Y después de Arafat, ¿qué?

Por Pedro Martínez Montávez, arabista y profesor emérito de la Universidad Autónoma de Madrid (EL MUNDO, 11/11/04):

Un amigo mío palestino, al que no veo desde hace bastantes años, comparaba a Yasir Arafat con Maradona. Lo hacían también otros muchos palestinos, en expresión familiar y por supuesto que con su punta de admiración y de ironía. La maestría en el regate político del dirigente palestino era comparable a la maestría en el regate futbolístico del jugador argentino. Es indudable que el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, inmerso desde hace días en una tortuosa agonía, ha ido perdiendo gran parte de esa excepcional y brillante capacidad de regate, prefiriendo desde hace tiempo poner en práctica sucios y feos planteamientos de juego defensivo, a la contra. Pero es no menos cierto también que aún le quedaba algo de aquélla.

De no ser así, ¿cómo habría podido conservar durante más tiempo de lo que parecía posible la dirección de un movimiento, de un proyecto nacional? ¿Puede alguien dudar de ello, dejando al margen el análisis y la calificación de los procedimientos que ha seguido para conseguirlo? Podemos también hacernos una idea aproximada del deterioro y la degradación enormes que todo ello ha acarreado a su imagen y a la consideración en que se le tiene, recordando los nuevos epítetos y apodos que ha ido recibiendo a lo largo de estos últimos años. Pero éste es otro asunto en el que yo no pienso entrar aquí ahora.

No es nada fácil hacer un balance ponderado de la obra del rais palestino durante estos últimos 10 años, es decir, de los que lleva de vuelta en casa, aunque se haya visto desplazado a un desván pequeño y recóndito de esa casa. Es tan fácil ser arafatista como antiarafatista, igual que ocurre con tantas otras figuras similares, particularmente si se trata de políticos. Es fácil, sin duda, pero también erróneo, y además sumamente perjudicial para la auténtica causa palestina en su fase actual de proceso.

La dureza de la censura y la blandura del elogio se verían seguramente muy condicionadas por la trágica visión del rais en su pobre y vulnerable refugio de la Muqata. El escritor palestino Taisir Maxárika ha descrito recientemente la escena de forma sencillísima y luminosa: «Parecía un panorama surrealista, un cuadro de Salvador Dalí». Lo que urge ahora es pensar lo que puede ser el «después de Arafat». Los propios palestinos llevan algún tiempo debatiendo esta cuestión, con bastantes menos reparos y miramientos de los que muchos pueden suponer, aunque relativamente poco ha trascendido a nuestros medios de ese debate y nos hayamos quedado reducidos casi siempre a sus aspectos más anecdóticos y personalizados.Es decir, los menos importantes y significativos seguramente.

Pido perdón por la autocita, pero me parece un buen punto de partida para esta reflexión. Escribía yo hace más de dos años lo siguiente, en un artículo en el que abordaba el tema de los palestinos y el cambio: «¿Tendrá lugar el segundo gran cambio generacional en el movimiento nacional palestino? Y, de ser así, ¿cuándo, cómo y con quiénes?». Porque he pensado siempre que no tendría que tratarse de una mera sustitución individual, estrictamente singular. Esto es en realidad lo que querrían los enemigos de la auténtica causa palestina, los que no la conocen a fondo y hablan sólo de oídas y por moda, o los inconscientes». Y añadía: «La realidad de Palestina está seguramente imponiéndose ya por sí misma, dejando de estar subordinada, como hasta ahora, al marchamo y al resplandor de los nombres y personajes emblemáticos y monopolizadores de la representatividad total».

Para mí está muy claro que en esta coyuntura de búsqueda de sustitución a la figura de Arafat, tan incomparable e irrepetible por tantas cosas, pero de tan necesaria y urgente superación también, la solución que se dé ha de cumplir, entre otros requisitos fundamentales, los siguientes: ha de servir para recuperar algunas señas de identidad esenciales del movimiento nacional palestino que a lo largo de estos últimos años se habían ido desvirtuando, deteriorando o perdiendo y ha de inscribirse en el marco de necesarias y absolutas exigencias reformistas y regenerativas que la zona, el Maxrek, vive en la actualidad, en la peligrosísima y amenazadora situación en que se encuentra, explosiva y caótica al máximo. De no ser así, ni será solución ni valdrá absolutamente para nada. Sí, valdrá para que aumente el caos, la ruina, la tragedia, el desconcierto, la muerte. Algo que ha venido en gran parte desde fuera, pero que también se ha fomentado desde dentro.

