Y Scholz se nos fue a Pekín...

... con séquito empresarial integrado por una docena de CEOs de las más grandes firmas alemanas. De broche, el encuentro con Xi Jinping.

Esta publicitada visita de horas contadas -"la primera por un líder del G7 desde que comenzó la pandemia"-, choca con las admoniciones de su "pareja" en la UE: París está contrariado por este viaje -el momento, el formato (por libre)-. El Canciller ignora asimismo el llamamiento de sus socios de coalición (en particular, la Ministra de Exteriores -verde-) por una estrategia china actualizada, al que se suma su opinión pública: los alemanes ven en China, ante todo, un competidor. Una encuesta reciente (ZDF) indica que el 84% desea ver reducidos los vínculos comerciales.

El revuelo ha sido tal, que Scholz firmaba anteayer en el medio predilecto de la Bruselas comunitaria un artículo justificativo, con mensajes destinados a enfriar los ánimos. Subraya que "'business as usual' ya no es una opción". Defiende el comercio bilateral con el Imperio del Medio, a la par que aspira a reducir dependencias. Critica la falta de reciprocidad, y hasta menciona los temas tabú de derechos humanos en Xinjiang y la situación de Taiwán (que ya había prometido abordar en vivo y en directo). Asegura que, "a la vez que China cambia, la forma en la que tratamos con China debe de cambiar también". Pero estima que "desacoplarse" es "la respuesta equivocada".

El CEO de la química BASF lo secunda: denuncia la "fustigación de China" mientras inaugura un complejo de 10.000 millones de dólares en Guangdong, al tiempo que se filtra un recorte de 500 millones de euros, con pérdida de puestos de trabajo en Europa -particularmente Alemania-. Por su parte, el jefe de Volkswagen aduce que sus instalaciones en el controvertido Xinjiang "transmiten sus valores" a la región. De fondo, aún fresca, la aprobación por Scholz de la venta de una participación significativa en la terminal portuaria de Hamburgo a la empresa estatal china COSCO.

Cincuenta años después de que el gobierno de Willy Brandt estrenara la "Neue Ostpolitik" de cara a la Unión Soviética, Alemania vuelve a mirar, mercantilmente, en esa dirección; más bien, no ha dejado de hacerlo. Aunque el contexto geopolítico ha mudado, sigue en la fijación por estrechar relaciones con el Este -hasta recientemente con Moscú; hoy con Pekín-. Y como en la etapa anterior, nos afectan las consecuencias.

Es de razón, lector, recordar la relevancia del intercambio entre nuestra cabecera europea y el que es su primer socio comercial por sexto año consecutivo. El mandatario alemán intenta navegar en la ambigüedad de un discurso forzado y hechos contradictorios. Pero no cabe orillar la necesidad de actualizar nuestra política de China. Ésta que fue crucial en el proceso de globalización y prosperidad (también de Alemania) ahora busca autosuficiencia y dominio.

Occidente entero apostó -y fuerte- por Pekín. Sin embargo, poco tiene que ver la China de hoy con la de principios de siglo. De esta mutación, destaca su proyección al mundo. Por ello, cualquier nueva Ostpolitik tiene que incorporar la perspectiva de Xi, que ya es epónima de la china: tenemos (también Alemania) que revisar los hitos que marcan en la memoria colectiva la evolución del país.

2001, además del ataque terrorista en el corazón de EEUU, queda marcado por la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC). 2008 es la caída de Lehman Brothers; hoy cobra importancia la fastuosa ceremonia de las Olimpiadas en Pekín. Mientras EEUU "pivotaba a Asia", 2012 nos trajo el ascenso a la cúspide de Xi y el consiguiente lanzamiento de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Por fin, junto con la invasión de Ucrania, de 2022 recordaremos -habremos de recordar- la Xinificación del país, orquestada en el Congreso de octubre.

El 11 de diciembre de 2001, tras 15 años de negociaciones, la OMC se abrió a Pekín: "un paso histórico hacia la prosperidad continua en EEUU, la reforma en China, y la paz en el mundo", en palabras del entonces presidente Clinton; "un hito en la reforma y apertura de China", según Hu Jintao, en el poder en aquella fecha. Y bien que se abrió. Su comercio creció casi exponencialmente -de 516 mil millones de dólares en 2001, a 4 billones (trillones americanos) en 2017-. La sociedad ha sacado, así, beneficios mayores: se convirtió en primer exportador del mundo (destronando, por cierto, a Alemania) en 2009; el índice de pobreza extrema (67% en 1990) cayó por debajo del 1% en 2015; su economía se ha multiplicado por 13 desde 2001, y el PIB per cápita, casi por 12.

