Vuelven los neototalitarios

Cataluña se ha convertido, en estos últimos meses, en un tubo de ensayo social y político del neototalitarismo. El nuevo totalitarismo consiste en la intoxicación de parte de la ciudadanía descontenta, en utilizar la presión de la calle y de una coyuntural mayoría electoral de coalición para saltarse todas las leyes, procedimientos y resoluciones judiciales en un plan deliberado y anunciado de asalto al poder. Una versión posmoderna de golpe de Estado del siglo XXI.

Populistas y separatistas acreditan la denominación de neototalitarios toda vez que los antiguos comunistas son un resto jurásico de las dictaduras del siglo XX. Los neoconservadores y liberales en los años noventa del pasado siglo queríamos más libertad y menos Estado. En aquella década liberal casi nadie imaginó que la amenaza totalitaria renaciese tan pronto y con tanta fuerza. Los neototalitarios (neotot) proponen, con empuje y sin complejos, justo lo contrario: exclusión, más Estado, más impuestos, más gasto público, peor democracia y menos libertad.

Los separatistas se han estado entrenando, de modo incansable y constante, usando los gobiernos autonómicos para la ocupación y control de la sociedad civil, instituciones, empresas públicas, asociaciones y medios de comunicación públicos y privados. El grave error del gobierno de la nación, desde 1978, ha sido permitir un control asfixiante de las autonomías en manos de una nueva clase política profesional insaciable de recursos y de poder. Es una paradoja de la historia, que en la década de 1990, la del triunfo de los neocon y liberales en el mundo, en España se produjera, por el contrario, un aumento y despliegue del estatismo y de los miniestados de las autonomías. Ahora estamos pagando el precio.

El 10 de diciembre de 1991, en el inesperado y prometedor fragor de la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, la Universidad Complutense de Madrid organizó un ciclo de conferencias y debate posterior, en el que tuve el honor de participar, junto con Daniel Bell, Francis Fukuyama y Jean François Revel. He releído la publicación de aquella jornada, hecha gracias a los buenos oficios del entonces director del Club de Debate, José Antonio Verdejo. Me ha llamado la atención la clarividencia de Jean François Revel que advertía, hace dieciséis años, sobre la posibilidad del retorno de los totalitarios. Esta opinión chocaba con el optimismo de Fukuyama, del Fin de la Historia, quien sostenía que el triunfo por goleada de la democracia y la libertad enterraba el totalitarismo.

Reproduzco mi pregunta al pensador francés y su respuesta:

-"Después de la interesante sesión de esta mañana me permito abrir el turno de preguntas. Me dirijo al Sr. Revel sobre la eventualidad de un regreso del totalitarismo…. La historia no tiene su propia dinámica y no evoluciona independientemente de la voluntad de los hombres; los hombres hacemos nuestra propia historia y lo importante es si las decisiones y acciones que adoptamos son las que resultan más adecuadas o el tiempo demuestra que nos equivocamos. El Sr. Revel sostiene que el totalitarismo no es un peligro periclitado. Éste se presenta a veces con ideologías amables, con buenas intenciones. Pero el peligro del regreso del totalitarismo se encuentra en cualquier momento del futuro o del presente.

Sr. Revel, ¿podría explicarnos dónde ve esos peligros de regreso del totalitarismo?".

-"Naturalmente, los totalitarismos del pasado siglo, especialmente los del siglo XX, que fue el siglo de oro de los totalitarismos, no van a volver, porque ya los conocemos muy bien. Los hemos visto fracasar y matar a millones de hombres. Y arruinar el planeta que han ocupado. Pero la estructura mental hacia el totalitarismo existe en el hombre.

El deseo de sistematizar la ilusión de que se pueden construir sistemas que resuelvan de una vez todos los problemas, es una tendencia de la mente humana desde Platón a Marx y Hitler.

En mi libro El conocimiento inútil traté de dar una definición de ideología: es una triple despensa intelectual, práctica y moral. La primera consiste en retener sólo los hechos favorables, incluso en inventarlos totalmente y negar otros, impidiendo que sean conocidos.

La práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo el valor de refutación a los fracasos. Una de las funciones de la ideología es fabricar explicaciones que los excusan. A veces la explicación se reduce a una afirmación, por ejemplo, la cita de Gorbachov en su libro Perestroika, publicado en 1987, donde dice "no es al socialismo al que se debe imputar las dificultades encontradas en su desarrollo por los países socialistas". Esto quiere decir "no es el agua a la que se deben imputar los problemas de humedad que se plantean en los países inundados".

Creo que vamos a tener otras ideologías en el futuro, pero no sabemos cuáles, porque cuando nace una ideología se presenta siempre como un sistema de amor entre los hombres, a favor del progreso. Es cuando toma el poder cuando se vuelve un régimen totalitario, porque no acepta los fracasos. Esto lo hemos visto durante la Revolución francesa. Hemos tenido una revolución liberal en 1789 y después una revolución totalitaria en el 1793-1794.

El único remedio es la democracia, ya que no permite un poder absoluto. Entonces la ideología puede ser un elemento del juego democrático, pero no puede conseguir el poder ni tratar de cambiar toda una sociedad, una cultura y un pueblo. La separación de poderes, la libertad de información, son los únicos frenos. Tenemos que tener cuidado y poner instituciones que impidan a cualquier ideología del futuro tomar el poder absoluto como lo han hecho las ideologías del siglo XX".

No es difícil reconocer muchos de estos rasgos amables en los separatistas y populistas que padecemos, como el derecho a decidir; una vez obtienen el poder se convierte en puro y simple totalitarismo. ¿Cómo sería un gobierno de este tipo sin los frenos e instituciones de la Constitución Española?

Otro tanto puede decirse del populismo de Podemos: la dulcificada apelación a un “nuevo proceso constituyente” encubre una ruptura del orden constitucional. Aquella ruptura que no pudieron realizar en 1975-77 por la sencilla razón de que la sociedad española estaba mucho más por la reforma y la inclusión que por la ruptura y la exclusión.

Llegados a este punto es evidente que la política de cesiones y conllevanza con los separatistas ha fracasado y que se impone una rectificación. Lo primero es llamar las cosas por su nombre. Los independentistas no son “soberanistas”: son separatistas y supremacistas. En muchos casos, racistas que proponen un régimen político excluyente, como se recogen en la Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República, que convierte a la mitad de la población de Cataluña en ilotas, en ciudadanos sin derechos.

Los separatistas, alentados y apoyados por los populistas de toda España, son un peligro como gobernantes en el vigente marco constitucional (que no respetan ni cumplen), y una catástrofe para los ciudadanos de sus regiones a los que conducen a la división y a padecer una insufrible tensión identitaria que no comparten. Los socialistas cometerían un grave error si se dejaran arrastrar por los neototalitarios, como ocurrió en los años treinta en España.

Como señalaba Revel, no sabíamos en 1991 la forma que adoptaría la eventual nueva amenaza totalitaria. Ahora ya lo sabemos: separatismo disfrazado de bellas palabras como el derecho a decidir, y el populismo conducente y decidido a una explosión generalizada de nuestra convivencia e instituciones democráticas. Empezando por Cataluña.

Guillermo Gortázar es historiador y abogado. Su último libro es El salón de los encuentros. Una contribución para el debate político del siglo XXI (Madrid, Unión Editorial, 2016).

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