Y a los 44 años resucitó

Y a los 44 años resucitó

“A la mayoría de los españoles nos importa un bledo donde estén los huesos que quedan de aquel antiguo jefe de Estado (…). La única manera de que Franco vuelva a estar vivo es desenterrándolo”. Pedro J. Ramírez. 20/11/2018. Entrevista en TeleMadrid.

Un viejo comunista, maestro de decencias y por quien siento respeto y afecto en iguales proporciones, me pide opinión acerca de la sentencia –sólo se conoce el fallo– dictada por la Sala Tercera del Tribunal Supremo que autoriza la exhumación de los restos de Franco de la basílica del Valle de los Caídos. Con la solicitud me adjunta el artículo que escribió en su día a propósito de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, llamada “Ley de la Memoria Histórica” y yo le agradezco que se haya acordado de mí para la consulta. Primero, porque hago mío el diagnóstico de que la Guerra Civil española fue una las mayores calamidades que la historia de España nos ha deparado. Después, porque me da la oportunidad de decir que estoy con quienes sostienen que agitar la momia de Franco no contribuye a sepultar para siempre un periodo cainita superado por esa obra política maestra denominada “Transición” que nos permitió pasar de la dictadura a la democracia sin caer en el revanchismo ni enrojecer el paisaje.

No voy a entrar en el inagotable debate sobre la Guerra Civil, salvo para afirmar que fue un tiempo de mierda y sangre que al final hizo más hombres malos que muertos y que, como suele suceder en estos casos, el trienio fratricida se reinterpreta para dignificar el bando propio y mortificar al contrario. También para declarar que el fastidio que me producían los actos de adhesión inquebrantable al Caudillo y a los principios del Movimiento Nacional, es el mismo que ahora siento ante las actitudes que ensalzan hitos como el de la Segunda República que sus dirigentes tiraron al barranco de las ilusiones frustradas. Por eso siempre estaré con quienes, sin excepción, han sufrido aquella parte de nuestra historia y me opongo a cuantos quieren pintarla con brochazos desdichados y delirantes. Afortunadamente somos muchos los que nos negamos a participar en la demencia de hacer memoria de aquella media España contra la otra media y propugnamos enterrar de una puñetera vez esa desventura que acabó hace ahora 80 años.

Es probable que casi todos los españoles que saben de qué va el asunto y digo casi porque presiento que abundan quienes no tienen ni la más remota idea, estén de acuerdo en que Franco carecía de méritos para ocupar un espacio tan señalado como el Valle de los Caídos, pero entrar ahora en ese debate resulta cómico por lo lejos que queda el difunto y porque su exhumación y baile de sepulturas suena a escarmiento. Esta historia antifranquista es una manera de perder el tiempo derribando un mito que ya no lo es ni resuelve los problemas de nadie. A mí todo este tinglado me huele a los cines de barrio que muy pocos recordamos.

Pido disculpas si me excedo en el pensamiento y en la recriminación, pero después de oírle el otro día en la sede de la ONU, creo que la idea del presidente Pedro Sánchez, o la de sus asesores, es la de caldear el ambiente y que el enredo del cadáver de Franco puede ayudarle a ganar las elecciones del próximo 10 de noviembre. Esto es lo que temo. Como Ignacio Camacho escribía el pasado jueves en ABC, “si estás harto de la matraca de Franco, de los huesos de Franco; (…); si te importa un comino dónde acabe el esqueleto de un dictador desaparecido hace más de cuarenta años (…), siento decirte que lo llevas claro porque este circo de ultratumba, esta ouija de demonios familiares, va para largo”.

Querido Julio: La memoria histórica vuelve a estar de moda. También podría hablarse de la resurrección del pasado de España para prenderle fuego y simular una pira de buenos y malos que es lo que quieren algunos. Al igual que tú, entiendo que es hora ya de borrar esas tres palabras amargas: Guerra Civil Española. Yo hace muchos años que las tengo suprimidas de mi vocabulario y de mi mente.

Nuestra guerra civil fue una enfermedad, más bien, una epidemia, cuya evocación no alimenta sino que debilita. El olvido, pasado ya un más que prudente plazo, es la terapia más recomendable. No se trata de volver la espalda a la Historia, que es irreversible, sino de asumirla y digerirla consciente y serenamente.

En estos momentos los españoles estamos en una coyuntura histórica capaz de borrar las mil telarañas de aquel incivil enfrentamiento. La historia de España ha de escribirse de nueva planta. Los decorados de cartón piedra ya no sirven. Demasiadas cosas y demasiadas vidas se dilapidaron en aquella lucha entre hermanos. Lo que importa no es el pasado sino el hoy. Ni las crónicas, ni las esquelas, ni las fotografías en tono sepia son la vida, sino una gélida fuente de dolor. Hay que pasar una esponja sobre el calendario de tantas fechas amargas.

Hace 44 años de su muerte física y ahora resulta que Franco va a revivir en espíritu. Hoy, casi medio siglo después de aquel sepelio en Cuelgamuros, me pregunto qué ventaja reporta exhumar un cadáver roído por el tiempo y me apunto a Quevedo cuando dice que si se revuelve en los huesos sepultados, hallaremos más gusanos que blasones. Hay que hacer borrón y cuenta nueva y dejar que la Guerra Civil española quede donde aquel pasado infausto sólo sea memoria escondida entre cardos. Y cuidado con escarbar en ellos, pues pueden producir escozor en nuestras almas.

En fin. Lo mismo que Gabriel Albiac, yo creía que Franco estaba bien muerto y mejor enterrado. Lo van a resucitar. Como si fuera el protagonista de una película de fantasmas y vampiros, hay que sacar su ataúd para que otros puedan dormir tranquilos. Con la exhumación de sus restos, Francisco Franco Bahamonde cabalgará de nuevo. ¡Tiene bemoles la cosa!

Javier Gómez de Liaño es abogado y consejero de EL ESPAÑOL.

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