Xi Jinping resintoniza los medios

El impulso al papel del mercado y el fomento de la economía privada, signos liberales de la actual fase del proceso de reforma en China, van de la mano de un rearme ético e ideológico que, paradójicamente, apuesta por recuperar viejos ideales y estereotipos de la era maoísta, especialmente del periodo revolucionario. Así, el reciente mensaje de Xi Jinping a propósito de los medios de comunicación viene a revalidar el control total del PCCh sobre ellos. Bien es verdad que no es algo nuevo, pero sí lo es, en tiempos de reforma, la insistencia en la reafirmación frentista y sin ambages del papel del periodismo y la propaganda, a quienes confiere una función de primer orden en el adoctrinamiento público, sin apenas resquicio para el ejercicio de un periodismo calificable de independiente.

Esta alocución del secretario general del PCCh llega tres años después del inicio de la campaña de «línea de masas», evocación de signo maoísta también llamada a recuperar el liderazgo público del partido, muy afectado por el extravío ético de las últimas décadas de desmaoización.

Dicha campaña, ejecutada en paralelo a la persecución de la corrupción, no debió surtir el efecto balsámico esperado y hoy, ante dificultades económicas que deben perdurar al menos un lustro a la vista de las propias estimaciones sociales, se requiere una vuelta de tuerca en los medios que proporcione la «energía positiva» necesaria para impedir el cuestionamiento de la idoneidad del PCCh para dirigir la reforma.

El discurso de Xi se resume en abogar por un control aún mayor de los medios chinos. Sus antecesores, Jiang Zemin y Hu Jintao, nunca bajaron la guardia, pero ahora se aventura un claro endurecimiento que parte de la consideración de la información como escenario privilegiado y encarnizado de la lucha ideológica. En su etapa al frente del PCCh, Jiang Zemin (1989-2002) puso el énfasis en la subordinación de la información a la estabilidad, atribuyendo a los medios una función orientadora de la opinión pública. Por su parte, Hu Jintao (2002-2012), no sin contradicciones, abrió un poco la mano, favoreciendo una mayor transparencia en determinados aspectos (como la información sobre desastres, por ejemplo), procurando una mayor comercialización de los medios sin perjuicio de perseverar en el control político e ideológico de los contenidos.

Hu, además, llamó la atención sobre la trascendencia del poder blando y el papel de los medios en el desarrollo de una imagen internacional de China acorde con los intereses del país.

El aserto de Xi Jinping proscribe cualquier autonomía de los medios de comunicación, cuyo funcionamiento se supedita a las exigencias políticas que en cada coyuntura defina el liderazgo del partido. El alineamiento de los medios con la posición del PCCh debe ser absoluto, viene a decir, y la uniformidad en el mensaje político que deben transmitir a la opinión pública no puede ofrecer fisura alguna.

Así pues, se avecinan tiempos en los medios chinos sin holgura alguna para matizar la adhesión a la dirección del partido, que exacerbará su agenda de control sobre todos, cualquiera que sea su plataforma, descartándose siquiera la habilitación de espacio para críticas partidarias internas.

Este estrechamiento del control reafirma la supeditación a la propaganda oficial y a la posición del secretario general, dando al traste con los tímidos experimentos de una prensa dotada de cierta capacidad de control público y de denuncia. En estas circunstancias, cualquier posibilidad de innovación sustancial queda aparcada y a expensas de la propia agenda central del PCCh, que impone selectivamente los espacios de reforma y, alternativamente, de involución.

Sorprende, por otra parte, la alusión al objetivo estratégico complementario de facilitar una visión que aumente el poder internacional del discurso chino. Es esta una carencia sustancial de las autoridades, que no cuentan con medios globales influyentes. Con estos mimbres, pensar que la credibilidad internacional de los medios puede aumentar en paralelo a la intensificación del control interno es totalmente ilusorio. La optimización de esta posibilidad se contradice con la narrativa interna, abiertamente distorsionadora. La conexión de China con el mundo a partir de una base tan poco sofisticada no podrá funcionar.

La China de los medios chinos será, más que nunca, el producto de la imagen interesada del partido, si bien totalmente incapaz de reflejar con claridad la propia realidad. Supondrá un gigantesco esfuerzo de control de la opinión de resultado que a la postre pudiera ser vano, una alucinación a contracorriente de los tiempos actuales que difícilmente puede mejorar su influencia y credibilidad.

Xulio Ríos, director del Observatorio de la Política China y autor de 'China pide paso'.

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