Wilders, otra amenaza para la Unión Europea

Las alarmas en Bruselas saltan al tiempo que el neerlandés Geert Wilders, el polémico líder del Partido de la Libertad, sube en las encuestas. Si bien su ventaja después de las últimas cifras publicadas no está tan clara frente al partido del actual primer ministro, Mark Rutte, del Partido Popular por la Libertad y la Democracia, muchos temen que una fuerza política euroescéptica se convierta en el primer partido en uno de los estados fundadores de la UE.

Wilders, un experimentado político de la extrema derecha, ya está siendo y será el claro protagonista de estas elecciones parlamentarias. No obstante, el sistema proporcional de circunscripción única de los Países Bajos impediría la posibilidad de que su partido gobierne en solitario, pues ni en las encuestas más optimistas alcanza el 20% de los votos. Su victoria, no tan segura como parecía hace un par de meses, tendría que ir seguida de duras negociaciones en busca de una coalición, negociaciones que se auguran difíciles en un escenario en el que la mayoría de políticos ha adelantado que no pactará con el polémico líder.

Sin embargo, aquellos que ven un Gobierno de Wilders como una epopeya imposible tal vez deban revisar la historia reciente del país. El candidato, que lleva 19 años en la vida pública, compartía partido con el actual primer ministro, hoy su principal adversario. De hecho, en 2010 Rutte se apoyó en el Partido de la Libertad para poder formar Gobierno junto con la democracia cristiana. Unos recortes presupuestarios exigidos por Bruselas en 2012 y aceptados por el Gobierno de Rutte llevaron a que Wilders retirase su apoyo parlamentario a la coalición y obligara a convocar elecciones anticipadas. Sucedía aquí un nuevo nacimiento político de Wilders: demostraba que abandonada su pasado liberal-conservador para hacerse un abanderado de la soberanía nacional frente al “totalitarismo” de Bruselas.

Imposible comprender este segundo nacimiento sin contextualizarlo en el ciclo político continental y mundial que lo rodea. Hace no tanto fuimos testigos de unas elecciones parecidas, las de Austria, en las que un político euroescéptico y xenófobo llegaba a la segunda vuelta. La victoria del candidato verde Hofer tranquilizó sobremanera al resto de líderes europeos, especialmente si atendemos a la pequeña diferencia porcentual por la que terminó ganando Van der Bellen.

Pero la importancia de los procesos electorales para el futuro de Bruselas va in crescendo: Países Bajos es uno de los fundadores del proyecto regional europeo y es además la quinta potencia económica de la UE. Aun si no lograra formar Gobierno, la victoria de Wilders, quien ha declarado sin ambages su voluntad de salir del proyecto europeo, supondría un obstáculo más para la legitimación del ya debilitado sistema comunitario.

La retirada del apoyo al Gobierno de Rutte en 2012 simbolizó un viraje estratégico del Partido de la Libertad. Geert Wilders dejó en parte de lado su faceta de político conservador, famoso por sus declaraciones xenófobas, para convertirse en un defensor del pueblo frente a la élite que lo había abandonado. Este candidato ya ha manifestado públicamente su cercanía ideológica con Trump y Le Pen, y se refiere al actual contexto político como la “primavera nacionalista”, un despertar que a sus ojos recorre -y no solo- el bloque occidental.

Podemos encontrar un símil muy sugerente si comparamos el viraje de Wilders y el relevo generacional entre Jean-Marie y Marine Le Pen. Marine abandona el antisemitismo y el filofascismo de su padre, que destinaba al Frente Nacional a ser un partido de minorías, para adueñarse de los valores republicanos franceses. Ella convertiría así al Frente Nacional en el partido del pueblo frente al establishment, representado por la élite política, económica y por la Unión Europea.

Wilders captó la fuerza de este mensaje pronto y entendió que la reivindicación de la soberanía nacional, “secuestrada” por el régimen totalitario de Bruselas, era un mensaje con la suficiente fuerza como para convertir el suyo en el primer partido de los Países Bajos.

Su sencillo y breve programa electoral recoge su intención de desislamizar los Países Bajos, salir de la Unión Europea y reducir el presupuesto en ayuda exterior e innovación para poder aumentar así el de defensa. Asimismo, plantea disminuir la edad de jubilación a la vez que promete aumentar las pensiones y bajar los impuestos.

Su cruzada contra el islam ha sido una de las reivindicaciones que se ha mantenido constante durante toda su carrera política. De hecho, sus frecuentes ataques a esta religión le han acarreado amenazas por las que va acompañado de personal de seguridad las 24 horas del día desde hace una década.

Sin negar el peso de la seguridad y del mensaje xenófobo, el éxito de Wilders se encuentra muy vinculado a su discurso populista de diferenciación entre pueblo-élite. Las amenazas, junto con los procesos judiciales abiertos contra él por sus declaraciones contra los marroquíes, sirven a su intencionada estrategia de verse como una víctima del establishment.

En el caso de Países Bajos, la lectura de la austeridad y el paro para entender el auge del populismo sirven de poco: aunque afectada por la crisis de 2008, la economía del país ha sabido recuperarse bien y lograr un crecimiento del 2,1% en 2016. No obstante, no puede olvidarse la subida del desempleo durante el 2014, que llegó casi a un 8%, cifra alarmante para el país, aunque logró revertir la tendencia.

¿Qué lleva entonces a los neerlandeses a optar por el euroescepticismo? A la numerosa llegada de migrantes de los países del sur de Europa le ha seguido el debate alrededor de la política de cuotas con los refugiados. En un país con una alta densidad de población -501 habitantes/km², más por ejemplo que Japón-, se esgrimen a diario argumentos de sobrepoblación y pérdida de identidad.

Sin embargo, hay algo más. La percepción de que los neerlandeses han perdido el control de su destino y que la cesión de soberanía a Bruselas avanza hacia límites insospechados sirve como argumento cada vez más potente en una población donde crece el euroescepticismo de manera frenética.

Por suerte para Bruselas, Wilders no es visto como un buen compañero de coalición: la inesperada retirada de apoyo al Gobierno en 2012 lo convierte a ojos de otros grupos en un aliado desleal y con demasiado peso mediático.

Su posible victoria en las urnas, siempre limitada por las circunstancias mencionadas, no parece que vaya a resultar en un Gobierno liderado por Wilders. Eso sí, la popularidad de un líder que vence frente al establishment pero al que se le impide gobernar es un caramelo político: esquiva el desgaste de gobernar y queda a ojos de muchos votantes como el vencedor al que se le pone la zancadilla.

Esto tendría consecuencias en el discurso y las políticas de los partidos que pudieran formar coalición contra él. Muchos, tratando de complacer al electorado de Wilders, ya han apoyado un mayor control fronterizo, especialmente contra la llegada de población musulmana. Menos probable es que la coalición que se forme adopte medidas proteccionistas en lo económico, como el líder del Partido de la Libertad ya reivindica.

En suma, el resto de fuerzas pasarían por el aro si las diferencias con Wilders se limitaran a su discurso xenófobo y antiislámico, como demuestra la coalición de 2010, pero en ningún caso aceptarían las medidas proteccionistas en lo económico y de retirada del proyecto europeo que propone el candidato. Con todo, parece que el atomizado sistema neerlandés frenará la opción antieuropea. Habrá que esperar a la carrera por el Elíseo para ver un poco de conmoción en Bruselas.

Inés Lucía Orea es graduada en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid, máster en Gobernanza Global y Derechos Humanos por la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la dirección de la revista 'El orden mundial del siglo XXI'.

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