Y este cuento se ha acabado

El relato es lo importante. Avanza y vence quien tiene relato y pierde quien se queda sin él. Durante al menos cuatro años nos han contado un único cuento. El de la Transición ya quedó viejo. No digamos ya el de la España que se modernizó y casi alcanzó el G7, tal como nos lo contó José María Aznar. Regresó el cuento de siempre, el de la vieja España, la del pelo de la dehesa, y se deshilachó en cambio el relato de la España plural y tolerante, en la que por vez primera convivían en paz y armonía los viejos pueblos y lenguas, desmentido por boicots, campañas de firmas, sentencias del Constitucional y al final, por la polarización y la división entre independentistas y unionistas. El cuento de España terminaba de nuevo mal y por eso surgían otros cuentos maravillosos.

Así es como creció ese nuevo cuento, potente, bien ensayado, desde abajo y desde arriba, con crowdfunding y con presupuesto público, como era el de que Cataluña iba a declararse independiente —tenemos prisa decían— y que iba a ser ya, ahora, enseguida. En fechas señaladas, además: en el 2014 del tricentenario de aquel 1714 de la Nueva Planta que pasó como una apisonadora sobre la lengua y unas instituciones medievales en las que los historiadores más perspicaces han visto un incipiente sistema parlamentario a la inglesa, ahogado in nuce por el centralismo borbónico. O, como más tarde, en el primer 23 de abril del año siguiente, el actual 2015. Y que se produciría casi automáticamente, al estilo de una máquina expendedora: usted echa las monedas de una fuerte voluntad popular debidamente organizada y manifestada en las urnas y cae inmediatamente una burbujeante, dulce y fresca independencia que deja satisfechos a quienes la disfrutan, desconcertados a quienes la rechazan y maravillados a todos por la capacidad catalana para producir milagros históricos.

El final del cuento es conocido. Hay un perro y un gato, que son Mas y Junqueras: no importa para el argumento entrar en más detalles sobre cuál de los dos es felino y cuál cánido, porque basta con señalar, como ha visto todo el mundo y especialmente sus partidarios, que se comportan como perro y gato. Son perro y gato. El cuento se ha terminado por muchas razones. En primer lugar, porque el cuentacuentos que es la historia nos está contando tres cuentos más que interfieren con el cuento único vigente hasta hace bien poco tiempo. En segundo lugar porque el relato de la independencia se ha revelado finalmente que era lo que es siempre el cuento político: una simple y brutal pelea por el poder.

Todos estos cuentos, curiosidad de la historia, empiezan por P, como Podemos, la fuerza que desorganiza primero el mapa español y luego, sin líderes ni siquiera, hace lo mismo con el catalán. Ese cuento le dice a Artur Mas que también él es casta. Le arroja a la cara el caso Pujol y le refriega a Esquerra su celo escasísimo en la depuración de responsabilidades políticas por el escándalo que afecta al expresidente y a toda su familia. Recuerda a todos, también a Iniciativa per Catalunya, que el eje derecha e izquierda todavía existe y que los fervorines soberanistas no deben ocultar los recortes y las actitudes antisociales. E incluso rememora para uso de sus partidarios catalanes y también de lo que queda del socialismo catalán cuánto vale el impacto de alguien que quiere emular a Felipe González en la Cataluña metropolitana.

La segunda P ya ha salido y es la confesión de Pujol. No iba a afectar al proceso, claro que no, y así pudo comprobarse en el siguiente 11-S. Pero ha sido la piedra en el zapato de los acuerdos entre Mas y Junqueras y lo seguirá siendo. Incluso puede que crezca y se haga cada vez más incómoda. Ciertamente lo es conocer que Oriol Pujol, todavía nominalmente número dos de Convergència hasta mitad de julio pasado, se haya negado a declarar ante el juez por su caso de corrupción en el mismo momento en que Mas y Junqueras estaban a punto de alcanzar de nuevo uno de sus muchos acuerdos históricos de la temporada. Ese cuento deshace el sortilegio de otro cuento, el de que los catalanes éramos especiales, distintos, mejores en definitiva.

