¿Y si las cosas no fueran como parecen?

Algo cuadra mal en el reality electoral que nos trasladan y repiten a diario. Si legiones de votantes populares aguardan enardecidos la apertura de los colegios el 20-N, resulta bastante extemporánea la desmesurada reacción que ha provocado el comunicado de ETA en el entorno que jalea tan histórica victoria.

Hay demasiada gente más preocupada, incluso enojada, por el hipotético impacto electoral del fin del terrorismo, que aliviada por el adiós a las armas. Ninguna encuesta puede calibrar en serio qué impacto tendrá sobre los electores. Solo el 20-N lo sabe. Pero 17 puntos de ventaja permiten más generosidad y algo menos de testosterona, tanta que hasta las lágrimas de víctimas socialistas dan para hacerse unas risas entre machotes, al viejo estilo.

Mariano Rajoy cree en la certeza de su victoria y en la fiabilidad de su estrategia de ponerse de perfil para no llegar al Gobierno escorado y sin margen de maniobra. Por eso ha manejado el comunicado etarra con inteligencia. Esos que ahora se dicen suyos no confían ni en él, ni en su plan. Si tal apreciación les resulta exagerada, solo tienen que escuchar a Esperanza Aguirre en su minuto de gloria diario en los telediarios. Le adelanta a cada paso que puede para regodeo y alivio de sus huestes. Lo de ETA no ha cambiado nada, profesores e indignados trafican con camisetas verdes y hasta el corredor mediterráneo es una mala noticia. Lo que diga Rajoy y dos huevos duros, es el mensaje. Si él no se atreve, nosotros sí. Rajoy calla y otorga.

La habitual mención a los míticos poderes oscuros de Alfredo Pérez Rubalcaba y la evidente histeria que provocan en amplios sectores de la derecha explican una parte de tanta animadversión, pero no toda. No saben qué va a hacer para revolcar el resultado electoral, ni se les ocurre qué puede hacer, pero se temen que algo inventará y esa espera les está desquiciando. Es cierto. Pero tanto empeño en revivir al zombi etarra, quizá se deba más a la intuición de que aceptar que este sea el final de ETA supone una enmienda a la totalidad del relato que se ha pretendido construir en torno al terrorismo, los socialistas y José Luis Rodríguez Zapatero.

Si todo se había hecho tan mal, si se cedía ante el chantaje de los violentos y se amparaba la vuelta a las instituciones de sus cómplices, ¿cómo hemos llegado hasta semejante final? Si el último capítulo contradice toda la trama anterior, a lo mejor es porque ni Zapatero era tan inútil, ni las cosas se habían hecho tan mal. Por lo tanto, ni puede ser el final, ni algo ha cambiado. Se sigue abdicando ante los asesinos y sus cómplices marcan la agenda. Zapatero no debe redimirse ni siquiera un poco en el último episodio, ni siquiera por casualidad, porque alguien puede pensar que, si en la política antiterrorista las cosas no eran como nos las contaban, a lo mejor en otras políticas tampoco.

Y así, tal vez, las cosas tampoco son como se contaban en economía. El discurso del Partido Popular activa continuamente el recuerdo de su gestión en los años 90. Pero entonces Europa era la solución. Ahora es el problema. Con un gran poder, viene una gran responsabilidad, ya lo advertía el tío de Spiderman.

Con su gran poder autonómico y local, al PP le ha caído encima una gran responsabilidad. Los recortes autonómicos en educación, sanidad o servicios sociales empiezan a constatar algunas evidencias. La primera es que no solo el Gobierno central recorta y cobra impuestos. La segunda es que puede que sea cierto que todos recortan, pero no lo mismo, ni a los mismos. A lo mejor, la música de las políticas suena igual, pero cambian, y mucho, la letra, las prioridades y los efectos.

Todos los estudios de opinión coinciden en algo. La gran mayoría ya es consciente de que esta crisis no será como las demás, va para largo y no se arregla echando a uno para poner a otro. Rubalcaba se agarra a esa percepción y a los indecisos.

Las encuestas nos dicen que tres de cada 10 electores están indecisos. La gran mayoría son exvotantes socialistas. Cada día que pasa, supone un riesgo para Rajoy. Él no puede ganar nada en la campaña. Rubalcaba, sí. Rajoy no tiene indecisos a quien pueda convencer.

Los estrategas socialistas hablan de una leve recuperación entre sus votantes dudosos. De cinco a siete puntos. Puede ser... o no. Quién sabe. Lo cierto es que en esta precampaña no se está hablando de aquellos asuntos más cómodos para quien corre destacado en cabeza. Contrariamente a lo que suele repetirse, las elecciones no las decide el mejor candidato, ni las promesas más espectaculares, ni el márketing más estridente. Las decanta el mejor relato para explicar lo sucedido y cuanto va a suceder. Hasta ahora, el relato más compacto y comprensible lo manejaba el PP. Ahora empieza a tener lagunas. Los socialistas no disponían de nada bueno para contar. Ahora lo tienen.

Por Antón Losada, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela.

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