Las interferencias alrededor del inminente viaje de Xi Jinping a Rusia -su primera visita a un país extranjero como nuevo presidente de China- me recuerdan a un eslogan de mi temprana niñez a fines de los años 1950: "Rusia-China, amistad para siempre". La ironía es que, incluso en el apogeo de ese eslogan, las relaciones sino-rusas se estaban deteriorando rápidamente y culminaron en espasmos de combate a lo largo del río Amur en Siberia menos de una década después. ¿Ese eslogan es más válido hoy?
Después de que China abrió su economía y Rusia emergió de la Unión Soviética, las relaciones bilaterales entraron en una nueva etapa. Hoy prevalece la buena voluntad, pero permanecen algunas de las viejas sospechas -a la vez que han surgido algunas nuevas.
No se espera que la visita de Xi genere algún avance. Se pueden esperar algunos acuerdos para exportar hidrocarburos a China, pero no mucho más. Sin embargo, la visita pondrá de manifiesto algunas características importantes de la relación bilateral.
Para empezar, los gobiernos tanto ruso como chino pueden permitirse restarle importancia a sus vínculos con Estados Unidos. China ve a Rusia como su retaguardia -y quizás una base- estratégica en su creciente rivalidad con Estados Unidos (aunque todavía no como un aliado). Los líderes de Rusia consideran que la competencia sino-norteamericana se suma favorablemente al peso estratégico de su país que, a diferencia del de China, no resulta favorecido por un crecimiento económico robusto. Cuanto más desafíe Estados Unidos la expansión inevitable del "perímetro de seguridad" de China, mejor para Rusia, o al menos es lo que parecen creer los estrategas del Kremlin.
Mientras tanto, la relación sino-rusa ha alcanzado un grado de calidez sin precedentes. Los chinos están haciendo casi todo lo posible para aplacar los temores rusos. Las antiguas disputas fronterizas se han silenciado. El volumen de comercio está creciendo rápidamente.
Es más, no ha habido ninguna expansión demográfica china en Siberia, aunque muchos periodistas y analistas han hecho circular esa historia. La cantidad de chinos que residen en Rusia -tanto oficial como clandestinamente- asciende a 300.000. Muchos más chinos vivían en el Imperio Ruso antes de la revolución de 1917.
Sin embargo, debajo de la superficie, persiste una sensación de inquietud en la relación bilateral, motivada en parte por razones históricas. Los chinos nacionalistas recuerdan las conquistas de la Rusia imperial, mientras que muchos rusos sienten un temor mórbido por el "peligro amarillo", aunque los mongoles conquistaron China y reinaron allí, mientras que finalmente fueron expulsados de Rusia (para no mencionar que los chinos nunca invadieron Rusia).
Las razones más importantes para la intranquilidad son las tendencias demográficas negativas en la región de Transbaikal en el extremo oriental de Rusia, y el miedo -compartido por todos los vecinos de China- de un poder chino arrogante. De hecho, los analistas tienen una teoría: si persiste el actual cuasi estancamiento económico en Siberia, el mundo será testigo de una segunda edición épica de Finlandización, esta vez en el este. Tal vez ese no sería el peor escenario que podría enfrentar un país, pero no es la perspectiva más agradable para los rusos, dada la sensación profundamente arraigada que tienen de ser una gran potencia.
Este escenario no es inevitable, y por cierto no se les cruzará por la mente a Xi y al presidente ruso, Vladimir Putin, cuando se reúnan en Moscú. China está en los estertores de una crisis de identidad conforme enfrenta una desaceleración económica casi inevitable así como la necesidad de implementar un nuevo modelo de crecimiento.
Mientras tanto, es evidente que Rusia está experimentando una crisis de identidad aún más profunda. De alguna manera sobrevivió al shock post-soviético, y ahora se ha recuperado. Sin embargo, durante los últimos seis años aproximadamente, Rusia ha vivido en una especie de limbo, sin ninguna estrategia, sin objetivos y sin un consenso de la elite respecto de una visión para el futuro.
Para las relaciones sino-rusas, estas incertidumbres fundamentales pueden ser una bendición. Ambos líderes pueden contar con el otro para no crear problemas adicionales, e incluso para ayudar pasivamente en cuestiones geopolíticas. En Siria, por ejemplo, ambos países han demostrado que efectivamente estamos viviendo en un mundo multipolar. Y los nuevos acuerdos sobre petróleo y gas apuntalarán a ambas economías.
En el largo plazo, las relaciones sino-rusas dependerán en gran medida de que Rusia supere su estancamiento actual y, entre otras medidas, empiece a desarrollar los vastos recursos de agua, entre otros, en la región Transbaikal. Para hacerlo, necesitará capital y tecnología no sólo de China, sino también de Japón, Corea del Sur, Estados Unidos y los países del sudeste asiático. La región Transbaikal podría expandir con relativa facilidad sus vínculos con las economías asiáticas necesitadas de recursos, en beneficio de todos. Incluso el problema de la mano de obra se puede solucionar, ya que hay millones de trabajadores de la ex Asia central soviética -y quizá de una Norcorea que se vaya liberalizando gradualmente- en condiciones de formar parte del desarrollo ambicioso que se necesitará.
Sin embargo, el primer paso es empezar a crear las condiciones en la región que hagan que la vida y el trabajo allí les resulten atractivos a los rusos. La cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico que tuvo lugar en Vladivostok el año pasado sirvió para crear un mero enclave de desarrollo. Todavía no se planteó una estrategia de crecimiento para toda la región. Si esto no sucede, la actual entente cordiale entre China y Rusia casi con certeza se echará a perder. Rusia comenzará a sentirse vulnerable y se sentirá empujada hacia una política arriesgada en términos geopolíticos o hacia una sumisión a la voluntad de China.
A esta altura, sin embargo, las relaciones entre China y Rusia parecen estar mucho mejor que la amistad mítica de mi infancia. Putin y Xi harán todo lo que esté a su alcance para enfatizarlo.
Sergei Karaganov, Honorary Chairman of the Presidium of the Council on Foreign and Defense Policy, is Dean of the School of World Economics and International Affairs at Russia’s National Research University Higher School of Economics.