Por consiguiente, dejemos reducidas las quinielas, los pronósticos y las especulaciones de contenido estrictamente individual, de búsqueda de un nuevo líder carismático y de un nuevo icono, al lugar que les corresponde por su dimensión mediática y obsesivo relumbrón estelar. Planteemos la reflexión sobre bases más sólidas y consistentes, más estructurales, útiles y realistas también.Los líderes son importantes y representativos, sin duda alguna, pero los líderes son menos resistentes y nítidos que los sistemas y los procedimientos. Si el proyecto nacional palestino está necesitado de algo en esta coyuntura concreta es precisamente de eso: de sistema y de procedimiento; de resistencia, de solidez y de claridad. Recuperaría así, como he dicho, algunas de sus señas de identidad fundamentales o las revigorizaría al menos sustancialmente. Es muy difícil, prácticamente imposible, que esto lo pueda hacer un individuo solo. Ni en la Palestina actual ni en el marco árabe general y extenso. Unicamente se puede intentar desde la colectividad, a través del diálogo interno llegar al gobierno realmente legítimo y auténticamente representativo.

Más aún: como digo, eso significará la revigorización y la recuperación evidentes y fuertes de las auténticas señas de identidad del proyecto nacional palestino. Sólo así se será fiel a él y a tanta sangre vertida en su defensa. Constituiría además un ejemplo para el resto de los árabes. Los responsables políticos palestinos han de verlo y aceptarlo así, ponerlo en marcha, articularlo y vertebrarlo. Si siguen sin verlo así, irán al desastre, a la liquidación de ese proyecto nacional. Y si alguien se opone a ello desde fuera -por muy fuerte, despótico e imperialista que sea- tendrán que seguir oponiéndose a él, o a ellos. Esperemos que no les falten apoyos ni defensores en esa coyuntura. Porque tampoco podrían hacerlo solos.

Parece bastante claro que la gran mayoría de los dirigentes políticos palestinos actuales son agrupables en dos grandes bloques, a los que puede denominarse vieja y nueva guardias. Los primeros constituyen la generación de Arafat, son sus principales colaboradores y defensores, aunque no estén siempre completamente de acuerdo entre sí. Han perdido en general gran parte del prestigio y del respeto que acumularon en el exilio, pero conservan todavía amplios resortes internos de decisión y de poder. Si tratan de gobernar por sí solos, prefiriendo seguir una línea estrictamente continuista, ya imposible y, más aún, anquilosada, anacrónica, cometerán un gravísimo e irreparable error. La nueva guardia son los jóvenes leones de dentro, los que no se vieron obligados al éxodo. Cuentan, indudablemente, con un discurso político diferente, conocen mejor la situación interna y posiblemente son mejor vistos en principio -si no todos ellos, sí la mayoría- por Estados Unidos y por Israel.Pero carecen, obviamente, de experiencia y su relación con el entorno árabe es, en términos generales, bastante menor, más indefinida. Ambas partes han de llegar a entenderse mediante el único camino posible: la defensa del proyecto nacional palestino.Si ambos se enzarzan en una ciega lucha por el poder, ambos estarán condenados al fracaso, más temprano o más tarde. El diálogo interpalestino reformista y regenerativo ha de hacerse también con las fuerzas islámicas. Ello es absolutamente necesario, entre otras razones por la razón sencilla e imponente de que su representatividad social es grande, cada vez mayor. En consecuencia, no se les pude ignorar, aunque sí se les debe exigir que ellos acepten también ese proyecto nacional. Todo esto significa una tarea sumamente difícil, pero es que no cabe otra. Lo contrario, repito, es el final del proyecto.

¿Supondrá la sustitución de Arafat el abandono o la renuncia al proyecto de Estado palestino soberano e independiente? Este es seguramente el gran deseo encubierto del Gobierno israelí y, en concreto, de Ariel Sharon. No tiene nada de descabellado pensar que ése es también el propósito final de la retirada de Gaza o que la incierta situación actual en que los dirigentes palestinos se encuentran sea aprovechada por el Gobierno de Sharon -si es que dura- o por cualquier otro similar que lo sustituyera -para liquidar esa aspiración palestina de creación de su Estado soberano e independiente-. No faltan crecientes manifestaciones de responsables políticos israelíes, muy próximos a su primer ministro, que permitan suponer que ese objetivo final es el que están buscando. Si así resulta, no debe permitirse que sean solamente los palestinos quienes se enfrenten a esa decisión y la combatan.Es una cuestión de responsabilidad de todos, internacional. Si es verdad que existen una voluntad y una decisión internacionales, unos organismos y unas fuerzas que las representen y actúen en su nombre en el momento exigible y en consecuencia, ése sería el más importante y apremiante de todos. Vuelvo a repetir que los palestinos no pueden seguir solos, haciendo frente a tan descomunal agresión.

Todo esto ocurre en un contexto preciso, en el que dos amenazas reales y actuantes parecen, desde hace tiempo, imparables y son en realidad dos crímenes: la ilegal ocupación israelí de los territorios palestinos y el terrorismo, en su doble manifestación: la palestina de facciones y la israelí de Estado. La operación de búsqueda de soluciones justas y duraderas, por consiguiente, se hace todavía más desesperante, compleja y agobiante. Pero es también cada vez más apremiante y necesaria. Si no estamos todos rematadamente locos y hemos perdido ya por completo la dignidad y la moral, no nos queda más que un camino: seguir buscándolas.