Hace poco más de un mes el mundo ya pudo asistir al gran destape informativo que generó Wikileaks, y el tema, curiosamente, tuvo ya entonces diversas facetas. Por un lado, la información desvelada: ¿era realmente revolucionaria a su manera, inédita, ponía sobre la mesa sorpresas espectaculares? Por otro lado, Wikileaks (y su director/promotor) como protagonista de la noticia: ¿qué o quién es Wikileaks? ¿De dónde saca sus recursos y obtiene su información, etcétera? ¿Es tan inasible como parece? ¿Es la versión más radical de que en internet todo es posible (sea verdad o no)? En tercer lugar, incluso algo de culebrón: ¿por qué de repente la cabeza visible de Wikileaks, que decide pasar una temporada en Suecia, se enfrenta a varias denuncias de tipo sexual, una al menos por violación, y por qué la fiscalía sueca primero les da curso, luego las retira, después las da por sobreseídas, y ahora al menos una causa sigue abierta? Mister Wikileaks, ¿tiene una vida sexual que bordea el Código Penal? ¿O solo es un libertino después de filtrar sus documentos, y mira por dónde, da libre curso a su desenfreno justamente en Suecia? Este señor haría bien en no fiarse ni de su propia sombra al levantarse por la mañana.
Dicho esto, ¿qué hay de nuevo esta vez? Si cualquier periódico del mundo puede acceder de golpe a 250.000 documentos secretos, hay un problema; mejor dicho, dos problemas. El primero es que el verdadero agente secreto es el que, en un golpe de audacia, consigue una, a veces dos, informaciones secretas cruciales. ¿Doscientos cincuenta mil de golpe? No sé si hay tantos secretos por guardar y la cantidad desmerece la calidad. La cuestión central es otra, sobre la que volveremos.
La Administración de EEUU espió a Ban Ki-moon. Bien, estas cosas no se hacen, o, si se hacen, no se dicen, y, si salen, las niegas: hasta aquí el abecé del manual del agente principiante. Equivocarse aquí es un suspenso en junio y en septiembre. Pero, además, es cosa sabida -pero nunca admitida—que cuando hay que cambiar al secretario general de las Naciones Unidas hay un proceso formal de selección, aprobación y nombramiento, que describe la normativa de la organización, y un proceso real, material, entre bastidores, que se resume así: si alguno de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad dice que no, va a ser que no. Pactan entre ellos, tanto a la alta, como a la baja. Si el anterior brilló mucho o fue bastante autónomo (por ejemplo Kofi Annan), el siguiente será de perfil más diluido. Pasa también en la Comisión Europea, no habrá otro Jacques Delors en mucho tiempo. Pero, además, hay que informarse para evitar sustos. Kurt Waldheim, ya elegido y en su cargo de secretario general, acabó admitiendo que en la segunda guerra mundial no estudiaba Medicina en Viena, sino que era un teniente de las Waffen SS muy, muy activo en los Balcanes. Solo que se le había olvidado. ¿Que la casa Blanca no se acaba de fiar de Berlusconi y de Sarkozy? Ah, la noticia sería, si se filtra, que el 90% de los gobiernos del mundo y de los ciudadanos italianos y franceses se fían de ellos. Los gobiernos árabes piden poner fin a la amenaza nuclear: ¡pero si es la posición oficial de todos ellos y, en teoría, de todos lo gobiernos que son miembros del Tratado de No Proliferación! (es decir, todos menos la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte). A EEUU le preocupa que el Gobierno de Turquía tenga una supuesta «agenda islamista oculta». Vaya, a muchos gobiernos de la UE también.
Si todo es de este calado, hay que volver la vista hacia lo que, en última instancia, es esencial, y se trata de tres cosas.
La primera es que, como ya dijimos haces unas semanas, este fenómeno masivo en la red consolida su impacto mediático y su credibilidad básicamente cuando lo avalan y endosan los medios de comunicación tradicionales, y en particular la prensa escrita. Daniel Ellsberg, sin internet, ya lo demostró con el escándalo de los Papeles del Pentágono de 1971, cuando puso al descubierto cosas mucho más secretas y graves en relación a la guerra de Vietnam. Medios de comunicación tradicionales, estáis de enhorabuena…
La segunda es que los medios, si quieren ser responsables, y de ello depende su credibilidad, realmente han de depurar de lo que publican todos los nombres y datos concretos de personas que podrían sufrir daños irreparables, porque una cosa es la información y otra la delación. Pero en esta línea, la defensa de la Casa Blanca ha sido nuevamente muy débil. Que las embajadas envían telegramas, todo el mundo lo sabe. Que dicen cosas que no deben ser leídas por todos, igualmente.
Esto nos lleva a la última y más importante cuestión: la Administración de EEUU (y no solo la Casa Blanca) tiene un problema, que técnicamente los expertos llaman «brecha de seguridad», y nosotros llamaríamos «fallo masivo en la custodia de documentación oficial». Y de esto no pueden culpar ni a Sarkozy, ni a Ban Ki-moon, ni a Ahmadineyad. Si acaso a internet, pero en la red solo sale lo que alguien ha metido en ella.
Pere Vilanova, catedrático de Ciencia Política de la UB.