Xi manda

Xi manda
Sergei Karpukhin/Sputnik/AFP via Getty Images

A pesar de que comparten la ideología comunista, China y la Unión Soviética no fueron grandes amigos ni mantuvieron vínculos estrechos durante la Guerra Fría. La ausencia de relaciones entre ambos países estuvo definida por una competencia petulante, mientras reñían por Mongolia y Manchuria, y se disputaban el liderazgo del mundo comunista. En la reciente visita a Moscú del presidente chino Xi Jinping la dinámica fue similar, con una diferencia fundamental.

Por supuesto, hubo amplia colaboración entre la URSS y China. Ambas respaldaron a los comunistas de Kim Il-sung en la guerra de Corea y los chinos ayudaron a mantener la esfera de influencia del Kremlin en Europa del Este. (Albania respondía a China, mientras la Yugoslavia de Josip Broz, más conocido como Tito, usó a China como palanca para obtener concesiones y apoyo del Kremlin). Además, los científicos e ingenieros soviéticos trabajaron en China, y los soviéticos acordaron ayudar a China en 1957 a tener capacidad nuclear.

Pero China y la URSS no fueron socios del todo igualitarios. Aunque Mao Zedong se consideraba un par de Joseph Stalin, que lideraba a los campesinos comunistas del mundo del mismo modo en que Stalin lideraba a sus proletarios, se dice que a puertas cerradas Stalin consideraba a Mao un «marxista de las cavernas» y un «partisano carente de talento». Cuando Mao visitó Moscú para celebrar el cumpleaños de Stalin en 1949, lo trataron como a cualquier otro invitado.

Mao estaba furioso por el comportamiento de Stalin, pero en las décadas de 1940 y 1950 China dependía de la asistencia soviética, por lo que Mao se vio obligado a bajar la cerviz, al menos un poco.

Cuando mi bisabuelo, Nikita Jrushchov, asumió el cargo de primer ministro después de la muerte de Stalin en 1953, Mao se vengó con creces del desdén estalinista. Después del viaje a Pekín en 1958, Jrushchov no dejaba de hablar de la mala experiencia que había sufrido. La exigencia de Mao para que la Unión Soviética cumpliera la promesa de ayudar a China en su programa de armas nucleares lo irritaba, ya que según él Mao no había «hecho una mierda» por los soviéticos, «ni siquiera permitió que los barcos y aviones hicieran escala en su territorio» por cuestiones de soberanía. «Una vez», recordaba Jruschov, los chinos «capturaron un misil estadounidense intacto», pero Mao «que, como Stalin, era completamente paranoico hasta de su sombra» no dejó que los ingenieros soviéticos se le acercaran siquiera.

A Jruschov yo también le molestó la invitación de Mao a la «cumbre en una piscina» de Pekín. Para peor, Mao, pensando que su contraparte soviética estaría en desventaja en ese entorno (aunque Jruschov nadaba tan bien como él), comenzó a valorar los esfuerzos militares chinos y soviéticos. Mao preguntó: «juntos, nuestros territorios son prácticamente un continente, ¿por qué no invadir Francia, Italia y Alemania Oriental de una vez?». Jrushchov replicó: «lo que importa es la calidad, no la cantidad».

A pesar de conectar algunos golpes, Mao nunca puso al jefe soviético contra las cuerdas. Jrushchov —tan imperialista como los demás líderes del Kremlin— tenía, de todas formas, suficiente sentido común como para evitar una guerra nuclear y canceló unilateralmente el acuerdo nuclear con el «chiflado» —y ahora furioso— Mao en 1959. La crisis de los misiles de Cuba en 1962, cuando Jrushchov volvió a tener suficiente sentido común como para evitar un enfrentamiento devastador, enfureció aún más a Mao, quien creía que las armas nucleares eran un desperdicio en manos del Kremlin. «¿De qué sirve tener misiles si no vas a usarlos?», preguntó. En respuesta, Jrushchov lo comparó con «un par de chanclos gastados».

Actualmente, una suerte de ideología compartida ha vuelto a unir a Rusia y China para oponerse a la influencia occidental en los asuntos internacionales, y ambos países están estrechando rápidamente los lazos que los unen. En 2022 el comercio bilateral llegó al valor récord de 190 000 millones de dólares (el año anterior había sido de 147 000 millones); y en los dos primeros meses de 2023, los envíos de bienes chinos a Rusia aumentaron casi el 25 % interanual. Además, China es ahora el principal mercado para el petróleo y el gas rusos.

Pero aunque estrechar los lazos pueda beneficiar a ambas partes, es China quien manda. Aun cuando Xi no había tomado la delantera antes de que el presidente ruso Vladímir Putin iniciara la guerra contra Ucrania, ciertamente lleva ventaja ahora después de las innumerables muertes y las amplias sanciones económicas que sufrió Rusia, y los cargos contra Putin de la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes de guerra.

Cuando Xi llegó a Moscú la semana pasada, iba con la frente bien alta, tanto literalmente —es 5 pulgadas (12,7 centímetros) más alto que Putin– como en sentido figurado. Es cierto, celebró la solidez de la relación bilateral, pero con su habitual sonrisa enigmática mostró un aire de superioridad, mientras que a Putin se lo vio tenso. Independientemente de lo desesperado que esté Putin por proyectar una imagen de fortaleza, sabe que no puede darse el lujo de alienar a China y trató a Xi como Mao, «el gran timonel» hubiera querido.

De todas formas, la cumbre no implicó grandes avances. Xi presentó un plan de paz para Ucrania, pero tanto él como Putin reconocieron que ni Ucrania ni sus partidarios occidentales lo aceptarán. Y aunque se hicieron planes para profundizar aún más la cooperación económica bilateral y Rusia se comprometió a aumentar significativamente las exportaciones de gas natural a China, Xi evitó cumplir el principal deseo de Putin en la cumbre: comprometerse a financiar el gasoducto Fuerza de Siberia 2 hacia China a través de Mongolia.

Hay quienes creen que la visita de Xi a Moscú buscaba legitimar el régimen de Putin después de las acusaciones de la CPI. Es más probable, sin embargo, que Xi haya visitado Moscú para mostrar —no solo a Rusia sino también a Estados Unidos— quien manda. Tendiéndole una mano a Putin, Xi aumentó el poder de China, que está ahora en mejor posición que nunca para influir sobre el orden internacional. Mao estaría contento.

Nina L. Khrushcheva, Professor of International Affairs at The New School, is the co-author (with Jeffrey Tayler), most recently, of In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones (St. Martin's Press, 2019). Traducción al español por Ant-Translation.

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