Y Cánovas, bastante menos (y II)

Tiene su gracia el que una serie de coincidencias me hayan permitido hacer dos artículos seguidos, el primero dedicado a Larra - "Larra es mucho..."-y este de ahora a Cánovas. Porque si Mariano José de Larra es quien nos mete con su obra y su biografía en el siglo XIX, Cánovas del Castillo va a ser el que no consienta que salgamos de él. Me explico. En Larra está todo lo mejor y más audaz de una época turbulenta y vergonzosa - para nosotros, ese maldito siglo se consolida con el rey más felón que conoció nuestra historia, Fernando VII-y apenas si se aprecia el futuro cuando nuestro hombre se vuela la cabeza. Pero Cánovas del Castillo va a ser el representante más genuino de una burguesía española, asimilada a la nobleza, que se dedicará a garantizar sus privilegios, e incluso sus prebendas.

Eso que se conocerá con el nombre de Restauración.

La gran paradoja de Cánovas consiste en la admiración hacia el hombre que aspiró a la cuadratura del círculo y el desprecio por el político que dedicó su vida a corromper, frustrar, manipular y mentir hasta el último día de su vida.

El respeto por su maquiavélica inteligencia y el desdén por su congénita mediocridad intelectual que para pasmo de propios y extraños lograría ser todo, y sin apenas ser nada.

Miembro de cinco Reales Academias, presidente de una de ellas - ¡nada menos que la de Historia!-,director del Ateneo, y si no le propusieron al premio Nobel es porque aún faltaban tres años para que empezara a concederse. Fue autor de textos infumables, auténticos retos a la paciencia lectora - asómense a La campana de Huesca,y sabrán de qué estoy hablando-,también poeta, malísimo, e historiador falaz; tratadista de literatura de gustos ratoneros teñidos de retórica. Aseguran que fue orador brillante y eficaz, y no lo dudo, porque debía de ser andaluz rápido en reflejos y réplicas.

Todo, lo que se dice todo, en la vida de don Antonio Cánovas del Castillo fue cálculo. Y casi todo le salió bien al final, forzando las cosas hasta corromperlas o cambiarlas de sentido. Pero siempre se salió con la suya. Era el más listo de los políticos de su generación y de su clase, a la que despreciaba a partir de un conocimiento exhaustivo de ella. Los suyos le apodaban el Monstruo,la verdad es que sin mucho tino y cacumen. Cánovas despreciaba - así, en general-al hombre como ciudadano, en esa idea conservadora tantas veces confirmada, ¡ay!, por la realidad, de que somos herederos de la barbarie y debemos contener nuestros instintos más evidentes y primarios. Leopoldo Alas, Clarín,escribió sobre él un contundente panfleto cargado de ira y de talento que está, en mi opinión, entre sus mejores textos, porque entonces era joven, audaz y estaba lleno de ilusiones. Nunca escribió mejor Clarín que cuando denunció al falsario intelectual que era Cánovas y cuando se echó al coleto una improvisación sobre la pasión frustrada, que sería al final La Regenta.No sé por qué extraña razón, siempre que pienso en Cánovas me sale Clarín a ofrecerme ayuda.

No es fácil analizar la figura de Cánovas, su evolución - mejor sería decir su involución-,sus sentimientos - hay dudas sobre su existencia-,sus desánimos casi inconfesos, su valor manifiesto en una sociedad de gente exaltada y cobarde - la española es una sociedad que siempre se refiere a la masa testicular y rara vez exhibe su valor; quizá por eso ha sido tan potente la afición taurina, esa bella temeridad de un solitario en el ruedo-,y su desdén mayúsculo hacia los demás,entendiendo esto en su sentido más genuino. Misantropía del orgullo. Aquella boutade,en voz baja y en las Cortes, durante el debate constitucional, bien vale un elogio por su aplastante rotundidad. Discutiendo sobre la definición de español, le salió la frase que le honra y que ningún político de hogaño osaría pronunciar. "Es español el que no puede ser otra cosa".

