundo de la hiper-comunicación en que vivimos, la apariencia cuenta más que la realidad y la imagen prevalece. El presidente Sánchez es alumno aventajado en esta disciplina y va a sacar provecho de su ventaja. No se le puede reprochar. Y cuando se le reprocha, no parece tener efectos relevantes.

Para enervar el riesgo de una nueva coalición de izquierda y nacionalistas nada peor que la división del voto en el bloque de centro-derecha. De un partido se ha pasado a dos, y luego de dos a tres. Los líderes no han hecho gran cosa para evitarlo, salvo excepciones como en Navarra. Ahora deberá remediarse, bien concentrando el voto, bien, si hay suerte y a pesar de la división el resultado lo hace posible, mediante coalición postelectoral de centro-derecha.

En resumen: el mal menor de cada uno para lograr el mayor bien posible de todos.

Daniel García-Pita Pemán es miembro correspondiente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia.

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