Vox, Valls y los cordones sanitarios

Floridablanca quiso aislar España del “contagio francés”. La gran crisis económica de 1789 había originado motines en muchos pueblos y ciudades por el abusivo precio del pan, que entonces era en gran medida fijado por el Gobierno. Temía que aquella indignación fuera aprovechada por las nuevas ideas y las revueltas acabaran teniendo un contenido político. Entonces fue cuando tiró de Decretos para establecer lo que luego se llamó un “cordón sanitario”, un control de publicaciones y personas relacionadas con Francia que preservara a España de cambios en su periclitado paradigma.

Los vientos están cambiando hoy en Occidente. La crisis de la democracia liberal ha dado lugar a una nueva política dentro de la cual hay diversas fórmulas, ya sean socialistas o derechistas, que se han arropado en el estilo populista.

El motivo de que hayan adoptado las maneras del populismo es que la crisis de los sistemas responde a la creciente desafección de la gente común, el pueblo, frente a la clase política y su paradigma obligatorio. Y, claro, para atraerse al pueblo claman a los sentimientos y emociones con un discurso demoledor y sencillo. Esta situación, como a Floridablanca, provoca el “pánico” entre los que viven plácidamente del sistema, muy por encima de sus méritos, capacidades y necesidades.

El caso español es particular, como lo son el sueco, el alemán o el austriaco, donde la estrategia frente a los que ponen en cuestión lo existente ha adquirido diversas formas, desde el apartamiento a la absorción. En España, decía, la democracia liberal se asentó en 1978 sobre el paradigma socialdemócrata y la satisfacción de los nacionalismos. Todo lo situado a la izquierda era democrático, decían, tanto como cualquier reivindicación nacionalista, ya fuera cultural, territorial o soberanista.

La consecuencia de esos dos pilares es que los dos enemigos de la democracia liberal aparecidos en España en los últimos cinco años, como son Podemos y los independentistas, no han sido señalados para efectuar con ellos un “cordón sanitario”. Todo lo contrario. El trato en algunos medios de comunicación y por parte de los partidos políticos, en especial el PSOE y el PSC, ha sido el pacto, la cesión, el diálogo, la comprensión y el respaldo.

Basta recordar que Podemos dice que la Transición y la Constitución son pastiches franquistas perpetrados bajo la tutela de los sables, y que no hubo ruptura; es decir, ajuste de cuentas. Es más; la formación de Iglesias ha auspiciado acciones callejeras violentas o intimidatorias, como fue aquella de “Rodea el Congreso” durante la investidura de Rajoy en 2016, o el llamamiento a la “lucha antifascista” tras las elecciones andaluzas.

Otro tanto ha hecho Podemos con el golpe en Cataluña: comprensión con el golpismo, petición de “derecho de autodeterminación” y adopción del término “presos políticos ”. Cabe decir sin temor a equivocarse que Podemos desprecia la democracia liberal y a la Unión Europea, y aspira, junto a los comunistas de Alberto Garzón, a llegar a la “sociedad sin clases”. Sin embargo, insisto, nada se ha oído sobre un “cordón sanitario” a los podemitas.

La aparición de Vox con las elecciones andaluzas ha generado el pánico de los que se creían dueños y señores del dogma, cuando, en realidad, en democracia no existe una verdad oficial. Ese miedo y la incapacidad para encajar el debate, además de una buena dosis de cálculo electoral, cómo no, han resucitado la aspiración al “cordón sanitario”. El motivo es que los voxistas han tomado tres cuestiones típicas de la dictadura de la corrección política llenas de contradicciones: el feminismo radical, el Estado de las autonomías y la inmigración.

De esta triada las dos únicas que dan votos son las dos primeras. El igualitarismo que discrimina sistemáticamente genera injusticias incomprensibles para el común de los mortales. ¿Quién no conoce a un hombre que haya sido víctima de la Ley Integral contra la Violencia de Género? ¿Quién no sabe de alguna mujer que ha sido maltratada por su hijo o hija adolescente, en público y en privado, y no ha recibido una asistencia prioritaria? La gente común no entiende que se hagan esas diferencias, y menos aún cuando algunas de sus defensoras crean un discurso muy violento contra el hombre por el mero hecho de serlo.

El Estado de las autonomías, el gran tótem durante décadas, ha sido la otra razón. La debilidad de los gobiernos de Rajoy y de Sánchez ante el golpismo ha sido el último empujón para que Vox recoja el malestar de la derecha nacionalista española. El golpe ha sido posible, dicen los voxistas, porque España está mal planteada en su organización territorial, por ser centrífuga, disolvente y creadora de imaginarias nacioncitas que arruinan al país. La consecuencia, lo sucedido en Cataluña desde septiembre de 2017 al menos, provoca que el votante piense que el diagnóstico voxista es el acertado. Es un silogismo sencillo que tiene como efecto despreciar la descentralización como mecanismo eficaz de gobierno, que, al ser reactivo y emocional, renta en las urnas.

En realidad, esa triada apuntada (feminismo, autonomías e inmigración) pone en cuestión buena parte del paradigma socialdemócrata, e indigna a Manuel Valls, ese candidato impuesto a Ciudadanos de Cataluña, y que no es una máquina de generar empatía. Tan es así que Valls se ha desmarcado de Cs y ha propuesto un pacto con PSOE y PP para aislar a Vox por, dice, antieuropeísta, machista, xenófobo y enemigo de las autonomías.

Valls no ha entendido que el “cordón sanitario” es ideal para que crezcan las formaciones populistas. De hecho, lo contrario, la integración, ha destrozado a Podemos, y ahí están las encuestas. El debate interno que generó el paso a mejor vida privada de los cargos podemitas, con el emblemático casoplón de Iglesias y Montero, deshizo la formación. Muchos dijeron que no se podía criticar el orden burgués viviendo como un tipo de clase alta.

¿Quién recordaba ya el ejemplo de José Mújica, el ex presidente uruguayo, que vive como un sencillo campesino? No era lo mismo el antagonismo de Laclau -oh, Errejón- con pueblo y casta, que el agonismo de Chantal Mouffe, con adversarios y regeneración. ¿Dónde quedaba la toma del Palacio de Invierno, el cielo al asalto? Pues en Galapagar, porque la hipoteca aburguesa y a ti te conocí en la calle, como diría el poeta Rafael de León.

Y es que, en fin, el “cordón sanitario” de Floridablanca llegó tarde y fue contraproducente. Las obras de Sieyès, Rousseau o Mably circulaban por España profusamente entre particulares y en las Universidades. Esa represión solo sirvió para que cobraran más relevancia las ideas revolucionarias y que, cómo no, surgieran los “apologistas”, los guardianes de la verdad y de la esencia. Estamos igual, pero en parodia.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense.

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