Votar con los pies: el drama de la emigración cubana

Votar con los pies el drama de la emigración cubana

Seis balseros cubanos, entre ellos una mujer embarazada de seis meses, llegaron hace seis semanas a las costas de la Florida, a bordo de una rústica embarcación bautizada con el llamativo nombre de Obama el Tremendo. No fueron noticia, más que por el nombre chistoso de su embarcación. Un pequeño grupo, una gota en la imparable corriente migratoria de los últimos meses, sobre la que casi ningún analista parece dispuesto a hablar en serio ni a incluir en las cábalas que propicia la reciente “apertura” del régimen de Raúl Castro y su publicitado restablecimiento de relaciones con Estados Unidos. Este miércoles se ha cumplido, precisamente, un año de la reapertura de embajadas.

Desde diciembre del 2014, los acuerdos entre Cuba y EEUU se han discutido en salones diplomáticos de La Habana y Washington. Pero mientras tanto, en el Golfo de México y en las selvas de Centroamérica otra política más dramática tiene lugar: el resultado de drásticas decisiones de miles de cubanos cuyo futuro no parece estar previsto en los discursos de ninguna de las dos orillas.

El fracaso persuasivo del gobierno de Raúl Castro no es una novedad. Después de tantos años de “ajustes del modelo” sin beneficios sociales o económicos a la vista, los cubanos no se fían de la nueva política. A la pesadilla de la doble moneda se suman los indicios de desigualdad entre quienes prosperan dentro del estrecho marco permitido de iniciativa personal, y quienes se deben contentar con asistir al fracaso de promesas gubernamentales y políticas sociales.

La crisis de Venezuela es un pésimo augurio para los cubanos. No pocos de esos emigrantes son precisamente cuentapropistas desencantados, a quienes les resulta más sencillo vender sus pertenencias o ahorrar el dinero de un viaje donde arriesgan la vida para llegar al capitalismo de verdad, en vez de experimentar con el “socialismo próspero y sostenible” (en realidad, una variante vigilada del capitalismo de Estado) que ofrece el menú de las autoridades.

Tampoco la visita de Obama como gesto de distensión simbólica ha aliviado la tradicional tendencia de los cubanos a “votar con los pies”, que es como se dice en la isla a expresar la oposición al gobierno marchándose del país. El temor de ver derogada la Ley de Ajuste, que otorga significativas ventajas migratorias a los cubanos, ha servido de acicate. Por el momento, el gobierno norteamericano niega cualquier intención de eliminar esa ley. Pero nadie descarta que la nueva política de Obama el Tremendo traiga aparejado un enfoque migratorio más realista, con el cual tendrá que lidiar el candidato vencedor en las elecciones de noviembre.

Veamos las cifras con detenimiento. Durante el año fiscal 2015, que concluyó el 1 de octubre de ese año, un total de 43.159 cubanos llegaron a EEUU, por los más de 325 puntos de entrada de ese país, para acogerse a una ley que les garantiza la residencia automática por un proceso exprés: son admitidos bajo la condición de paroled y, tras permanecer un año allí, pueden solicitar la “tarjeta verde” o permiso de residencia permanente. Son casi el doble de los 24.278 que llegaron en 2014 por la misma vía, y el cuádruple de los 12.000 emigrantes del 2012. Además, cerca de 4.000 suelen llegar legalmente con visado de emigrante cada año, a través de la llamada “lotería de visas”.

Desde entonces, durante el nuevo año fiscal que comenzó en octubre del año pasado, las cifras se han disparado. Unos 44.350 cubanos han cruzado la frontera o llegado a aeropuertos internacionales de EEUU entre el 1 de octubre y el 11 de julio. Además, hasta el pasado 29 de junio, más de 5.000 cubanos había intentado llegar ilegalmente por mar, y fueron interceptados y devueltos a la isla, como establece la ley. La cifra rebasa ya los 4.473 que intentaron lo mismo durante el año fiscal 2015.

De seguir la tendencia, la cifra total de inmigrantes ilegales será este año un 30% mayor que la del precedente y podría alcanzar los 60.000. Lejos aún de los 125.000 de la célebre estampida del Mariel, que tuvo lugar en 1980, pero más del doble que durante la llamada “crisis de los balseros” del verano de 1994. Un promedio de 164 personas al día.

¿Cómo se ha llegado a este punto?

A principios de año, más de 8.000 cubanos que pretendían llegar por tierra a EEUU quedaron varados en Costa Rica, después de atravesar las fronteras de varios países de la región. El problema estalló el 15 de noviembre, cuando Nicaragua, aliado político de Cuba, decidió cerrar su frontera aduciendo riesgos para la seguridad y soberanía del país.

Comenzó así una de las crisis migratorias más serias de estos años y, sin embargo, de las pocas resueltas con éxito: el gobierno y la población de Costa Rica no sólo proveyeron atención humanitaria a estos miles de cubanos durante más de tres meses, sino que exploraron varias soluciones negociadas y diplomáticas hasta encontrar la manera de conducirlos hasta México, donde cruzaron por su cuenta la frontera.

Desde 2008 hasta el 1 de diciembre de 2015, la principal ruta de escape de la isla era Ecuador, ya que ese país no exigía visa a los ciudadanos cubanos. Pero el gobierno de Correa reimplantó el requisito del visado cuando ya la comunidad de cubanos se había convertido en la tercera mayor colonia de cubanos, tras la de EEUU y la de España.

