Washington y la economía

En la actualidad (y esto no cambiará a corto plazo) sólo hay una anotación en la agenda política de Washington: la situación de la economía. ¿Cómo marcha la economía? A principios de año, se nombró una supercomisión del Congreso estadounidense compuesta de doce miembros, seis demócratas y seis republicanos, para elevar propuestas destinadas a reducir la deuda estadounidense en una cuantía de 1,3 billones de dólares durante los próximos diez años. Los debates acabaron en fracaso total. Las diferencias entre los dos partidos eran demasiado grandes. Todos los partidos coinciden, prácticamente, en que para alcanzar el objetivo en cuestión hay que reducir el gasto y aumentar los ingresos. Aumentar los ingresos significa mayores impuestos a los ricos; es decir, en términos generales, a los que ganan más de 200.000 dólares al año. El fracaso en alcanzar algún tipo de acuerdo revierte negativamente sobre el Congreso y sus funcionamiento. La popularidad de Obama ha disminuido pero el respeto por el Congreso ha bajado aún más y se sitúa en un 9%, un mínimo histórico.

Algunos demócratas sostienen que si se pusiera punto final a las guerras de Afganistán e Iraq y se recortara el presupuesto de Defensa no habría crisis. De hecho, los gastos en cuestión son elevados y los recortes drásticos revertirían en un ahorro de bastantes millardos de dólares al año. No obstante, son reducidos en comparación con los denominados derechos sociales (jubilaciones, atención sanitaria, subsidio de paro), de coste mucho más alto. Los demócratas se muestran renuentes a la imposición de recortes importantes que afecten al gasto social, lo que añadiría mayor desgracia a la situación de quienes ya sufren suficientes penalidades.

Deberían reformarse de forma radical diversas cuestiones: EE.UU. gasta actualmente casi un 17% de su presupuesto en sanidad (unos 8.000 dólares por persona), dos veces más (o aún más) que otros países desarrollados. Este gasto podría tal vez justificarse si los estadounidenses disfrutaran de mejor salud, de una vida más larga y de una calidad de vida más elevada que la de otros países. Pero la atención sanitaria europea abarca prácticamente la totalidad de la población, cosa que no sucede en el caso estadounidense. Las razones del elevado coste de la sanidad estadounidense son bien conocidos, pero ninguna Administración se ha atrevido hasta ahora a abordarlas y a introducir cambios.

Pero si bien los demócratas hacen frente a espinosos problemas y proponen un programa eficaz y realista para reducir la deuda interna, los republicanos han salido del debate en mucha peor situación. Los candidatos opuestos a los líderes del partido y a su candidatura a la presidencia distan de resultar espectaculares. Hacen caso omiso de la política exterior que, a su entender, carece de importancia, ya que a su juicio habría que centrarse en la política interna. Su programa económico es de cortas miras, si no absurdo. Coinciden en un punto, no subir los impuestos (que descendieron con Bush). Por ello, se han ganado la reputación de ser un partido que defiende los intereses de los muy ricos, y como hay muchos que no pertenecen a esa categoría, tal estrategia cobraría posiblemente el aspecto de una conducta suicida desde el punto de vista político: ¿cómo pueden esperar un triunfo electoral con una plataforma como esta? Sólo jugando con la hipótesis de que la mayoría de electores no llegue a comprender el alcance de las cuestiones en liza, pero tal suposición resulta arriesgada. Su argumento de que subir impuestos obstaculizaría la inversión e inhibiría el crecimiento no se ha demostrado en época de crisis.

Esta política incomoda en grado sumo a figuras republicanas con visión inteligente sobre la situación; de hecho, varias de las personas más ricas han dicho que los riquísimos deberían pagar más impuestos, pero de momento no moldean la política del partido. ¿Cómo acabará todo esto? Dado que la supercomisión no logró alcanzar un acuerdo, las próximas semanas presenciarán una lucha enconada por el presupuesto del año próximo; por ejemplo, sobre la cuantía de fondos que cabe asignar al departamento de Defensa y sobre los recortes en derechos sociales. la mayoría de republicanos quiere unos Estados Unidos fuertes y, aunque insisten en la cuestión de los recortes gubernamentales radicales en otros sectores, dicen que no debería tocarse todo lo referente a la potencia militar del país.

En materia de pronósticos a largo plazo, hay amplias diferencias de opinión. Para algunos, es demasiado tarde para emprender reformas radicales y el capitalismo, tal como se practica en EE.UU., está condenado debido a los excesos, la codicia y la estupidez. Son menos explícitos sobre qué sistema podría reemplazarlo; el socialismo, no, tras sus fracasos en Rusia y China.

Los optimistas dicen que nadie debería infravalorar la capacidad de recuperación de EE.UU. incluso de una crisis muy grave. A principios de los ochenta, el país afrontó una honda crisis económica; el paro era entonces aún mayor. Pero a ello siguió el más prolongado auge económico de su historia, que duró unas dos décadas (por cierto, ¿no se financió en parte el auge gracias a la acumulación de la deuda nacional, el mayor problema actual?).

Tal es el principal debate en Washington. Ya que la economía afecta a todo el mundo, todo el mundo se ha convertido en economista, siendo así que en otros tiempos se contaban con los dedos de una mano. Será un debate largo y enconado.

Por Walter Laqueur

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