La tercera P es la peor de todas y es el relato que, desgraciadamente, rompe más por lo sano con los cuentos de hadas, el catalán, el español y el europeo. París y sus matanzas, de caricaturistas y de franceses de identidad judía, nos recuerda a los catalanes el cariz de las libertades que de verdad están amenazadas en Cataluña en particular y en Europa, España incluida, en general. No las amenaza Madrid ni el PP, por cierto. No son colectivas ni nacionales, sino mucho más apreciables y concretas: son individuales, políticas, de conciencia, de expresión, derecho a la vida incluido. Es la libertad, entera, mayúscula, la hermana de la fraternidad y de la igualdad en la república de los valores europea y occidental. Difícil a estas alturas del siglo XXI y de la globalidad averiada seguir con el cuento de las viejas naciones del siglo XIX con el que nos han aturullado unos y otros en los cuatro últimos años.

Llegamos así al cuarto cuento, el cuento del poder que se nos contaba disfrazado de cuento de emancipación nacional. Lo ha reconocido con palabras precisas un intelectual independentista de los más encendidos, como Héctor López Bofill, al formular en el diario El Punt/Avui, el más conspicuo portavoz periodístico del proceso, dos dudas trascendentales: “¿La verdadera intención de Mas es alcanzar la independencia o instrumentalizar la ambición independentista para mantenerse en el poder? ¿La voluntad de ERC es consumar la secesión o ganar unas elecciones autonómicas e hilvanar un nuevo gobierno de izquierdas que esta vez provoque la desintegración de CiU (a diferencia de la tentativa fracasada que significó el tripartito en esta dirección)?”.

Con cuatro cuentos en competencia y uno de ellos, el hasta ahora cuento único, revelado como cuento por el poder, todo será distinto. El proceso sigue en la medida en que sus protagonistas han preferido no matarlo. Pero se ha resquebrajado. La grieta está a la vista de todos, incluidos los más fervientes soberanistas. Sus dirigentes saben que la independencia que han venido vendiendo durante cuatro años de machacona campaña y de relato único es un cuento de hadas. No quiere decir esto que su programa independentista no pueda obtener un apoyo muy amplio en las elecciones del 27 de septiembre, ni siquiera que no pueda obtener la mayoría. Lo que es seguro es que no habrá mayorías para aventuras. Quienes tenían prisa mejor que se sienten. Quienes creían en fáciles automatismos, mejor que revisen sus ecuaciones infalibles. Quienes esperaban milagros de la internacionalización y lecturas audaces del derecho internacional, mejor que vuelvan a los libros, think tanks y seminarios universitarios.

Lo que va a quedar es lo que había y lo que debía quedar. Hay una opinión independentista que se ha ensanchado hasta un límite que muy difícilmente puede seguir creciendo, con su plusmarca en el 9-N. Con ella se pueden hacer muchas cosas, pero no la independencia según los planes apresurados de sus dirigentes. Se puede intentar, al estilo quebequés o escocés y tras demostrar, cosa ahora dudosa, que existe efectivamente una mayoría en favor de la independencia, la celebración de una consulta dentro de la ley y en perfecta negociación con todas las partes, es decir, rehacer el camino que se ha hecho mal y unilateralmente hasta ahora. Se puede defender el actual nivel de autogobierno de la erosión que está sufriendo como efecto de la crisis y también de la acción gubernamental del PP. Se puede negociar un incremento de los techos de autogobierno. Pero no se puede declarar la independencia a fecha fija y unilateralmente ni se puede mantener a la ciudadanía entera colgando de un hilo durante años y además sin dar palo al agua a la hora de gobernar.

No hay relato de España, es verdad. El de Cataluña tiene la consistencia que hemos visto. Y el único que nos valdría, el relato de Europa, está en peligro. Habrá que optar y espabilar, si es que somos capaces. Pero en todo caso, antes hay que tener las cosas claras y saber que el cuento se acabó con el perro y el gato, como dice la cláusula final de los cuentos tradicionales en catalán, el equivalente del colorín colorado: “Vet aquí un gos, vet aquí un gat, i aquest conte s’ha acabat!”.

Lluís Bassets

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