El año pasado, el Departamento de Migración de Ecuador registró el ingreso más alto de cubanos en los últimos cinco años: 73.475. De ellos 47.565 reportaron su salida. Del resto nada se sabe. Desde entonces, el puente ha pasado a ser Guyana, primer punto de un largo y peligroso recorrido que implica atravesar ocho países antes de llegar a la frontera norteamericana.

Costa Rica no ha sido el único país que afronta una situación inédita e incontrolable. Bahamas e Islas Caimán han recibido -y devuelto- a balseros este año. También Panamá ha tenido que organizar vuelos esta primavera para casi 4.000 cubanos y Colombia (donde todavía permanecen, en condiciones precarias, unos 400 cubanos en un albergue temporal en Turbo) no sabe cómo responder a un asunto complejo, sin visos de solución a corto plazo.

Ahora mismo, en Ecuador, unos 5.000 cubanos censados quieren salir de ese país hacia México. Unos 400 que habían acampado en Quito -frente a la embajada de México, para reclamar un puente aéreo que les permitiera su entrada a EEUU- fueron violentamente desalojados del lugar por la policía en la madrugada del 26 de junio.

Hace unos días, las autoridades ecuatorianas deportaron a 140 emigrantes ilegales en un proceso que, según abogados y organizaciones de Derechos Humanos, ha estado lleno de irregularidades. La prensa cubana, mientras tanto, guarda silencio sobre todo esto, como si no les concernieran en absoluto.

Están a la vista las variables de una ecuación inquietante: por un lado, la tradicional y esporádica ruta de balseros convertida en un flujo constante que ni los guardafronteras cubanos ni los guardacostas norteamericanos han sido capaces de controlar. Por el otro lado, una nueva oleada, masiva y terrestre, vía Centroamérica: gente que, con la ayuda de su familia en EEUU, o por su propia cuenta, deserta del modelo de cambios prometido, vende todas sus propiedades, solicita (o compra) una visa turística y se embarca en un viaje peligrosísimo en el que debe cruzar al menos seis fronteras hasta llegar a su destino final.

¿Qué reciben una vez que han llegado a la Tierra Prometida?

Las generosas ayudas del gobierno norteamericano -que considera a casi todos los emigrantes cubanos como refugiados y merecedores de asilo político- incluyen 194 dólares mensuales durante tres meses, renovable a seis; 170 dólares mensuales en vales de alimentos durante tres meses, renovable a seis, y 6.500 dólares aproximadamente por un seguro médico y dental de entre seis y diez meses para todos los adultos.

Además, los menores tienen derecho al programa de ayuda médica para personas de bajos ingresos, Medicaid, hasta que alcancen los 19 años. Las personas mayores de 65 pueden acceder también a 730 dólares de Ayuda Suplementaria tras obtener la residencia legal, al año y el día de haber llegado. Los beneficios cubren los primeros siete años de estancia en el país de acogida.

Multipliquemos todo esto por los más de 40.000 cubanos que han llegado este año, y veremos que se trata de una situación insostenible sin un plan de acogida o emergencia. Según cálculos del periódico Sun Centinel, durante 2014 los inmigrantes cubanos recibieron 680 millones de dólares por concepto de ayudas. Este año tocaría, al menos, duplicar esa cifra.

En Cuba, por otro lado, estos niveles de emigración agudizan el problema demográfico y de mano de obra: la isla es ya, junto con Uruguay, el país con más ancianos de América Latina, con un 19% de la población que tiene 60 años o más. El Censo de Población y Vi­viendas del 2012 anunciaba un 18,3%, por lo que la tendencia va en aumento. De seguir así, Cuba llegará al año 2025 con unos 2,9 millones de adultos mayores de 60 años (un 26% de su población). No sólo se vota con los pies, también con el útero.

Los recientes balseros que confiaron en Obama el Tremendo para atravesar las 90 millas infestadas de tiburones que los separan de su sueño, o los que creen que su buena suerte les permitirá cruzar Centroamérica y vadear todos los obstáculos de muchos kilómetros de selvas, ríos y traficantes de personas son el sujeto político ignorado de un país con una crisis profunda y permanente, que el diálogo entre Cuba y EEUU ha pasado por alto.

La prensa parece más seducida por el glamour de las celebrities que visitan Cuba en medio del deshielo tropical, que por las evidencias de una desbandada donde miles y miles de personas se juegan la vida para escapar hacia la prosperidad. Paradójicamente, muchos de ellos volverán a su país tras obtener el estatus y los beneficios del asilo político en EEUU, pero lo harán con dólares y, sobre todo, con la garantía de una residencia legal que es el sueño de miles de trabajadores ilegales de otras nacionalidades.

Para el gobierno cubano no parece un mal negocio: desactivar el malestar interno de estos potenciales inconformes, y recibir luego, en forma de remesas, las ventajas de una comunidad exiliada con facilidades para volver de visita. Para la Administración norteamericana, en cambio, se trata de un absurdo insostenible, del que mejor no hablar en año electoral, pero con el cual el Congreso y un nuevo presidente habrán de lidiar muy pronto.

Ernesto Hernández Busto es ensayista cubano.

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