Xavi Hernández, ‘resa per nosaltres’

Algún osado tendría que escribir la aportación trascendental del Barça a la historia de la selección española de fútbol. Debería dedicarle un largo capítulo a este europeo y en concreto a la contribución de la pletórica pareja, es decir, a Xavi e Iniesta.

Los creadores de juego no tienen suerte plástica. No crean carteles. Las imágenes las acaparan goleadores y porteros. La prensa mundial ha publicado fotos (vivo en Estados Unidos, país no futbolero, y doy fe ) del gol de Torres y algunas otras de Casillas levantando la copa o deteniendo el segundo penalti. Incluso reconocido, con obvia justicia, como el mejor jugador del torneo, no hay prácticamente ninguna imagen de Xavi, el hombre probablemente más decisivo en la consecución de este campeonato por parte de España. Es el sino de los cerebros, ceder el protagonismo a los que logran "meter la cosa redonda en el sitio rectangular", como diría aquel entrenador.

El gol de Torres, justamente el momento en el que el Niño la pica astutamente por encima del cancerbero alemán, ha entrado ya, como el de Marcelino o el de Zarra, en nuestra mitología colectiva. "Anticipación, ritmo y delicadeza en el toque" es como lo define The Guardian. Quedan tapados en la historia el autor del bello pase, marca de la casa, y el gol que el propio Xavi logró contra Rusia y que para muchos nos abría las puertas de la final. Yo no había disfrutado de tal manera con un tanto en un partido clasificatorio desde que Butragueño hizo los cuatro en Querétaro. Solo que esta vez quienes me embelesaban, a mí, madridista, eran jugadores culés.

Resulta curioso notar que, en la mayor parte de las ocasiones en que España ha llegado más alto en competiciones internacionales, la contribución más nutrida e importante al conjunto haya procedido del FC Barcelona. Ocurrió en Río, en 1950, con el equipo del tío Benito Díaz, aquel del que los chavales porfiábamos por los cromos, el día del gol del vasco Zarra, y en el que estaban Basora, Ramallets, Biosca, Gonzalvo y alguno más. El FC Barcelona y el Bilbao eran los que primaban. La fuerte presencia barcelonista se repitió en 1964, cuando vencimos a la URSS, con Yashine de portero, en la final del europeo, en puro franquismo y con Franco en el palco. (Los triunfos en el deporte, aunque algunos no se hayan dado cuenta, no están ni mucho menos casados con la democracia. Argentina ganó el Mundial de fútbol en plena dictadura militar; en los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 las victorias del negro estadounidense Jesse Owens, a pesar de lo impactantes que resultaron por ocurrir en unos Juegos que pretendían mostrar la superioridad de la raza aria, no pudieron ocultar que Alemania tuvo una copiosa cosecha de medallas. Por cierto, no es verdad que Adolf Hitler se negara a dar la mano al atleta americano).

En la alineación de la final de 1964, pues, estaban Iríbar, Rivilla, Olivella, Calleja, Zoco, Fusté, Amancio, Pereda, Marcelino, Suárez y Lapetra. Destacan por su número --tres y medio-- los barcelonistas Olivella, Fusté, Pereda, que daría el pase a Marcelino, y Suárez. Hay solo dos madridistas, Zoco y Amancio. En la Eurocopa que acabó el domingo, el Barça, de nuevo, fue el que más jugadores aportó a la formación inicial de la final, y de forma harto satisfactoria, con Puyol, Xavi e Iniesta. Valencia, Villarreal y Madrid desplegaban dos cada uno, etcétera... Pleno, pues, del Barça en los encuentros importantes.

Los integrantes de la selección permanecieron, como es habitual, mudos cuando sonaba nuestro himno. Normal, dado que sucede desde que el mundo es mundo. Me pregunto lo que pensarán los televidentes de otros países cuando ven a rusos, alemanes o italianos cantando a voz en cuello. ¿Desprecian todos los españoles a su nación o a su Gobierno? ¿Están irritados con la federación porque no les ha prometido primas? ¿Piensan que les da mala suerte cantar antes de jugar? He oído toda clase de cuchufletas entre amigos extranjeros. Sí han logrado los jugadores sacar con profusión las banderas a la calle, lo que no está mal.

Creo, contodo, que es un tanto precipitado concluir alegremente que el éxito de Viena refuerza enormemente la unidad española. No seamos ingenuos. Las tensiones y las veleidades separatistas están ahí. Ya es sintomático que no se instalaran pantallas en todas las grandes ciudades y, lo que es más grave, que en una de las fechas de un triunfo futbolístico "que subrayaba la unidad de España" (partido contra Rusia), en una comunidad autónoma se aprobara una disposición que atenta claramente contra esa unidad. La hazaña de la roja sí ha sido un bálsamo, al menos momentáneo, que es de agradecer. Uno quiere creer, como dijo Cesc Fàbregas --el Señor bendiga su penalti y su clase-- que "esto fue una victoria para un país y para el fútbol".
Volviendo al fútbol, uno recuerda de nuevo a Iniesta, camino de convertirse en uno de los 10 jugadores más rentables de la historia del FC Barcelona. Y, merengue yo, me quito el sombrero ante Xavi, hombre orquesta como Di Stéfano y al que me gustaría parecerme cuando crezca y pueda jugar al fútbol en el Madrid o... en el Barcelona. Xavi Hernández, quédate y reza por y con nosotros.

Inocencio Arias, cónsul de España en Los Ángeles.