¿Y ahora qué, en Siria?

La caída de la ciudad de Idlib y de la cercana localidad de Ysr al Shugur en manos de los rebeldes sirios en el noroeste del país, así como sus avances en Daraa en el sur en las últimas semanas, suelen juzgarse como el resultado de una señalada mejora de las relaciones y la directa coordinación entre sus partidarios principales en la región, Turquía, Arabia Saudí y Qatar. Desde esta perspectiva, estas potencias intentan modificar el equilibrio militar contra el régimen de el Asad anticipándose al acuerdo nuclear entre el Grupo 5+1 e Irán, lo que podría abrir la vía para alcanzar un acuerdo por separado con Irán sobre Siria. Sin embargo, el régimen puede andar muy apurado en el plano militar y económico y hallarse demasiado frágil desde el punto de vista político para alcanzar siquiera algún tipo de acuerdo.

Los rebeldes no han logrado todavía inclinar la situación a su favor y siguen haciendo frente a arduos combates antes de poder pensar en tal posibilidad. Sin duda, sus logros se han beneficiado considerablemente de mejoras importantes en cuestiones como la coordinación, la gestión bélica de sus ataques y la unidad de propósitos. Probablemente liquidarán las bolsas que restan de fuerzas del régimen en la provincia de Idlib y se alzarán con un trofeo aún mayor, la ciudad de Daraa, además de representar una amenaza para el corredor del régimen a su guarnición en Alepo y aproximarse a Hama y Homs. No obstante, los rebeldes no son lo suficientemente fuertes como para desbaratar el régimen, que según las informaciones entrenó de 2.500 a 3.000 oficiales sólo en el 2014 y que sigue recibiendo ayuda suficiente militar de Rusia e Irán para reducir y posiblemente detener, aunque no invertir, los nuevos avances rebeldes en un futuro inmediato.

Sin embargo, el régimen de el Asad ha alcanzado el nivel máximo de su capacidad de movilizar más recursos para proseguir la guerra. Su intento de recuperar Alepo desde finales del 2014 se ha estancado y sus fuerzas se hallan comprometidas en el esfuerzo de hacer frente a situaciones imprevistas ante la constante presión de los rebeldes o del Estado Islámico al este de las provincias de Hama y Homs y en la región de Damasco. El hecho de que, antes de su caída en manos de los rebeldes, ambas ciudades de Idlib e Ysr al Shugur estuvieran controladas exclusivamente por tropas armadas sirias y milicias leales –más que por parte de Hizbulah o de combatientes iraníes o iraquíes– parece indicar que disminuye su voluntad de combatir.

Y un factor que reviste aún mayor importancia es que el fracaso fundamental del régimen a la hora de participar en un diálogo político positivo con cualquier instancia dentro o fuera de Siria para solucionar el conflicto o para hacer frente a los motivos de agravio entre sus propias bases de apoyo, mediante una reducción de la corrupción a gran escala en sus filas y del amiguismo en la concesión de contratos públicos, le deja francamente sin perspectivas de recuperación política, económica y militarmente. Las instituciones del Estado se han vaciado a un nivel sin precedentes, la devaluación de la libra siria parece hallarse fuera de control y las informaciones sobre asesinatos y emboscadas contra los cuadros medios de las fuerzas armadas y de seguridad en la provincia costera indican que las rivalidades entre distintas facciones y las disputas políticas en el seno del régimen pueden estar intensificándose.

El régimen parece crecientemente quebradizo, circunstancia de implicaciones importantes sobre la situación que podría crearse a raíz de un pacto nuclear con Irán y, de hecho, sobre las consecuencias que pudieran derivarse en ausencia de un acuerdo. La opinión extendida y corriente señala que Irán –si, al menos, puede compartir una perspectiva común con Rusia– puede tanto presionar al régimen para que haga auténticas concesiones como obligar a sus rivales en la región a aceptar un compromiso que permita que el Asad continúe en el poder. Ahora bien, ¿qué grado de influencia necesita de hecho Irán (aun en el caso de que pueda compartir una perspectiva común con Rusia) sobre el régimen de el Asad para que este acceda a un acuerdo que le desagrada? Y, dado el grave declive de la cohesión del régimen y de sus recursos, ¿hasta qué punto puede presionar Irán (y Rusia) al régimen sin quebrarlo?

Irán y Rusia no pueden detener la decadencia del régimen. Poco les queda por hacer que no hayan hecho ya para reforzarlo salvo decantarse por un importante despliegue militar, pero esta opción les supondría un precio aún más elevado, ahondaría la crisis de legitimidad interna del régimen y aceleraría el derrumbe institucional del Estado sirio. En estas condiciones, no es probable que el fracaso en el logro de un acuerdo nuclear con Irán vaya a alterar de forma notable el panorama. Además, incluso pueden volverse las tornas contra Irán y Rusia: pueden necesitar, de hecho, la influencia y los recursos que sus rivales pueden aportar a Siria, en la esperanza de preservar las instituciones clave del Estado, incluidas las fuerzas armadas, y reconociendo al propio tiempo que ya no pueden seguir protegiendo al régimen o a su líder.

Los rebeldes no pueden ganar pero, por primera vez desde el inicio del conflicto sirio, el régimen puede perder, aunque no se trate de una perspectiva inmediata. De momento, puede restablecer un equilibrio militar mediante el sistema de contraer el territorio a unas líneas fronterizas más estables, reduciendo aún más los servicios públicos y exprimiendo aún más los bolsillos de la población para concentrar con ahínco sus recursos en la tarea del mantenimiento del régimen. Ello le permitirá contraatacar y permitirá también que sus partidarios externos rompan con mayor entusiasmo una lanza en su nombre a medio plazo.

Dicho esto, en el caso de que el régimen se viera forzado a ceder áreas significativas de poder en el contexto de un pacto a nivel regional, podría suceder que se derrumbara de la misma forma que las intrincadas redes sobre las que se ha sostenido hasta ahora podrían desenredarse para reorientarse a continuación de acuerdo con otros parámetros. Todos los protagonistas externos deberían prever con antelación una situación susceptible de evolucionar rápidamente sobre el terreno mediante un arsenal de respuestas urgentes bien organizadas e intervenciones bajo un punto de mira muy preciso. La reciente propuesta de crear una Fuerza de Estabilización Nacional Siria capaz de aportar ley y orden en un periodo de transición constituye un buen ejemplo de enfoque de la cuestión. Asimismo, deberían identificarse otras prioridades esenciales de tipo político, administrativo y financiero y abordarlas de manera similar. Aunque las potencias de la región se autoposicionan junto a sus posibles aliados locales en Siria ante la eventualidad de un posible acuerdo nuclear con Irán, deberían dedicar una creciente parte de su atención y recursos a planificar lo que pueda llegar a continuación.

Yezid Sayigh, investigador asociado del Centro Carnegie sobre Oriente Medio, Beirut. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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