Wuilly Arteaga: Nueva York ha sido mi escuela de la libertad

El 14 de agosto de 2018 por la tarde, el violinista autodidacta Wuilly Arteaga tocó para los pasajeros que transitaban por la estación de metro Penn Station de Nueva York. Credit Ashley Gilbertson para The New York Times
El 14 de agosto de 2018 por la tarde, el violinista autodidacta Wuilly Arteaga tocó para los pasajeros que transitaban por la estación de metro Penn Station de Nueva York. Credit Ashley Gilbertson para The New York Times

Mi violín siempre ha sido mi boleto a la libertad.

Crecí en Valencia, Venezuela, en una familia cristiana evangélica pobre. Me encantaba ir a un café internet, donde aprendía sobre música. El dueño me dijo que si lo ayudaba con el negocio, me pagaría. Utilicé el dinero que gané para comprar un violín barato. Solo tenía el efectivo suficiente para la mitad: con amabilidad, el propietario me dijo que podía pagar el resto después.

Mi familia no lo consintió. Me prohibieron tocar y me obligaron a dedicarme a la iglesia y a nuestra fe. Así que, a los 15 años, escapé de casa y comencé a practicar en las calles.

Desde entonces, mi escuela de música siempre ha estado afuera.

Toqué mientras mi país colapsaba, en esquinas y manifestaciones contra el gobierno. Toqué para los carteristas mientras le robaban a la gente, para que no me asaltaran ni me mataran a mí. También toqué durante las protestas de 2017, y en una de ellas la Guardia Nacional me disparó con balas de goma, me arrojó gas lacrimógeno y destruyó mi violín.

Ese año, el gobierno me metió a la cárcel y me torturó. Lo que me permitió sobrevivir ese mes tras las rejas fue la convicción de que interpretaría música una vez más.

Y así fue. Pero ahora toco aquí, en Estados Unidos, donde puedo hacerlo en libertad.

Al principio, todo acerca de la ciudad de Nueva York me asustaba. Por ejemplo, cuando llegué creía que el Bronx era mucho menos seguro que Caracas, porque había escuchado que era una zona peligrosa. Pero en el Bronx descubrí que puedo caminar con seguridad por la calle antes de que salga el sol. Caracas no es así; allá no puedes salir con ropa de marca ni teléfonos inteligentes sin el riesgo de que te asalten. Todo aquí es más seguro.

Aun así, me sentía intimidado, asustado de ser insignificante en una ciudad de tanto talento y tantas culturas. Pero he superado esa reticencia gracias a mi violín, otros músicos y el metro.

Mi lugar favorito para tocar es el interior de la Penn Station, donde la acústica es muy buena. Ahí llegan viajeros desde muchas partes muy distintas del país, y siento que les doy la bienvenida a Nueva York.

También me encanta Times Square. Ahí me siento como si estuviera tocando en Madison Square Garden. Las personas gritan, aplauden y bailan como si estuviera en un concierto. Me hacen sentir como una estrella.

Cuando termino de tocar, compro algo de comer con las propinas que me dan. Con ese dinero me mantengo a mí y a mi familia en Venezuela. Cuando toco, aunque sea solo un rato, gano buen dinero porque los neoyorquinos son muy generosos.

Dos o tres veces, la gente se me ha acercado con un billete de cien dólares y me ha ofrecido palabras de aliento. Muchas personas me dan billetes de dos dólares. Me enteré de que son de buena suerte, algo que ahora siento que encontré.

Hay una experiencia que jamás olvidaré: eran las dos de la mañana y un policía se me acercó para decirme que no podía tocar después de la una. El público le pidió que me dejara seguir; insistí en que él solo estaba haciendo su trabajo. Después el policía me dijo que le encantaba mi música, pero que no tenía cambio para darme. Así que me dio el parche de su uniforme de policía. Fue una acción sencilla, pero, para mí, dadas mis experiencias con la policía venezolana, fue invaluable.

También me han asombrado otros músicos que he conocido en las calles de la ciudad. Una de las primeras que me sorprendió fue una cantante llamada Marley. Cerca de la medianoche, pasé por la calle 34. Ella estaba cantando con tanta inspiración que tenía los ojos cerrados, aunque había gente a su alrededor. Me recordó la época en la que tocaba durante las manifestaciones. Le dije que su voz era muy hermosa y, cuando se dio cuenta de que no hablaba bien inglés, me habló en español. Hablamos y cantamos juntos esa noche, improvisando.

Al día siguiente, llevé un amplificador y comencé a tocar sin miedo, porque entendí que aquí podía tocar con los ojos cerrados sin preocuparme de que la policía me hostigara o me atacara. Pude conocer a otros músicos, y ahora a veces tocamos juntos cinco o seis de nosotros, como en un gran concierto. Me encanta lo abiertos que son los neoyorquinos; si les gusta tu música, jamás dudan en demostrártelo.

Así como las calles de Venezuela fueron mi escuela de música, las calles de Nueva York han sido mi escuela de libertad. Aquí, cada día, aprendo su verdadero significado.

Wuilly Arteaga es un violinista autodidacta y disidente venezolano.

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