Washington y El Cairo

Se supone que el mes de agosto, hasta el día del Trabajo (este año es el 2 de septiembre), debería ser un mes tranquilo en Washington, como en la mayoría de capitales. No obstante, por desgracia siempre se produce algún episodio o acontecimiento. Este año se trata de Egipto y de la crisis de Oriente Medio en general.

Se convocan conferencias de prensa con carácter urgente, senadores y congresistas visitan las capitales de Oriente Medio en lugar de dirigirse a Cape Cod o a otros lugares turísticos. Embajadores y expertos trabajan horas extras, se asiste a encendidos enfrentamientos en programas especiales en televisión e incluso la bolsa acusa la situación. ¿Cuáles son las causas de todo ello? Surge de improviso una crisis importante y hay que hacer algo de forma inmediata; de lo contrario, las consecuencias de la inacción serán horribles.

Normalmente, se exagera la importancia del peligro y de la urgencia. Es cierto que se ha producido un derramamiento de sangre en Egipto, pero se ha limitado en conjunto a dos barrios de El Cairo. ¿Fue una matanza? Los cálculos de los muertos oscilan entre 200 y 2.000; indudablemente, una gran tragedia. Sin embargo, más gente muere cada día en Iraq y muchas, muchas personas más mueren en Siria. ¿Dieron los militares egipcios un golpe de Estado que derrocó a un presidente elegido democráticamente? Por supuesto, y todo intento de negarlo es, sencillamente, ridículo. Por desgracia, no todos los líderes elegidos democráticamente son demócratas. El partido nazi obtuvo el 44% de los votos en las últimas elecciones libres en marzo de 1933; el partido Justicia y Libertad obtuvo más votos que todos los demás partidos (24%) en las elecciones del 2012.

Ahora bien, ¿no resulta injusto e improcedente equiparar a los Hermanos Musulmanes con el nazismo? Naturalmente no son lo mismo, pero en los meses en que Morsi estuvo en el poder fue avanzando hacia una especie de fascismo de carácter religioso con bastante rapidez; desde luego, no le guiaban principios democráticos. Las minorías no gozaban de protección y cabe abrigar dudas sobre si bajo el poder de los Hermanos Musulmanes las elecciones hubieran sido libres en el futuro. Todo ello no convierte necesariamente a los generales que organizaron el golpe en protectores de la democracia.

Los políticos estadounidenses (y los occidentales en general) consideran que este panorama es extremadamente confuso. En efecto, ¿cómo actuar en una situación en la que ninguna de las partes aprobaría un examen de democracia? Kerry, el secretario de Estado estadounidense, hizo pública una declaración según la cual el golpe expresaba el deseo de la mayoría, mientras que el presidente adoptó una postura más próxima a los Hermanos Musulmanes y amenazó a los militares con suprimir la ayuda militar. De esta forma, Obama logró suscitar el antagonismo de ambas partes, porque, para los Hermanos Musulmanes, Occidente era el enemigo por excelencia sin tomar en consideración si Washington mostraba una postura amiga u hostil hacia ellos. No sabemos si Obama seguía sus propios instintos o el consejo de sus asesores, pero era una política equivocada. Además, quienes en EE.UU. o en Occidente han acudido en ayuda de los perseguidos Hermanos Musulmanes se han visto en aprietos, pues la cofradía no ha hecho realmente una oposición no violenta al estilo de Gandhi, sino que ha quemado iglesias y se ha involucrado en actividades similares.

¿Qué podría hacerse en tales circunstancias? Todo el mundo ha pedido moderación y control. Catherine Ashton, alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, fue a El Cairo y visitó a Morsi bajo detención. Cosa que no impresionó a nadie, ni a los generales ni a los Hermanos Musulmanes. Los generales dijeron a una delegación de senadores republicanos que El Cairo no entendía las razones por las que los estadounidenses habrían de apoyar a los Hermanos Musulmanes. Washington ofrecía buenos consejos a El Cairo, pero los generales y sectores progresistas le dijeron que no se había pedido consejo y que los estadounidenses no comprendían la situación egipcia.

Rusia y China siguieron una línea más sensata y razonable. Permanecieron en silencio, dando por supuesto que, si en un país determinado, dos bandos hostiles querían matarse recíprocamente, poco podían hacer los forasteros salvo realizar una operación de ocupación que, por supuesto, nadie quería. Un diplomático británico que posteriormente trabajó para Gadafi indicó que, aunque los diplomáticos no son médicos, deberían actuar de acuerdo con los principios que Hipócrates recomendó que tuvieran en cuenta sus colegas médicos, uno de los cuales era que el primer y supremo deber es no hacer nada susceptible de empeorar aún más una mala situación.

Abstenerse de intervenir y mantenerse apartado cuanto sea posible del conflicto es una de las posibles vías abiertas que se ofrecen a EE.UU. y, probablemente, la más segura y fiable. No hay salida buena de la situación egipcia y lo propio parece ser válido en el caso de Oriente Medio en general. Debería haber estado claro desde el principio de la primavera árabe, pero no lo estuvo. Un día se escribirá la historia de la primavera árabe y los historiadores toparán con grandes dificultades para entender por qué se produjo un optimismo tan fuera de lugar.

Walter Laqueur, consejero del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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