Vaya si tenía razón. Hasta su asesinato lo confirmó. Lo mató un anarquista, Michele Angiolillo; eso que hoy llamaríamos unpringao,voluntarioso y tenaz, que le descerrajó unos tiros en el balneario de Santa Águedamientras el prócer leía el periódico. ¿Pero saben ustedes cuánto personal de seguridad estaba en aquel momento protegiendo al presidente del Consejo, liquidado así como quien dice, desayunando? ¡34 funcionarios del Estado de la Restauración!

Pero yo no quiero hablar de Cánovas sino sobre Cánovas, porque ha aparecido uno de los ensayos más interesantes que he leído en mucho tiempo, y sobre el que ha caído ese toldo con el que aquí, en la España autonómica, orgullosa de su riqueza intelectual - que yo no veo por parte alguna-,suelen cubrir los trabajos que rompen la calma chicha de lo establecido. El autor es José Antonio Piqueras y el título Cánovas y la derecha española;con un subtítulo seductor, Del magnicidio a los neocon (Península). ¿Quieren ustedes creer que desde que salió el libro, el pasado octubre, hasta hoy no he leído ni una sola referencia? En verdad que es menester afrontar 600 páginas, pero muchas más tienen algunas basuras que no voy a citar y sin embargo las exaltan el mismo día que llegan a librerías.

Habré compartido con José Antonio Piqueras dos o tres frases en mi vida. Las suficientes para detectar que no es precisamente un tipo simpático, sino un profesor de la Universidad de Castellón que codirige con el catedrático Javier Paniagua una de las publicaciones más insólitas, por brillante y longeva, del mundo académico, Historia Social.Si en España los libros de ensayo se mueven entre la inmediatez y la sosería, aquí tienen un ejemplo de actualidad. Tanta, diría yo, que quizá sea esa la explicación más plausible para que le hayan echado el toldo gris que lo convierte en inexistente. Estamos ante un libro sólido, en ocasiones berroqueño por su evidencia y su aplastante fuerza dialéctica.

Cánovas y la derecha española es un recorrido por la ideología conservadora en España, escrito con delectación y apabullante material argumental, que parte del primer generador de ideas en la burguesía española, quizá menos potente que Balmes y Menéndez Pelayo, pero muchísimo más eficaz, porque se trata de la consumación del Príncipe de Maquiavelo. No sólo elabora teoría, sino que la practica.

Un texto de obligada lectura; nada fácil en las ocasiones que cede a la pasión académica, según la cual todo es importante, y no se debe dejar ningún flanco al enemigo. Pretensión ingenua, porque al adversario le basta con echar el toldo gris del silencio y la opacidad, y decidir que este libro no existe. Fíjense bien en lo que les estoy diciendo. Aún en España es posible que alguien publique un trabajo, que responde a una reflexión de muchos años, de una solidez incontestable, y sin embargo le puede ningunear cualquier frívolo que aparcará el texto tras una ojeada en diagonal porque es largo, o lleva muchas notas, o sencillamente afecta a todos aquellos mitos y leyendas ideológicas que proliferaron en España durante muchos años. Tantos, que llegan hasta hoy.

Hay un momento que yo considero estelar en el libro. Es aquel en el que hace un descorazonador contraste entre el ayer de los grandes y el hoy de los herederos. O lo que es lo mismo, de cómo Ortega y Gasset, uno de los más incisivos denunciadores de Cánovas y su Restauración, hasta el punto de insultarle con las palabras más gruesas que Ortega usó jamás, devino - por sus herederos-en todo lo contrario. ¿Saben ustedes que el centro más importante de brillo y esplendor del conservadurismo de Cánovas hoy día es la Fundación Ortega y Gasset, alimentada primero con historiadores del PSOE, luego con ideólogos del PP y siempre bajo la férula de los fondos del Estado? Háganse con el libro de Piqueras sobre Cánovas y la derecha española,y cuando lo lean entenderán por qué no ha tenido hasta el día de hoy ni una reseña. Esa contradicción en los términos que definimos como inteligencia académica no perdona.

Leer la primera parte: Larra es mucho...

Gregorio Morán