Y además, Pablo Iglesias

El proceso soberanista boquea. Le está faltando oxígeno porque ha comenzado a predominar en él lo que antes fue sólo una variable: la pelea por el poder interno en el seno del nacionalismo. La tensión sorda entre CDC y Mas y ERC y Junqueras deja muy atrás en la memoria la acción política común y la unidad de los partidos y las organizaciones populares que protagonizaron la organización de la cromáticas y estéticas muchedumbres independentistas. La vulgaridad política de lo que ocurre en Catalunya tiene que ver con intereses de nivel distinto de los que parecían ventilarse en momentos anteriores. Los políticos secesionistas embarran el terreno y, efectivamente, no marcan goles. El juego se produce en el medio campo. Nadie sube al área pequeña para cabecear un balón y marcar un tanto. De seguir así las cosas, el árbitro pitará el fin del partido y ambos equipos –los de la lista única y los de las listas varias– se retiraran a los vestuarios con la agria sensación de una derrota recíproca.

Además, están dejando que el minutero avance ofreciendo oportunidades a que en el proceso se vayan colando, no sólo acontecimientos contradictorios, sino, además, otros protagonistas. Nuevos actores que están dispuestos a desempeñar muy a fondo el papel que las circunstancias les ofrecen como le ocurre a Pablo Iglesias, líder de Podemos, que alteró el domingo pasado en Barcelona el doméstico statu quo de la política catalana. Iglesias y su organización representan a la izquierda menos adaptada y menos adaptable a los nacionalismos periféricos en España. Él y sus compañeros de la Universidad Complutense no están afectados por el síndrome del franquismo que sí se inoculó en los partidos tradicionales de la izquierda española y, dentro de ella, específicamente en la catalana. No creen, como el PSOE, como IU –tanto en Madrid como en su versión de ICV– que el nacionalismo catalán o vasco –de cuño burgués– disponga de una legitimidad especial por su antifranquismo o, simplemente, porque represente, cada cual a su modo, la gran heterodoxia ante la España una, grande y libre de la dictadura.

Para Podemos tanto forma parte de la casta la dirigencia de CDC como la del PNV, la del PP como la del PSOE. Igualmente si se trata de un nacionalismo de izquierdas, pero bien insertado en el sistema como ERC –al fin y al cabo los republicanos han formado parte de dos tripartitos en Catalunya–, su consideración no será mejor; ni la tendrán tampoco quienes en el borde externo del régimen –la CUP– presentan debilidades como ese intenso, sostenido e ideológicamente obsceno abrazo entre Fernández y Mas el día 9 de noviembre pasado. El proceso constituyente que Iglesias reclamó en Barcelona y ese derecho a decidir “sobre todo” que el dirigente de Podemos recabó como empoderamiento ciudadano, forma parte esencial del discurso de superación de las convenciones asumidas por todos los agentes del espectro partidario tanto en el conjunto de España como en Catalunya.

Podemos ha irrumpido en Catalunya –como lo ha hecho en España entera– con el propósito de jugar sus bazas a su particular manera, que aquí no pasa por abonarse al proceso soberanista, sino por hacerse con un discurso propio en el que la independencia no cabe porque tiene todas las evocaciones antijacobinas que rechaza una izquierda de matriz universitaria con una praxis contrastada en el socialismo duro latinoamericano. El secesionismo es, desde ese punto de vista, una regresión y una agresión protagonizadas por los mismos políticos que en Madrid –también en la Generalitat– recortan servicios y prestaciones y acoplan su discurso a los criterios de la troika.

Podemos irrumpirá en Catalunya con fuerza porque el Principado es macrocéfalo en Barcelona y la organización de Iglesias se desenvuelve bien en el medio urbano, en las zonas sociales medias-bajas, en los sectores castigados y en las generaciones desencantadas que hasta ahora han dispuesto en Catalunya de un banderín de enganche –el nuevo Estado como panacea inspirado por la radicalidad izquierdista de ERC– que hace apenas seis meses ni se llegaba a adivinar. Podemos es una variable nueva, distinta y difícilmente controlable en España, pero también en la política catalana, que se estaba moviendo en una zona de confort que le permitía perpetrar insensateces como la actual pérdida de tiempo, como la presente discusión bizantina sobre las listas, como el vigente tiempo-basura del tira y afloja que reduce la épica de la marea amarilla y de la ética del relato de la segregación. Iglesias ha instalado su discurso en Barcelona justo cuando el proceso soberanista parece atravesar por un estado zombi.

José Antonio Zarzalejos, periodista.

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