Vullangas de Varcelona

Por si alguien incurre en el error de soslayar la trascendencia de las recurrentes movilizaciones de Barcelona, he aquí un testimonio con la espontaneidad de lo auténtico:

«Un inmenso gentío ocupaba la Rambla y lugares más concurridos. La alegría se mostraba en los semblantes, todos suspiraban a la vez por el feliz instante. Crecen los corrillos, aumentan los grupos, se ensanchan los corazones oprimidos... Y aparece de repente en la Rambla una tabla de madera con el lema de '¡Viva la Constitución!', conducida en triunfo entre la multitud...».

Vullangas de Varcelona«Este símbolo de verdadera y preciosa libertad, escudo contra el negro despotismo, baluarte de los pueblos, áncora de salvación e inmutable sostén de los derechos de la Nación... fue solemnemente colocada en la galería principal de la Lonja, allí mismo donde existió la enseña de nuestras libertades en otra época de feliz recordación».

«El grito eléctrico de '¡Constitución!' se oye por todas partes. El pariente, el amigo, el desconocido, todos se hablan, todos muestran en sus semblantes alegres el regocijo que encierran sus patrióticos corazones. Todos se abrazan, todos se dan el parabién».

«La Nación sabía que la soberanía residía originariamente en la Nación entera... Sin la Constitución la anarquía iba a despedazarnos. La Constitución era nuestro único puerto... Cuando España entera seguía rápida tan noble ejemplo, Cataluña, país clásico de heroísmo y lealtad, sentía también todo el impulso de tan generoso pronunciamiento...».

Oiga, oiga, vale ya. ¿Qué burla es esta? Vivas a la Constitución en las Ramblas... fervor español en la Lonja... ¿De qué manifestaciones nos está usted hablando? Pues de las bullangas de Barcelona. ¿Bullangas de Barcelona? Sí, de las grandes movilizaciones populares que, según el vibrante relato del periodista catalán Joaquín del Castillo, se produjeron en «la segunda capital de las Españas» entre 1835 y 1837, reclamando el restablecimiento de La Pepa.

Si hubiera que poner un pero al excepcional e inolvidable seminario Una Jornada para la Historia, dirigido por Ricardo García Cárcel y clausurado por Carmen Iglesias el pasado 11-S en el Club Siglo XXI -las ponencias están a disposición de todos en http://www.elmundo.es/historia.html-, es que no se habló de las bullangas de Barcelona.

Resulta imposible repasar las grandes aportaciones de todos los ponentes. Pero el catedrático Manuel Peña Díaz reconstruyó con talento narrativo la forma en que en 1714 se ejerció el derecho a decidir a través de los confesionarios; la académica Carmen Sanz explicó con precisión documental el peso decisivo que tuvo la pretensión británica de controlar el asiento de negros, o sea el tráfico de esclavos, en el cambio de bando de la Generalitat -espero que ni Mas ni Junqueras vuelvan a atreverse a mentar a Luther King-; y Juan Francisco Fuentes hizo un recorrido a través del siglo XIX, demostrando con vigorosa erudición cómo la prosperidad de la Cataluña borbónica propició un «doble patriotismo» que empujó a muchos catalanes a verter su sangre por España desde la Guerra Gran contra la Convención hasta la de Cuba.

Frente a la pretensión de inventar «un liberalismo catalán de raíz austracista» en el primer tercio del XIX, Fuentes fue categórico: «Si eran austracistas no eran liberales y si eran liberales no eran austracistas. El liberalismo fue mayoritariamente fiel en Cataluña al mito revolucionario de la Constitución de Cádiz». Por eso Capmany precisaba que no era diputado «de Barcelona» sino «por Barcelona». Por eso la sublevación del capitán general de Cataluña Luis Lacy durante el Sexenio Absolutista tuvo tanto respaldo en la burguesía urbana, como reconoce Fontana. Por eso «Barcelona fou la ciutat mès revolucionària del Trienni Liberal», según Jordi Roca Vernet.

