¿Qué tenía que perder Miquel Iceta en las elecciones del 14 de febrero en Cataluña? Nada. Absolutamente nadie apostaba por alguien acostumbrado a perder y sonreír, sonreír y perder. Nadie daba un duro por un PSC al que la tibieza había afectado en su habitual transversalidad. Ni era suficientemente nacionalista como para derrotar a ERC ni fue lo suficientemente constitucionalista como para derrotar a Ciudadanos en la convocatoria de diciembre de 2017.
¿Qué tiene que perder ahora Salvador Illa? Según las encuestas y viendo el entusiasmo de la prensa afín, todo. Está llamado a ganar las elecciones, ni más ni menos. Incluso a gobernar. Y cuando el listón queda tan alto, cualquier otra cosa genera decepción y fracaso.
El PSC se ha convertido en un partido de encuestas, en la respuesta fácil del que apenas arriesga. Todas le colocan en un triple empate con ERC y JxC. Es decir, todas dan por hecho que ocupará el lugar de Ciudadanos e Inés Arrimadas en 2017.
El PSC no se sabía a lo que estaba, el PP iba con el paso cambiado y Vox aún no había irrumpido con fuerza en Cataluña
La afirmación es arriesgada. Aquella convocatoria electoral tuvo lugar durante el mayor momento de tensión política en la historia reciente de Cataluña, con un Ciudadanos pujante a nivel nacional, una candidata con mucho tirón y una ausencia absoluta de rivales en el campo constitucionalista. El PSC no se sabía a lo que estaba, el PP iba con el paso cambiado y Vox aún no había irrumpido en la arena electoral catalana con la fuerza que se intuye ahora.
Digan lo que digan las encuestas, no estamos ante ese escenario. No hay nada que nos haga pensar que la tradicional división 50/50 del voto se haya roto en favor del constitucionalismo. La propia Arrimadas declaraba recientemente que el independentismo llegaba al 14-F menos movilizado que nunca, y puede que sea verdad. Lo que está por ver es qué pasa con el constitucionalismo.
En medio de una pandemia, con niveles de fatiga mediática inmensa y el recuerdo demasiado presente de la agotadora doble convocatoria a elecciones generales de 2019, cuesta imaginar a votantes del PSOE, del PP o de Vox ansiosos por salir a las calles y llenar las urnas de votos. Como mucho, se podría pensar que este clima de apatía favorece a Ciudadanos, puesto que de la apatía nació y en la apatía ha sabido siempre manejarse.
El partido de Carrizosa no va a ganar las elecciones, obviamente, pero asumir su derrumbe es asumir mucho
El partido de Carlos Carrizosa no va a ganar las elecciones, obviamente, pero asumir que se va a derrumbar es asumir mucho. Una cosa son las generales y otra son las autonómicas. Y ahí Ciudadanos lleva años y años construyéndose un nicho suficientemente potente como para pensar que no les van a abandonar sin más.
Puede que haya fugas de un sector más duro hacia Vox y puede que las haya hacia el PSC o el PP. Pero desde luego no van a ir todas en una misma dirección y esa dirección no va a ser la de Salvador Illa. Si buena parte del cinturón rojo de Barcelona se convirtió en naranja es porque pedían otra cosa. Y esa “otra cosa” no la van a encontrar en el exministro de Sanidad.
¿De dónde puede rascar Illa entonces? Puede que tenga problemas para mantener el electorado que movilizó Sánchez. Aquellas dobles elecciones generales fueron durísimas, exigieron una intensidad tremenda y es muy complicado mantener esa constancia en unas elecciones en las que intuyes que no tienes mucho que ganar. Incluso en el caso de que el PSC ganara en votos, ¿ganaría en escaños?
Y si ganara en escaños, ¿alguien piensa de verdad que la ERC de Pere Aragonès, Oriol Junqueras y Roger Torrent va a apoyar una investidura de Illa? Es posible sospechar, incluso, que volver a vender la idea de “vamos a apaciguar al independentismo pactando con ellos” puede ser contraproducente.
Algo caerá de Ciudadanos, sí, y quizá de los comunes de Podemos, aunque Izquierda Unida (Iniciativa, más bien) siempre ha sido poderosa en sus estructuras catalanas y ha mantenido una cierta base cuando se derrumbaba en el resto del país.
El crecimiento de ERC ha tenido mucho que ver con el desplome de la antigua Convergencia y con la polarización política
Para llegar a los 30-35 escaños que las encuestas dan al PSC (Inés Arrimadas necesitó 36 para derrotar a Carles Puigdemont) se necesitan muchas casualidades. Y si bien el “buenismo” del pacto puede convencer a algún indeciso, también puede espantar a quien crea que votar al PSC supone apuntalar un gobierno de Pere Aragonès. Para ese viaje no hacen falta alforjas.
La posibilidad de un tripartito a lo 2003 o 2007 se viene repitiendo y casi siempre desde el mismo lado. Es decir, el socialista. No parece que eso vaya a ayudar al PSC ni a ERC, que siempre corre a desmarcarse.
El crecimiento de ERC ha tenido mucho que ver con el desplome de la antigua Convergencia y con la polarización política. No llegas hasta ahí para acabar pactando con un ministro del Estado español. No es lo que espera la mayoría de su electorado que, dentro de una política donde las ideologías importan cada vez menos, puede no tener problema en votar a Laura Borràs si esta les sigue prometiendo el sueño dorado de la independencia.
Lo lógico, a priori, es que, si el constitucionalismo mantiene ese 51-52% de los votos totales (y está por ver, insisto), este se lo repartan entre los cuatro grandes partidos. Cinco si contamos con Podemos. Es posible que la división entre dos opciones del 48% restante (tres, si incluimos a la CUP) penalice al separatismo a la hora de copar el resultado electoral. Pero no es lo mismo dividir entre tres que entre cinco y al menos el independentismo no ha cambiado su relato.
La expectativa razonable del PSC es sacar más votos que los otros partidos constitucionalistas y luchar por el segundo puesto
Son unas elecciones tan especiales que es razonable pensar que van a reservarse para los “convencidos”. Los que siempre votan, los fieles. Eso no suele beneficiar al PSC y no veo cuánto recorrido puede tener el seguir vendiendo que la gestión de Illa contra el coronavirus ha sido magnífica en una comunidad autónoma donde las restricciones son enormes y donde hay que hacer encaje de bolillos en cada ola pandémica, siempre ante el desinterés de las autoridades gubernamentales.
De Illa sabemos que es un tipo tranquilo y educado. No es poco, de acuerdo. Pero en ocasiones su tranquilidad se ha podido confundir con inacción o directamente con un sutil echarse a un lado y que se coma la responsabilidad cualquier otro.
Es cierto que en política esa no es mala estrategia. Pero tampoco puedes esperar luego que la gente se amontone para votarte cuando de alguna manera pueden sentir que les has dejado abandonados. Se ha vendido al exministro como un redentor en demasiados sentidos y si algo ha sobrado en Cataluña en los últimos años es sentimiento religioso.
La expectativa razonable del PSC sería sacar más votos que los demás partidos constitucionalistas y, quizá, competir por el segundo puesto si Borràs no se dispara, que intuyo que sí.
En ese caso, una posible victoria supondría un éxito descomunal por lo que tendría de improbable, como lo fue la de Arrimadas en 2017.
Entrar en campaña directamente hablando de presidencia hace que cualquier cosa por debajo suene a fracaso. Una cosa es el relato y otra, la realidad. Como ministro, Illa debería haberlo aprendido. Como candidato, lo puede descubrir este domingo.
Guillermo Ortiz es periodista.