Para el grupo islamista Hamás, el enemigo es el judío, más incluso que el israelí. Las masacres contra civiles no han sido un acto de guerra, sino un pogromo antisemita de la misma naturaleza que los perpetrados en el pasado en Rusia, Ucrania y la Alemania nazi. Los fanatismos religiosos están resurgiendo, y no solo en Israel; hay que volver a incorporarlos al análisis de todos los conflictos actuales y futuros. Los ejemplos abundan. Recordemos el asesinato en Canadá de un líder de la religión sij, más que probablemente por orden del Gobierno indio, que tuvo lugar hace tres semanas. Sabiendo que el Gobierno indio quiere que a partir de ahora el país se identifique con el hinduismo, cualquier disidencia religiosa se convierte en intolerable. Otro acontecimiento que puede parecer anecdótico, pero no lo es: el reconocimiento por el Gobierno de Pekín de la religión taoísta. La religión más antigua de China nunca dejó de existir, de forma clandestina, durante el régimen comunista. El Partido Comunista reconoce su importancia y ahora permite que se manifieste públicamente en forma de asociación nacional; más fácil de controlar que los musulmanes uigures encarcelados en campos de trabajo. A esto debemos añadir el conflicto entre Azerbaiyán y Armenia, que se solapa con la antigua hostilidad entre cristianos y musulmanes en el Cáucaso.
Ver en estas desavenencias religiosas una explicación del rumbo que está tomando el mundo nos resulta extraño a los europeos, que nos hemos vuelto poco practicantes, cuando no ateos. En España y en Francia, antaño los países más católicos del mundo, se calcula que un 5 por ciento de la población es practicante en la actualidad. Nuestras iglesias están vacías, salvo para bodas y funerales. El protestantismo en el norte de Europa no está mejor: los templos de Alemania y Escandinavia se han transformado en centros culturales en lugar de centros de culto.
Pero lejos de casa, hay muchos conflictos que se explican por criterios religiosos y no ideológicos, nacionalistas o étnicos. ¿El Sahel africano? Allí los conflictos no se explican por fronteras artificiales heredadas de la colonización. En realidad, en Níger, Malí y Burkina Faso las guerras son entre musulmanes y animistas, que a menudo se han vuelto cristianos. Durante siglos, el Sahel ha sido la zona de contacto entre estos dos grupos religiosos, y sigue siéndolo. Del mismo modo, si nos fijamos en la división entre el norte y el sur de Sudán, el conflicto se solapa con el existente entre el norte musulmán y arabizado y el sur africano y cristianizado. En el Oriente Próximo árabe, los chiíes se oponen a los suníes, cada uno de los cuales afirma encarnar el verdadero islam, más allá de las fronteras nacionales. Si pasamos a Asia, la religión es esencial para comprender los conflictos. En Sri Lanka, los budistas militarizados han librado una guerra civil contra los tamiles de religión hindú. En Birmania, también son las milicias budistas las que expulsan a las minorías rohingyá, que son musulmanas.
Hablábamos de China y del reconocimiento del taoísmo. Es imposible entender la historia china, pasada o presente, sin subrayar la importancia del indicador religioso tanto como el ideológico. En 1911, el primer presidente de la República China, Sun Yat-Sen, era cristiano. Del mismo modo, los actuales líderes independentistas de Hong Kong y Taiwán son por lo general católicos o protestantes. La mayoría de los disidentes lo son. El cristianismo en China es la forma definitiva de rebelión contra el totalitarismo comunista, más que la referencia a la democracia liberal de estilo occidental. En Corea, el sur se ha vuelto esencialmente cristiano y budista, mientras que el norte, bajo la apariencia de una ideología comunista, continúa la antigua tradición coreana de confucianismo estricto. Si damos un salto de gigante hacia Latinoamérica, cómo no reconocer que la progresiva sustitución de la dominación católica por las iglesias evangélicas explica los cambios políticos que han llevado, por ejemplo, hasta el presidente Bolsonaro en Brasil.
Estados Unidos es el único país de la civilización occidental que practica una religión a escala masiva. Algunos sociólogos han observado que, más que una religión, ir a la iglesia o al templo cada domingo es más una expresión de pertenencia a una comunidad social. Pero, ¿no ha sido siempre así para todas las religiones? Sin embargo, si queremos entender la situación política, debemos, como en Sudamérica, hacer un hueco a las iglesias evangélicas. Son las que apoyan a Donald Trump. Actualmente se está celebrando en Nueva York el juicio a los pequeños grupos que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2001; muchos de estos militantes blandían la Biblia y se declaraban 'nacionalistas cristianos'. Podemos cuestionar su fe, pero estamos obligados a tener en cuenta sus palabras.
Concluyamos con Europa. Los conflictos de Yugoslavia, que distan mucho de haber terminado, no son tanto entre naciones como entre religiones. En Bosnia y Kosovo, los musulmanes chocan con los cristianos ortodoxos. Los croatas son católicos, lo que explica su hostilidad hacia los serbios. En cuanto a la inmigración del sur al norte de Europa, sin duda sería mejor recibida si estos inmigrantes no fueran musulmanes sino cristianos. No solo son musulmanes, sino que tienen la fe musulmana y la practican. A nosotros, españoles o franceses, nos resulta incomprensible e inaceptable; son musulmanes y creen realmente en el islam, mientras que nosotros ya no creemos más que en los valores materiales.
Suponiendo que este planteamiento refleje una pizca de verdad, no nos facilita en absoluto la consecución de la paz. Todo lo contrario. Es más difícil reconciliar religiones que naciones. Pero, para los que tenemos poca o ninguna formación religiosa, tener en cuenta este factor religioso nos permite ver las cosas con más claridad. La claridad es el principio de cualquier solución, así que recordemos que las religiones rara vez son humanistas o diabólicas en sí mismas. Todas tienen dos vertientes: una es fanática, la otra pacífica. Los fieles tienen libertad para elegir entre el bien y el mal.
Guy Sorman