Y después de la austeridad, ¿qué?

O puedo negar que los primeros pasos dados por el nuevo Gobierno en el terreno económico y presupuestario me han satisfecho ampliamente. Me ha gustado la rapidez de actuación del Ejecutivo en las medidas encaminadas a atajar el cuantioso déficit público, incluso la subida impositiva y el propósito, aunque no demasiado ambicioso, de acentuar la lucha contra el fraude fiscal que siempre he considerado imprescindibles, lo que me lleva a ver con cierta simpatía el revuelo que se ha organizado en torno al previo conocimiento o no, por parte del Gobierno, de la desviación del déficit respecto a las previsiones. En realidad me es indiferente que tuviera conocimiento oficial o no. Está claro que a nivel de estimación la desviación era previsible y estaba en el ánimo de todos. Lo importante es que se ha hecho lo que había que hacer. Si ha sido una sorpresa o una mera mise en scène de una decisión previamente adoptada, a mí me parece irrelevante, aunque a algunas otras personas les dé pie para debatir sobre el incumplimiento del programa electoral.

Y me ha gustado particularmente, tras tantos años de idas y venidas, de acciones contradictorias y de vacilaciones letales —que, en ocasiones, recordaban la célebre paradoja del asno de Buridán, que tras días de sed y ayuno, enfrentado a un recipiente con agua y otro con avena, terminaba muriendo ante su incapacidad para decidirse por una u otra cosa—, la clara incardinación de las acciones iniciales y otras que se anuncian, en un plan que tiene tras de sí una lógica y un esquema definidos de comportamiento.

Esas actuaciones de partida tienen, desde mi punto de vista, tres principales polos de atracción:

1. En primer lugar, la pretensión, un tanto obsesiva, por limpiar el déficit público. Una línea muy en concordancia con lo que nos pide la Unión Monetaria Europea. Seguramente el endeudamiento público español no se encuentra en niveles comparativamente preocupantes; es más angustiosa la situación de endeudamiento privado, pero el déficit —e indirectamente el endeudamiento público— es el buque insignia, el que marca el diferencial de intereses con Alemania y sobre el que pivota la confianza de los mercados.

2. En segundo lugar, se piensa que esa imprescindible política de austeridad debe ir acompañada de medidas de flexibilización del sistema (mercado de trabajo, reforma financiera) que permitirán avanzar en el crecimiento y crear empleo.

3. Y finalmente, el complemento imprescindible de ese modelo de política económica son las actuaciones encaminadas a elevar la productividad (educación, tecnología) para mejorar la competitividad de nuestros productos y posicionarnos mejor en los mercados internacionales.

Mi única objeción a la actuación de la política económica reciente es que no se haya hecho un esfuerzo por explicar cómo va a ser, una vez superada la difícil etapa de saneamiento, el curso esperable de la actividad económica. Algo especialmente inquietante en una economía que tiene tan elevada tasa de paro y que está entrando en una nueva recesión. La gente está convencida de la necesidad de austeridad, aunque, como sugería el gran pensador Edmund Burke en la temprana fecha de 1774, «hacerse simpático estableciendo impuestos, como amar y estar cuerdo, no es propio de la naturaleza humana». Los ciudadanos están dispuestos a poner todo su empeño en entender, si alguien se toma la molestia de explicárselo, cuáles son los siguientes hitos en el camino de salida de la crisis. Algunos esperan un big push económico tras la necesaria austeridad, otros creen que la Europa cada vez más solo de Merkel y Sarkozy premiará con una acción estimulante extraordinaria el buen comportamiento de limpieza y flexibilización del sistema, y no faltan escépticos que se preguntan si la recuperación va a ser posible en tiempo real, ante unas acciones que, de momento, tienen un efecto antiséptico tan fuerte que va introduciéndonos cada vez más ente crisis y aumentando la tasa de paro a niveles de alarma social.

En esa explicación tan esperada como necesaria, solo hay manifestaciones oficiales de medias palabras. Yo no soy adalid de esa línea de pensamiento que asigna a las políticas antes enunciadas efectos positivos, incluso en el corto plazo, pero en la lectura de lo que han manifestado unos y otros veo como tres líneas de efectos positivos que se predican de la política de austeridad y reformas.

La primera es la clásica consideración de que esas acciones al reducir costes (presupuestarios, laborales y financieros) elevarán la competitividad y generarán un crecimiento de las exportaciones y del turismo que será, como ha ocurrido en otras crisis, una base sólida de crecimiento y empleo.

La segunda es que las actuaciones correctoras mejorarán las expectativas, generarán confianza y, en un marco laboral flexible, muchas empresas, incluso a corto plazo, aumentarán el empleo y se irán preparando para el crecimiento futuro, si se pueden apoyar en unas mayores facilidades crediticias derivadas de un sistema financiero saneado, capitalizado y redimensionado.

La tercera es la convicción de que la elevación de la productividad derivada de las reformas estructurales que se emprendan en un futuro inmediato conducirá a una revalorización de los bienes de capital del país, lo que generará un efecto riqueza estimulante de la demanda interna.

Personalmente, tengo algunas dudas de que estos mecanismos funcionen de forma significativa a corto plazo. En época de decaimiento del comercio mundial poco cabe esperar adicionalmente de la exportación, que ya está teniendo un buen comportamiento. Lo que está fallando es la demanda nacional. Las expectativas se verán positivamente afectadas por un comportamiento coherente y por una política de austeridad ejemplar, pero lo que auténticamente induciría confianza es que se registraran un crecimiento positivo y una reducción del paro. Una causalidad más bien a 'a inversa. La repercusión de los incrementos de productividad en el valor de los activos requiere un plazo muy largo para aceptar que puedan generar un efecto riqueza movilizador de la demanda interna.

Pero no cabe duda de que, se mire con afinidad o con escepticismo, los españoles deben saber que detrás de las acciones emprendidas y las que nos aguardan no solo hay sangre, sudor y lágrimas; hay un modelo de crecimiento tan defendible como cualquier otro y cuya veracidad solo podrá juzgarse cuando se conozca el curso de los hechos en los próximos meses, o tal vez años. Alguien debería explicárselo.

Yo creo que, además de embridar el déficit público, una mejor gestión de nuestro papel ante la Unión Monetaria, que pudiera desembocar en una política de crecimiento de la Unión que tenga en cuenta nuestras necesidades específicas, nuestro grado de apertura —que no es el de Alemania y Dinamarca— y la etiología de la crisis española, tan diferente de la de los países más avanzados, sería importante.

Victorio Valle, presidente del Consejo Consultivo de FUNCAS.

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