Y ahora a por una revolución económica árabe

La revolución por todo el mundo árabe ha obligado a los pueblos y gobiernos de la región a abordar la necesidad de cambio. Años de esclerosis han dado paso a un arranque frenético en pro de reformas para satisfacer las aspiraciones y el descontento de millones de personas.

Pero el impulso reformador va en dos direcciones opuestas. Un envite va encaminado a que los gobiernos mantengan a su población; el otro pide que los gobiernos dejen de limitar la libertad de su pueblo, en particular su libertad económica. Es probable que el primer tipo de reforma no haga sino exacerbar los graves problemas del mundo árabe; el segundo ofrece la esperanza de un cambio positivo y sostenible.

En varios países árabes –y, muy en particular, en Arabia Saudí–, los gobernantes han procurado apagar el descontento brindando una combinación de dinero, subsidios, puestos de trabajo garantizados y bienes y servicios gratuitos. Semejante magnanimidad revela una incomprensión fundamental de las causas del descontento actual, porque supone que se trata de causas puramente materiales.

Pero el examen de las consignas y peticiones de los manifestantes indican claramente otra cosa. Las protestas tienen mucho más que ver con la libertad política y económica que con necesidades materiales, lo que refleja una clara conciencia de que dichas necesidades son simplemente un síntoma y una consecuencia de la falta de libertad política y económica.

El “método de las limosnas” no es sostenible y, si continuara, probablemente exacerbaría el actual malestar económico del mundo árabe. No se puede crear por decreto la riqueza económica; se debe a puestos de trabajo productivos y creadores de bienes y servicios que las personas valoran.

Los gobiernos que reparten prestaciones no están haciendo más ricos a los ciudadanos al crear una riqueza nueva; simplemente están redistribuyendo la riqueza existente. Eso es aplicable también a los empleos creados y garantizados por el Estado: si un puesto de trabajo es de verdad productivo, su producción será recompensada por otros miembros de la sociedad que se beneficien de él, sin necesidad de subsidios y garantías estatales. La garantía estatal de un puesto de trabajo da a entender que su producción no es necesaria. Ejemplos semejantes son un pasivo y no un activo para la sociedad.

Cuando los ciudadanos empiezan a depender de la redistribución, se disuade el trabajo productivo y las consecuencias recaen sobre la creación de riqueza. Se instala la degradación a medida que aumentan las filas de ciudadanos dependientes, se reduce el número de ciudadanos productivos y tarde o temprano la sociedad agota el dinero de los demás.

Pero la popularidad de la opción de los donativos plantea una cuestión importante e instructiva: ¿cómo se las arreglaron las clases gobernantes de esos países para amasar fortunas tan grandes, que el pueblo clama por que las redistribuyan?

Los funcionarios estatales y sus compinches no necesariamente se dedicaron pura y simplemente al robo o al pillaje. Mediante una “supervisión” y una “reglamentación” estatales aparentemente inocuas –y con la orientación de las más importantes instituciones financieras internacionales–, las minorías gobernantes lograron dirigir sectores enteros de la economía como feudos personales. Si bien esa modalidad de comportamiento oficial es reprensible, el verdadero desastre consiste en que destruyó la productividad y la iniciativa económicas de los árabes.

Se ha legitimado ese totalitarismo económico mediante la caridad estatal. Las minorías dominantes árabes llevan decenios dedicadas a una falsa aceptación de reformas económicas, con incontables remodelaciones ministeriales, planes quinquenales y detallados programas del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, pero todas esas reformas entrañan donativos o empleos y oportunidades laborales concedidos por el Estado; raras veces entrañan la eliminación del sometimiento de la vida de la población al Estado. Al presentar el debate sobre la reforma como si fuera sobre el tipo de donativos, los gobiernos se abstienen de abordar el problema real: su dominio de la actividad económica.

Los donativos estatales sólo pueden financiarse de forma fiable dominando los sectores productivos de la economía, pero en el mundo árabe, como en otros sitios, ello propicia el robo, la corrupción, los monopolios no competitivos, la asfixia de la iniciativa empresarial y, tarde o temprano e inevitablemente, la decadencia y la descomposición. Los regímenes tunecino y egipcio derribados pasaron decenios concediendo donativos, al tiempo que denegaban a los ciudadanos la libertad económica.

Al afrontar los árabes un cambio transcendental, no deben dejarse distraer cayendo en debates infructuosos sobre los tipos apropiados de apoyo estatal a los ciudadanos. Lo que se necesita es una transformación radical de la forma como se lleva a cabo la actividad económica en todas las naciones árabes.

Los países árabes deben volverse lugares en los que la población pueda crear sus propios puestos de trabajo productivos, buscar sus propias oportunidades, mantenerse a sí misma y decidir su propio futuro. Esa libertad excluye la necesidad de la caridad por parte de quienes ocupan el poder y –lo que es más importante– los priva de la excusa para mantener su férreo dominio de la vida económica de sus ciudadanos.

Por Saifedean Ammous, profesor de Economía en la Universidad Americano-libanesa. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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