...Y además es imposible

La frase se atribuye comúnmente al ingenioso diestro Rafael Guerra, Guerrita, pero un siglo antes se atribuía al astuto e incombustible Talleyrand, y también hay quien la adjudica al poeta elegiaco y filósofo presocrático Jenófanes: «Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». El pleonasmo recobró actualidad política en los días de la fallida investidura de Pedro Sánchez. Las exigencias de Pablo Iglesias no podían ser y además eran imposibles. Y no porque el presidente en funciones se cerrase a entregar parcelas de influencia con tal de seguir residiendo en La Moncloa, sino, sobre todo, porque desde relevantes terminales de la seguridad y del poder, no sólo autóctonos, alertaban sobre el riesgo global de atender las demandas del neoleninismo. Aunque con Sánchez nunca se sabe.

Ya en 2016 el líder de Podemos pidió a hipotéticos socios de Gobierno una vicepresidencia y varios ministerios, con el control de organismos como el CNI, el CIS y RTVE. Entonces demostró cierta ingenuidad de párvulo -rara en él- que revivió durante la última fracasada investidura. No es preciso tener memoria; internet ofrece una acumulación de evidencias; se multiplican testimonios de Pablo Iglesias y de sus colaboradores. Sabemos, entre otros asuntos graves que afectan al independentismo, que tratarían de dar la vuelta a la Constitución para desembocar en un cambio del llamado por ellos «régimen del 78», con la abolición de la Monarquía parlamentaria. La impetuosa candidata a una vicepresidencia manifestó en su día el destino que deseaba al Rey: «la guillotina».

Sobre la exigencia de la Unión Europea a España de que haga ajustes, Pablo Iglesias ya declaró que las demandas de la UE «hay que incumplirlas», en lo que coincide con las recientes declaraciones de una diputada gallega, parece que frustrada ministrable: «Si soy ministra no haré caso al FMI ni a la UE», mientras Sánchez conseguía un puesto en la pedrea europea para Borrell y aspira a colocar en el FMI a Calviño. Ya vemos que el tren de Iglesias y los suyos circula por otra vía.

En internet encontramos fotos de Iglesias y de su adjunta parlamentaria y pareja en despachos con fotografías de Lenin y Stalin, respectivamente, y con carteles «Resiste Nicolás» bajo una imagen de Maduro. Y sin buscar demasiado escucharemos en su voz el testimonio de cómo se emocionó cuando un policía fue apaleado en una manifestación. También sabemos cómo entiende Iglesias el Parlamento: «Una institución burguesa, de mierda, que representa los intereses de clase» a la que «voy en camiseta y a montar el pollo». En la grabación aconseja a su auditorio que fabrique cócteles molotov «de los que incendian y de los que explotan» ya que deben practicar la «gimnasia revolucionaria».

A los guardiaciviles que custodian su lujosa dacha de Galapagar no les resultará ajena otra perla de Iglesias: «El servicio de orden no sólo está para repeler una agresión fascista, está para defenderse de la Guardia Civil, esa institución burguesa que protege los intereses de la clase dominante», que es ya su clase pues su residencia está protegida por la Benemérita. La guinda que retrata su impostado feminismo también está en internet, refiriéndose a una periodista que le criticó: «La azotaría hasta que sangrase», y su actitud machista acercándose a chulesca: «Nosotros hacemos política masculina, con cojones».

Un personaje así, cuyos hechos contradicen sus proclamas, que reiteró su coherencia de seguir viviendo en su barrio, que despotrica contra la casta, ya su casta, no es fiable. Y sus amigos por esos mundos no aportan confianza. Lo opinan cancillerías europeas y de más allá. Alguien se pregunta ¿cuánto tardarían en llegar a Irán, Venezuela, o no se sabe adónde temas sensibles de los ministerios, incluso del Consejo de Ministros? Al menos es un temor. O un riesgo. Un Gobierno, ya sea de coalición o monocolor, debe ser una orquesta; no puede haber un Gobierno dentro de otro. El interés de Iglesias por entrar en el Gobierno, primero él mismo, luego personas cercanas, responde a un agobio de supervivencia. Su proyecto es cada vez más débil y su liderazgo está cada vez más cuestionado. Le acucia tener algo que repartir a los leales.

A la vuelta del verano nuestros políticos tendrán que cargar las pilas. Una propuesta de Feijóo sobre la necesidad de impedir un gobierno indeseable, me recuerda otra reflexión de aquel zorro que fue Talleyrand: «La oposición es el arte de estar en contra tan hábilmente que, luego, se pueda estar a favor». Pero Casado no puede ni debe hacerle ese regalo a Rivera, el político mecano.

Juan Van-Halen, escritor.

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