Y ahora... la pena de muerte

La irrupción de Obama en un mundo falto de liderazgos era campo abonado para buscar referentes de estrellas en una noche turbulenta de crisis económicas y de valores. No obstante, últimamente estaba minada su aureola, con muchos frentes abiertos y atacado duramente por los más conservadores. En un mundo condicionado por la imagen, él la utiliza con esmero y, a veces, con abuso . Pese a los abundantes problemas dejados por su antecesor y retos que el mismo encara, lo más resonante habían sido sus discursos. Dos han sido los más importantes y brillantes: sobre el desarme en Praga y el dirigido al mundo islámico en El Cairo.

A ellos se unía el más reciente y polémico (apelando a la guerra justa) al recibir el Nobel de la Paz. Pero, sin negar valor a las palabras, los méritos deben construirse, más que en retórica, en hechos y generar compromisos. La reciente aprobación de una sanidad pública es uno. En otro tema, en materia de desarme, el discurso mencionado imponiéndose a si mismo límites, ha tenido reflejo hace pocos días en el acuerdo con Rusia, demostrando cumple su palabra. Pero hay un reto por el cual Obama podría pasar a la historia superando un déficit de EEUU en derechos humanos: la pena de muerte. El día anterior a recoger el Nobel, era ejecutada una persona en Ohio por inyección letal. Hasta abril del 2010 ya se han ejecutado veintiuna y para mayo están programadas quince más.

En el último informe anual de Amnistía Internacional, el país de la democracia en América que describía Tocqueville, sigue entre los primeros (el quinto) donde se ejecutan por los Estados más homicidios legalizados. Quienes admiramos esta gran nación, nos preguntamos por qué, junto a ella, aparecen en el top ten China, Irán, Arabia Saudí, Pakistán, Irak, Vietnam, Yemen, Afganistán y Libia. ¿Alguien sabe que tienen en común EEUU con estas sociedades civilizadas? Solo la pena de muerte. Siete al día en el mundo.

Tras la sentencia de la Corte Suprema en 1972 revocando la pena capital al imponer ciertos límites, algunos Estados miembros adaptaron sus leyes para posibilitarla. Se incrementaron las ejecuciones hasta llegar a 324 en 1996, produciéndose un punto de inflexión. Aunque en 2009 las ejecuciones fueron 52 (frente a las 37 del año anterior), han disminuido estas sentencias. También, de los 35 Estados donde está vigente, se ejecutó en 11 Estados (donde más siempre en Texas) y recientemente se ha suprimido en algunos. En otros, los gobernadores no han ejecutado estas penas, los tribunales dictaron moratorias o han surgido alternativas como la cadena perpetua.

En las encuestas bajó algo el apoyo a la pena capital, aunque su aceptación es aún alta (60%). Pero la percepción de la sociedad puede variar. Y más si hay una actuación valiente de quienes ejercen los poderes públicos sobre la opinión pública. A esto debe estar llamado Obama. Algunos quisieron ver en él la reencarnación del predicador de Atlanta, premio Nobel de la Paz igualmente, pero que sufrió prisión y muerte en defensa de los derechos cívicos. Si el utópico sueño de Luther King se hizo realidad, también lo será algún día el reconocimiento pleno en EEUU del derecho a la vida de toda persona.

El nombre de Obama puede y debe figurar en esta página de la historia. A todos los presidentes se les identifica tras su mandato por una o dos acciones históricas, positivas o negativas. Ojala al actual se le asocie con haber erradicado de la nación líder del mundo occidental algo inhumano como es que un país quite la vida de una persona. Aunque dependa de cada Estado, él puede crear una corriente de opinión que influya en la percepción de la sociedad y en los legisladores y gobernantes.

Los últimos años, las Asambleas de la ONU y la OSCE han aprobado resoluciones demandando una moratoria de esta pena. Dos tercios de los países la han abolido o no la ejecutan. Treinta de ellos en los últimos veinte años. Ahora que el país más poderoso del planeta dice volver a creer en el multilateralismo, acaso acabe asumiendo, tras un pasado manchado, un liderazgo moral. Entonces, sí, habría justificado plenamente el Premio Nobel de la Paz.

Jesús López-Medel es abogado del Estado y ex presidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la Asamblea de la OSCE.

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