Weimar, la fragilidad de la democracia

El 11 de agosto de 1919 el dirigente socialdemócrata Friedrich Ebert, en su condición de presidente del Reich alemán, sancionó la primera constitución democrática de la historia de Alemania. Conocida como Constitución de Weimar por haber sido elaborada en el Teatro Nacional de aquella ciudad, estuvo vigente durante 14 años (1919-1933) hasta el ascenso de Hitler al poder. El texto de Weimar fue el documento fundacional de un nuevo tipo histórico de constitución, la constitución democrática que vino a reemplazar a la constitución liberal del siglo XIX.

La República de Weimar nació como consecuencia de la derrota militar y el colapso del régimen imperial autoritario al finalizar la Primera Guerra Mundial. En octubre de 1918, con la intención de poder llegar a un acuerdo de paz con el Gobierno de Estados Unidos, se llevó a cabo un intento de parlamentarización del régimen. Pero ya era tarde, y tras el derrumbe militar se produjeron una serie de movimientos revolucionarios que desbordaron al Gobierno y determinaron que el último canciller del imperio transfiriese sus poderes al dirigente socialdemócrata Ebert para que se pusiera al frente de un Gobierno provisional. El 9 de noviembre se proclamó la República. Desde ese día y hasta el momento de su muerte, Ebert consagró su vida al establecimiento y consolidación de un régimen democrático parlamentario en Alemania. Para ello, y venciendo las resistencias de los partidarios de una “democracia de consejos” (según el modelo soviético), convocó elecciones para una Asamblea constituyente que tuvieron lugar el 19 de enero de 1919. Asamblea que, reunida en Weimar, elaboraría el texto constitucional.

Weimar, la fragilidad de la democraciaLas elecciones constituyentes alumbraron una Cámara en la que los partidarios de la República democrática eran mayoría. La denominada Coalición de Weimar estuvo integrada por los socialdemócratas, los liberales progresistas del partido democrático y los católicos del Zentrum, que obtuvieron en conjunto 329 de los 423 escaños en juego. El primer Parlamento democrático de Alemania tuvo una presencia femenina considerable (37 diputadas), sin parangón en ningún otro país. Hubo que esperar a la década de los ochenta para alcanzar de nuevo ese porcentaje de mujeres diputadas. El resultado de esas primeras elecciones no volvió a repetirse. Los partidos comprometidos con la nueva República fueron perdiendo apoyo electoral —desde 1920, en el que la coalición de Weimar perdió la mayoría— en beneficio de los enemigos del régimen. En las elecciones de noviembre de 1932, los partidos nazi y comunista que aspiraban abiertamente a la destrucción de la República obtuvieron conjuntamente más del 50% de votos y escaños.

La Asamblea Constituyente elaboró un texto técnicamente solvente y políticamente avanzado. En su parte orgánica establecía un régimen parlamentario y federal —con un impulso centralizador muy considerable— y su parte dogmática contenía un amplio catálogo de derechos que incluía, también por vez primera, muchos de contenido económico y social. Hacía hincapié en la educación y en la cultura.

No fue, por tanto, el texto, sino el contexto de Weimar el que determinó su trágico destino. La República fue hija de la derrota. La firma del Tratado de Versalles —impuesto a Alemania tras su derrota por los vencedores de la Primera Guerra Mundial— marcó el sentimiento colectivo. Un sentimiento de humillación por el artículo 231 que establecía la culpabilidad alemana en el conflicto y abría la puerta a la exigencia de unas reparaciones económicas que, entre otros efectos, provocó la hiperinflación de 1923. El país superó ese momento, pero no pudo afrontar con éxito las consecuencias de la crisis de 1929 que llevó al paro a la tercera parte de la mano de obra alemana.

¿Qué lecciones cabe extraer de aquella primera experiencia democrática alemana?

La primera, que un sistema democrático para ser viable tiene que ser eficaz. Weimar no lo fue debido al comportamiento irresponsable de los partidos políticos que debieron vertebrar el sistema. El sistema proporcional unido a la falta de cultura política pactista condujo a una inestabilidad crónica. Entre 1919 y 1933 hubo 20 Gobiernos en Alemania. El más duradero, la gran coalición de H. Müller (1928-1929), duró 21 meses. Solo dos Parlamentos completaron su mandato de cinco años. Se consideraba un éxito de duración dos años, porque hubo muchos cuya existencia se contó por meses. Los socialdemócratas —desoyendo las lúcidas advertencias de Ebert— prefirieron la comodidad de la oposición a la responsabilidad del Gobierno y de 1923 a 1928 se negaron a participar en Gobiernos de coalición. Ni siquiera cuando se alumbraba una coalición de Gobierno estaba garantizado el respaldo de los diputados de los partidos que conformaban aquella. Cuarenta y cinco diputados socialdemócratas se negaron a respaldar al primer Gobierno de Stresemann en el que contaban con cuatro ministros. El antiparlamentario “no es no” que tantos partidarios tiene en la actual clase política española destruyó la democracia de Weimar.

La segunda, que la democracia se sustenta en la confianza de los ciudadanos en las instituciones. La ineficacia del sistema condujo inexorablemente a la erosión de la confianza ciudadana en él. En la medida en que el Parlamento solo era capaz de alumbrar coaliciones negativas y no servía para encauzar y resolver los graves problemas del país, los ciudadanos dejaron de confiar en él.

La tercera, que un sistema democrático debe defenderse de sus enemigos, entre los que hay que incluir necesariamente a todos los que apelan a la violencia y aspiran a su destrucción. Weimar no lo hizo. Muchos partidos contaban con fuerzas paramilitares. La violencia revolucionaria de la extrema izquierda fue combatida con contundencia y eficacia, pero no así la de extrema derecha. Esta perpetró cientos de asesinatos políticos en un clima de impunidad.

La cuarta, que el funcionamiento del Estado democrático requiere siempre de la lealtad —a sus valores e instituciones— del funcionariado civil y militar. En Weimar, tanto los altos funcionarios como los oficiales del Ejército, así como la mayor parte de la judicatura, consideraron la república democrática como la única opción que, a la altura de 1918, podía evitar una dictadura comunista. Pero nunca se comprometieron con sus valores. Finalmente, no tuvieron reparos en optar por el nacional-socialismo como definitivo baluarte contra el comunismo.

En definitiva, la primera experiencia democrática de la historia de Alemania puso de manifiesto la fragilidad inherente a toda democracia. En la medida en que —como advirtió Kelsen en aquellos días— la esencia de la democracia son el acuerdo y el compromiso, requiere de una determinada cultura política para sobrevivir. En Weimar, la polarización extrema hizo imposible el compromiso, y la democracia se quebró. Recordarlo hoy es una buena forma de conmemorar el centenario de la aprobación del texto fundacional del constitucionalismo democrático.

Javier Tajadura Tejada es profesor de Derecho Constitucional en la Universidad del País Vasco.

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