Si hasta las damas de la mejor sociedad barcelonesa se alistaban como Amazonas de la Libertad con la bandera española al cinto, es fácil entender el caldo de cultivo de las bullangas, desencadenadas frente al despotismo del Estatuto Real y su tibieza en la represión del carlismo y sus curas trabucaires. Fue todo tan español que la primera bullanga estalló en la plaza de toros una tarde de 1835 en la que los astados no embestían y en el itinerario del movimiento no faltaron, junto a los descritos momentos de exaltación constitucional, las consiguientes quemas de conventos y el linchamiento de facciosos presos en la Ciudadela.

Pero ¿por qué en la crónica de esa serie de rebeliones y concentraciones no encontramos otro rastro del supuesto agravio que España habría infligido a Cataluña ciento veinte años atrás, sino esa alusión a «nuestras libertades» como precedente de las compartidas por todos los españoles «justos y benéficos» bajo el manto constitucional común? ¿Por qué aquella herida que sangra a borbotones con mayor incontinencia cuanto más nos alejamos de la artera lanzada española que perforó los órganos vitales catalanes parecía cauterizada entonces? ¿Cuándo se ha visto que el resentimiento, el rencor, no digamos el odio aumente exponencialmente cuanto más espesa se hace la nebulosa del olvido?

La respuesta es sencilla: el relato que galvaniza desde hace dos años a cientos de miles de catalanes inmersos en este nuevo ciclo de bullangas es una burda patraña, un torpe cuento infantil para adultos indocumentados y un invento propagandístico al servicio de la huida hacia adelante del segmento más corrupto, incapaz y ávido de poder de la casta política española. Ya está, queda dicho. La Historia puede interpretarse de muchas maneras, pero los hechos fueron los que fueron y no los que pudieron haber sido y menos aun los que le convendría a la banda del 3% que hubieran sido.

La ponencia de Fuentes concluyó con la advertencia de una de las figuras señeras de la Renaixenca, el poeta Victor Balaguer, autor de la Oda a la Verge de Montserrat: «Toda idea de separatismo, tratándose de la patria española, es un verdadero absurdo. Todos saben que quien intentase esto intentaría un suicidio... El separatismo podrá ser un crimen políticamente hablando; pero, aun más que crimen, es una soberana necedad».

Si el grotesco tejerazo de Companys y Dencás del que mañana se cumplen 80 años -empezó en el balcón y terminó en la alcantarilla- aquilató esa profecía, ¿cómo es posible que cuando los mapas Google Earth demuestran que habitamos celdillas de un inmenso panal festoneado por los accidentes geográficos que durante siglos compartimentaron nuestra existencia en nacionalismos de aldea, haya quien pretenda repetir la farsa?

Hay que ver esa Diagonal abarrotada aclamando a Franco en las páginas de hueco de La Vanguardia Española y hay que leer a Ganivet para entender el sentido profundo de las cosas: «No faltará quien crea... que los hombres no caminan en ninguna dirección y que hace falta un genio que les guíe; y es probable que quien tal crea piense ser él mismo el genio predestinado a guiar a sus semejantes como una manada de ovejas. A tan insigne mentecato habría que decirle que no conoce a sus semejantes, que los hombres que creen haber guiado a otros hombres no han guiado más que cuerpos de hombres».

Si algo distingue la acelerada metamorfosis de esa genuina variedad de lo español que es el catalanismo político en separatismo desaforado es su carácter inducido desde el poder delegado por un Estado instalado en el nirvana de la cobardía. La siembra viene de lejos a través de la transferencia sin control de la Educación y el dineral destinado a comprar a los medios de comunicación. Raholas y raholos festejan a diario la espontaneidad con que el pueblo catalán se moviliza para ejecutar obedientemente los dibujos geométricos diseñados por sus autoridades, pero una parte no pequeña de las cuerdas de su lira tañe por cuenta del erario.