Más allá de sus fronteras, las repercusiones han sido mixtas. Sin perjuicio de las ganancias macro -las exportaciones de EEUU se han multiplicado aproximadamente por ocho en las últimas dos décadas-, el despegue de China ha contribuido fuertemente (o sencillamente lo ha provocado) al declive de las industrias manufactureras en parte sustantiva de Occidente, originando una característica desazón en nuestras sociedades; y explica -en parte no menor- fenómenos como Brexit, Trump, o la popularidad de banderas nacionalistas-proteccionistas.

Si 2001 significó el inicio del auge de China a gran potencia, 2008 simbolizó su puesta de largo. La inauguración de los Juegos Olímpicos -bajo la mirada atenta de Xi- se erigió en escaparate de su ambición. Rompiendo con el lema dengiano de "esconder la fuerza y esperar el momento oportuno" como guía de la política exterior, la ostentosa ceremonia señaló que el Imperio del Medio ya no intentaría evitar el protagonismo.

Al contrario, lo buscaría, aprovechando las "oportunidades estratégicas" para integrarse en el escenario internacional -y apoderarse del mismo-, una y otra vez. Mientras Xi allanaba el camino hacia la hegemonía, Occidente se sumergía en una crisis financiera sin precedente. Para los gobernantes chinos, esta crisis -que también acabaría afectándoles- demostraba la debilidad del modelo económico democrático-liberal. Sirvió de forraje para alimentar un relato antioccidental en ciernes.

Este planteamiento adversario lo consolida Xi al hacerse con las riendas del país en 2012. A la vez que la administración Obama "pivotaba" a Asia, Xi constituía a EEUU en abierto objetivo. Busca, al tiempo, arrimar apoyo para el sistema alternativo que maduraba: el Socialismo con Características Chinas, que elimina todo vestigio aperturista y coloniza el vigente Orden Global Basado en Reglas; que ofrece "sino-democracia"; que prima el colectivo sobre el individuo y la seguridad por encima de la libertad.

Con el lanzamiento de su avasallador proyecto BRI en 2013, Xi desveló sus apetencias planetarias. Mediante infraestructuras e inversiones, China busca ejercer influencia -modelar-, además de expandir su mercado. Lo vende como una alternativa sin condiciones a la cooperación al desarrollo "imperialista" de EEUU. Y, a fecha de agosto, 149 países se lo habían comprado -entre ellos, 18 miembros de la UE-.

El mes pasado, este mando se ha consolidado oficialmente con el XX Congreso del Partido Comunista de China (PCC) (la reunión Xi/Scholz ayer fue el primer evento de trascendencia coreografiado en el mismo escenario, el mítico Gran Salón del Pueblo). Recién comenzado su tercer mandato -con visos vitalicios-, Xi ha confirmado su estatus de líder tan omnímodo y poderoso como lo fue Mao Zedong. Ahora, rodeado de leales, no tiene quién le pare en el PCC; que equivale a decir: no tiene contrapeso en la estructura institucional del país. Ve el mundo a sus pies, y salvo acontecimientos hoy impredecibles (la pandemia lo ha sido, como lo fueron las protestas de Tiananmén que en 1989 amenazaron seriamente al régimen), aumentará su impacto.

Por ello, la coordinación integral debe presidir nuestra relación con Pekín; no cabe aislar el comercio. Es hora de que hablen los actos. Que la nueva Ostpolitik, más allá de un artículo de oportunidad, concuerde con nuestros intereses. Pragmáticamente, sí; pero con visión. Que tenga en cuenta la perspectiva Xi; sin ignorar la de sus socios europeos. Que reduzca dependencias (efectivamente, no sólo sobre el papel) y aumente nuestra resiliencia. Que deje claro que Europa es un frente unido, y actuará como tal.

El mundo ha cambiado en los últimos 20 años. Nuestra política hacia China ha de cambiar también. Alemania tiene la oportunidad -y la responsabilidad- de guiar el curso.

Ana Palacio

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