Xi Jinping mueve pieza en Ucrania

Xi Jinping está en plena ofensiva diplomática. Con ella, China trata de tomar la iniciativa y moldear el mundo del mañana que se está dirimiendo en el campo de batalla ucraniano.

La invitación al presidente español, Pedro Sánchez, es un elemento más dentro del planteamiento chino que busca, principalmente, cuatro cosas:

1. Situar a China en el centro del arreglo diplomático.

2. Salvar a Vladímir Putin desde el punto de vista estratégico.

3. Erosionar el vínculo transatlántico.

4. Apelar al denominado Sur Global para romper el marco de democracias versus dictaduras impulsado por la Administración Biden.

La pretendida propuesta de paz de China y su músculo financiero y económico son los ganchos de Xi Jinping para atraer a Pedro Sánchez y otros dirigentes europeos a la agenda china.

Europa debe, por tanto, abordar la propuesta china con la máxima cautela.

Conviene tener muy en cuenta que, más allá de la superficie de la retórica sobre su incomodidad con esta guerra y de los cantos de sirena de un rápido alto el fuego auspiciado por Pekín, China quiere evitar a toda costa una derrota catastrófica de Rusia que pudiera acarrear el colapso del régimen de Putin.

Rusia es un elemento clave en el esquema de China para alumbrar la anunciada por Pekín "nueva era" multipolar que pondrá fin a la hegemonía de Estados Unidos y la primacía del orden basado en reglas y valores liberales.

En esa clave conviene interpretar el Foro Internacional sobre la Democracia: Valores Humanos Compartidos celebrado hace una semana en Pekín con unos doscientos participantes de más de cien países (incluida España) y concebido como réplica a la Cumbre por la Democracia que tuvo lugar ayer en Washington.

Los participantes en el Foro de Pekín denunciaron el supuesto intento de Estados Unidos y otras democracias liberales de apropiarse de la idea misma de la democracia y buscar la confrontación con, según se dijo, otros "modelos de democracia" como los de China, Rusia, Pakistán o Nigeria.

En esa batalla por la legitimidad política internacional, el denominado Sur Global, además de Europa, es el otro destinatario evidente de la ofensiva diplomática de Xi Jinping. Así, un día antes de la celebración de ese foro sobre la democracia, China anunció su Iniciativa de Desarrollo Global.

De nuevo, músculo financiero y un marco de relaciones internacionales pretendidamente más justo, pacífico, multilateral y democrático, para seducir al resto del mundo. Ana Palacio lo ha descrito certeramente como "apropiación de conceptos y sustitución de contenidos y principios fundadores".

En el Sur Global, por cierto, China y Rusia suman y multiplican esfuerzos propagandísticos. El Sur está genuinamente convencido, como China, de que Occidente, y no Rusia, es el principal responsable de la guerra de Ucrania. Y los ucranianos, igual que sucedía hasta hace un año en buena parte de la Europa Occidental, son invisibles a ojos de ese Sur Global que no concibe que en el espacio europeo pueda hablarse de colonialismo e imperialismo ruso contra sus vecinos.

Pekín, además, actúa convencida de que el mundo asiste a "grandes cambios no vistos en cien años" y que la suerte de este siglo XXI se decidirá, probablemente, en la próxima década. De ahí el valor que le otorga Pekín a su vínculo con Moscú.

El 4 de febrero de 2022, es decir, veinte días antes de que Rusia iniciara la invasión de Ucrania, Xi Jinping y Putin sellaron en Pekín su "asociación estratégica sin límites y sin áreas de cooperación vedadas". Si China conocía o no de antemano las intenciones rusas es algo sobre lo que sólo cabe especular. Parece razonable suponerlo, pero Pekín ha insistido explícitamente en lo contrario.

Así, a mediados de marzo de 2022, un mes después del inicio de la guerra, el hoy ministro de Asuntos Exteriores y entonces embajador de China en Estados Unidos, Qin Gang, publicó un artículo en el Washington Post alegando que cualquier sugerencia de que China tenía conocimiento previo o de que tácitamente apoyaba la guerra era "pura desinformación".

En cualquier caso, lo que es seguro es que China no dejará caer a Putin. Y ese salvavidas es la mejor garantía estratégica de Rusia en este momento. De ahí que Putin parezca indiferente a la conversión de Rusia en un Estado profundamente dependiente de su vecino asiático.

China consume cantidades crecientes de energía y materias primas rusas. Pero Rusia le sirve, sobre todo, para distraer a Estados Unidos (en Ucrania, en Siria u otros teatros) y para testar, sin asumir riesgos propios, los límites de la reacción occidental ante cualquier desafío estratégico.

Por último, pero no menos importante, una Rusia y un Asia Central firmemente ancladas en el esquema asiático sinocéntrico (más aún tras la retirada completa de Estados Unidos y la OTAN de Afganistán en el verano de 2021) aseguran la retaguardia eurasiática de China, lo que permite a Pekín concentrar todas sus fuerzas y energías en el frente naval del Indo-Pacífico.

De igual forma, la aparente revitalización del vínculo transatlántico es, desde la óptica de Pekín, uno de los efectos más indeseables de la guerra. Aparente por cuanto, pese al apoyo euroatlántico decidido a Ucrania, son evidentes las tensiones y fisuras en las posiciones y acciones de los aliados.

Sigue sin haber un consenso sólido sobre cuál es el objetivo en Ucrania y cómo afrontar una Rusia agresiva y revisionista. Los vaivenes y, en ocasiones, contradicciones en el discurso de los líderes europeos y de Estados Unidos (con algunos apostando decididamente por la victoria ucraniana, otros por una "paz justa", otros por resignarse a un rápido armisticio y partición del país) son indicios de las grietas en el espacio euroatlántico.

Ese es, precisamente, el aspecto que China tratará de explotar estas próximas semanas.

Pekín también tratará de persuadir a los europeos con su aparente capacidad de interlocución con Kiev, pese al alineamiento sino-ruso. Ucrania está abierta a escuchar a Pekín entre otras poderosas razones porque teme, precisamente, que en Washington cambie el actual reparto de poder y aumente el peso de quienes quieren reducir o cortar por completo la ayuda a Ucrania. Estas voces son minoritarias en el ámbito del Pentágono, pero significativas en el del Capitolio y en la propia Casa Blanca.

Asimismo, Ucrania sabe que si China opta por suministrar armamento y municiones, puede proporcionar una ventaja crítica a Rusia. Y esa es una espada de Damocles que necesita desactivar o, como mínimo, contener. Por no mencionar que Kiev también piensa en el día siguiente. Es decir, en la reconstrucción de un país devastado. Y ahí China puede resultar decisiva. Y más con una Unión Europea afrontando dificultades económicas.

La lógica de esta política busca situar a China en el centro del arreglo diplomático sobre Ucrania, cuyas implicaciones serán de alcance global. La tentación de un rápido acuerdo puede llevar a varios dirigentes europeos a sucumbir ante la iniciativa china, aunque eso entrañe la partición de Ucrania a modo de una Chipre en el corazón de Europa, con la contención militar rusa asegurada por Pekín.

Llegados a ese punto, cabría preguntarse si permitir a China contar con Rusia como palanca susceptible de ser activada a su antojo en Europa sería una buena solución. Y habrá que buscar una buena explicación. Algo que, tal vez, no resulte nada fácil.

Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.

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