Y no olvidemos en qué fuentes del Nilo se engendró esta crecida: sus propios trovadores reconocen que si Rajoy hubiera aceptado el 20 de septiembre de 2012 negociar con Mas un pacto fiscal que acotara la solidaridad de doña Cataluña con doña Andalucía y doña Extremadura -¡ah comunidades impostoras, entes administrativos voraces que nos chupáis la sangre con vuestras ínfulas rebozadas en polvorientos yelmos de Mambrino!- el independentismo sumaría hoy 20 puntos menos.

Cuando hace unos días Santiago Muñoz Machado me envió su libro Cataluña y las demás Españas lo abrí con avidez pues pocos aúnan su conocimiento histórico, capacidad intelectual y dominio de la técnica jurídica. El relato es impecable pero desemboca en una inquietante rendición: puesto que el «uniformismo excesivo resulta evidentemente frustrante» para los catalanes y no hay quien retire ya las tazas del café para todos, otorguemos a Cataluña «mayores poderes legislativos y ejecutivos, acompañados de un robustecimiento de su aparato institucional», a costa de «reducir las atribuciones y responsabilidades del Estado», previa reforma de la Constitución «si es necesaria».

No, no y no. Estoy de acuerdo en que la conciencia de identidad es mayor en Cataluña que en otras «nacionalidades o regiones» pero, como decía Aznar, la jarra de lo que el Estado puede ceder sin dejar de existir está ya vacía. Si en España urge algún tipo de devolution en aras de la eficiencia es al Estado. Reformemos la Constitución sí, pero reduciendo como las agencias de calificación de riesgo el rating de las demás comunidades y manteniendo estable con perspectiva negativa el de Cataluña y el País Vasco.

Yo acudiría a esa mesa de negociación reconstituyente con la propuesta del caballerito de Azkoitia Valentín Foronda, tan ilustrado como vasco: «Dividiría la España en 18 secciones cuadradas que se nombrarán número 1, número 2, etc. Seis para el Norte, 4 para el Sur confinante con él, cuatro para el mediodía y cuatro para el centro que linde con él. Quitaría los nombres de Vizcaya, Andalucía, etc. como origen de disputas crueles, pueriles y funestas». Empezando ahí, podemos ser todo lo flexibles que haga falta.

Lo que no sería en todo caso de recibo es recompensar esta especie de demostración sindical, con desobediencia al Tribunal Constitucional incluida, que se representa en la Disneylandia separatista. Como dice Gregorio Morán, «hay que frenar la estupidez». ¿Cómo? Situando a Mas y Junqueras ante la fábula de «aquel perro que llevando en la boca una presa de carne, al pasar un riachuelo era mayor la que en el agua se le representaba y, codicioso, soltó la que tenía en la boca segura para asir la que miraba incierta dentro del arroyo, quedando burlado sin una y sin otra». Así funciona el artículo 155 de la Constitución, concebido para materializar este apólogo del ministro Patiño y situar a los catalanes en la disyuntiva de «perder lo seguro por lo incierto».

Total que mientras esperamos a que el estólido en su estrago acabe su sudoku, conste en acta que si en aquella España sin ley Larra dictó su sentencia más terrible -«Asesinatos por asesinatos, ya que los ha de haber, estoy por los del pueblo»-, desde el imperio de la razón yo digo que, tanto si las actuales se escriben con uve de victoria como dicen sus patrocinadores, con uve de vergüenza como alega Cayetana Álvarez de Toledo o con uve de Uvezquistán como descubrió in situ Pérez Andújar, bullangas por vullangas, me quedo con las del siglo XIX.

Pedro J. Ramírez, exdirector de El Mundo.

1 comentario


  1. Lo único que se entiende aquí es la metáfora del perro, en que la independencia es algo seguro y quedarse en España algo incierto.
    Gracias por los insultos que haces a los catalanes llamándolos indocumentados.

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