Y ahora, ¿qué consulta?

Los espectaculares resultados de las elecciones europeas merecen análisis y evaluaciones muy esmeradas. En Catalunya el espacio por el derecho a decidir se ha consolidado. Pero estos resultados no sólo no trastocan las siguientes consideraciones, sino que, en mi opinión, las hacen más pertinentes.

Si recordamos el debate del Congreso sobre el referéndum (8/IV/14), no podremos por menos que coincidir con las palabras del president Mas: “No ha sido un punto final, pero sí un gran punto y aparte“. Las posiciones de las diferentes fuerzas políticas fueron bien claras. Lo vimos, y cada uno se ha formado su criterio. Para mí lo más interesante ha sido comprobar, una vez más, cómo se enfrentaban y no se escuchaban las dos versiones de un mismo y gran problema político. En una atmósfera de solemnidad y respeto, como correspondía, la versión legalista mostró una argumentación abundante y prolija, pero tan estrecha y rocosa que al fin resultaba pobre y defensiva de tan inflexible como se mostraba. Una legalidad que está aquí, es real, y que desde 1978 hemos construido entre todos, también las fuerzas políticas catalanas. Una legalidad, pero, que en manos de los dos partidos mayoritarios ahora pretende no reconocer ni un átomo de legitimidad a las demandas de los comisionados del Parlament de Catalunya. En definitiva una nación, la española, hegemónica dentro del Estado, que se niega a reconocer a la otra, la catalana, más pequeña, más débil y sin Estado. La otra versión presentó una legitimidad absolutamente real, sentida y transversal, que se dibuja sin embargo nimbada de un adanismo jurídico, de una inmediatez y de una perentoriedad política que acaba erosionando el núcleo de razón y justicia que vehicula. Una legitimidad que en su vehemencia llega también a negar a la otra nación, reduciéndola sólo al concepto jurídico de Estado.

En estas condiciones, con esta radical incomprensión, ¿cómo avanzar a partir de ahora? Parecería que lo más sensato sería activar la redacción y aprobación de la ley de Consultas 2014, asegurando que su redactado resulte congruente con el Estatut (y por lo tanto, con la Constitución). Este nuevo marco legal podría permitir una consulta que impulsara el derecho a decidir pero, seamos claros, no bajo el enunciado literal de la pregunta que se consensuó en diciembre pasado. El contenido y la pregunta de esta consulta necesariamente legal -como Mas reclama insistentemente- podría y tendría que permitir ampliar el consenso y apoyo de más fuerzas políticas, como por ejemplo el PSC. Más unidad en Catalunya es, siempre, más fuerza en España. Es una constatación obvia pero no siempre observada ni buscada. Durante más de un siglo (candidatura de los cuatro presidentes en 1901; Mancomunitat en 1914; Estatut de 1932; Estatut de 1979; Estatut del 2006), el resultado y/o el rendimiento obtenido en cada negociación Catalunya-España ha sido directamente proporcional al grado de unidad alcanzada por el catalanismo político. El resultado de esta consulta, habría de, no sólo permitir sino obligar a una negociación directa y singular del Gobierno catalán con el español. Siguiendo a Rubio Llorente, expresidente del TC, habría que empezar por el mutuo reconocimiento de nación por nación. Un acuerdo específico cuyo contenido debería ineluctablemente ser votado/refrendado por la ciudadanía de Catalunya, ejerciendo así su derecho a decidir.

Luego se pueden y se deben buscar las soluciones jurídicas más adecuadas (nueva Disposición Adicional; blindaje de competencias; delegaciones de competencias…). Así pues, los elementos esenciales para los catalanes serían: máxima unidad posible entre las fuerzas políticas; mix ponderado entre legitimidad y legalidad; singularidad en la negociación y el acuerdo; votación final y refrendaria del pueblo catalán.

Un litigio difícil y poliédrico con componentes sociales, económicos, jurídicos, nacionales, etcétera, no puede tener una solución simple y sencilla. Las soluciones, en todo caso, han de incluir y superar la complejidad de los problemas en presencia. Por lo tanto, serán también soluciones complejas. En política, como en las matemáticas, la aparente sencillez de la solución de un problema esconde el laborioso proceso de construir la “fácil” fórmula de la solución. En cambio, si la solución se pretende más sencilla que el problema a resolver, seguro que no es una buena solución. Dicho de otro modo, el nudo gordiano que Alejandro Magno resolvió rápidamente con el tajo de su espada sólo es un bello ejemplo de la mitología griega.

Queremos decidir y tenemos que votar, por descontado. Lo pide una gran mayoría de los ciudadanos de Catalunya que desea ejercer su derecho a decidir. Pero tendríamos que decidir sobre soluciones a la altura del problema político que estamos viviendo. Por el agujero de la gatera no nos escaparemos del problema, y además quizás perderíamos incluso los bigotes.

Ramon Espasa

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