Pedro J. Ramírez, director de El Mundo (28/08/05)
Segunda exposición razonada a favor de la reapertura de la Comisión del 11-M
Un asiduo comunicante de la sección Cartas al Director que firma como Jordi Berenguer y cuyo ingenio, de ser inglés, le abriría con frecuencia un espacio en la muy disputada página homóloga del Times me remitió el pasado jueves su balance del último episodio de la actualidad: «Bono estuvo más que convincente y supo imponerse con firmeza, mostrándose seguro ante una audiencia que quedó arrebatadamente cautiva de su arrolladora personalidad y de la forma en que supo expresar y transmitir tantísimas emociones ¡Genial Bono! ¡Que vuelva otra vez U2!».
No es la primera vez que alguien bromea con el equívoco de que el ministro de Defensa y el líder del gran grupo musical irlandés se llamen de la misma manera, pero el acierto del juego literario reside esta vez en que sirve para poner de relieve lo mucho que tiene de aparato escénico una comparecencia parlamentaria sobre la que súbitamente se encienden todos los focos de la atención pública.
Es la tercera vez en lo que llevamos de verano que un miembro del Gobierno ha tenido que pasar por ese trance y siempre por motivos luctuosos. Frente a la tasada sobriedad con que tanto Cristina Narbona como José Antonio Alonso explicaron en la medida de sus posibilidades las causas de las muy dispares tragedias de Guadalajara y Roquetas, José Bono proyectó sobre su comparecencia toda la exuberancia de su personalidad y grandes dosis de esa desbordada pasión por la política que le distingue de casi todos sus congéneres. De hecho, siendo la destrucción del helicóptero en Herat con diferencia el más oscuro de los tres episodios, Bono logró transmitir con sus gráficos gigantes, su minuciosidad de Perogrullo y su técnica didáctica de tarima y puntero la sensación de que por parte del Gobierno hay un afán sincero por llegar hasta el final en la investigación transparente de los hechos.
Otra cosa es que perdiera el debate político sobre el sentido de nuestra misión en Afganistán y sus «vasos comunicantes» con Irak que con habilidad y mesura le planteó su a la vez amigo personal e implacable adversario político Eduardo Zaplana. Es obvio que el portavoz del PP ha dejado emplazado al presidente del Gobierno y que, antes o después, Zapatero tendrá que explicar por qué la tan autocelebrada bajamar de nuestra retirada del remoto teatro iraquí ha tenido como secuela esta peligrosa pleamar con un nivel de compromiso y riesgo desproporcionados para nuestro peso internacional en el aún más remoto teatro afgano. Su pirueta canaria de anteanoche se sostiene en lo que pudiera tener de censura a la invasión de Irak, pero no en la justificación de la retirada, con la nueva resolución de la ONU pisándonos los talones, para trasvasar después las tropas a Afganistán. Pero, claro, la realidad demuestra que al terrorismo islamista no sólo se le combate con alianzas de civilizaciones...
En todo caso va a pasar un tiempo hasta que la evidencia de estas contradicciones vaya calando en el gran público -máxime cuando el PP sigue condicionado por su falta de autocrítica sobre el grave error de las Azores- y de momento lo que llega es la imagen de un ministro de Defensa volcado en su tarea, que interrumpe fulminantemente sus vacaciones y tiene tiempo de ir a Afganistán, dirigir personalmente la identificación de los cadáveres a satisfacción de las familias y regresar a España con los féretros casi antes de que el propio jefe del Estado se reintegre al territorio nacional desde el insospechado escenario cinegético en el que le sorprendieron los hechos. En rigor, sobraban el aterrizaje en el Bernabéu y la difusión televisiva de la videoconferencia con el presidente, pero al hombre de la calle le gusta contemplar el espectáculo del aparato del Estado, respondiendo a una situación de crisis como si se tratara de un episodio de la teleserie El ala oeste.
Puesto que, en definitiva, ha vuelto a quedar claro que Bono es el comunicador más eficaz -o quien mejor esconde la verdad, dirán los no pocos que le tienen gato- de que dispone el Ejecutivo, me permito sugerirle a Zapatero que encuentre la forma de convertirle en portavoz gubernamental sobre todo lo relacionado con el 11-M.Puede tratarse de un encargo oficial, basado en que de él depende el Centro Nacional de Inteligencia, o simplemente oficioso de forma que vaya saltando a la palestra cada vez que surjan hechos nuevos que acrecienten las dudas y perplejidades de la opinión pública sobre lo que ocurrió aquel aciago jueves en el que murieron no un atribulado agricultor como en Roquetas, ni 11 abnegados bomberos de ocasión como en Guadalajara, ni 17 heroicos militares españoles como en Herat, sino 191 ciudadanos que no fueron víctimas ni de la cólera sádica de unos agentes que abusaban de sus prerrogativas, ni de la devastadora acción de las furias de la naturaleza, ni de los avatares de una misión profesional de altísimo riesgo, sino de una conspiración terrorista que logró cambiar el rumbo político de España.
El presidente puede seguir autoengañándose con la cantinela de que la siempre volátil opinión pública ya no sigue tantas peripecias contradictoriamente enlazadas, con tantos nombres árabes de por medio. Pero si no es capaz de diseñar algún tipo de cortafuegos convincente, la sombra de la masacre va a seguir apareciéndosele en cada esquina del nuevo curso político que comienza. Y, al margen de que el que avisa no es traidor, no lo digo tanto por el renovado empeño con que tras las vacaciones nuestro periódico va a redoblar sus pesquisas, como por el caudal de motivos que el levantamiento del secreto de sumario sigue proporcionando a la oleada de escepticismo, estupor y sospecha que con una mayor intensidad de lo que yo nunca imaginé está impregnando la base de la sociedad española.
Si otros datos y revelaciones me impulsaron ya hace 15 días a hacer una primera exposición razonada a favor de la reapertura de la Comisión parlamentaria, el conocimiento y divulgación esta semana del texto íntegro del informe remitido al juez sobre el policía Kalaji constituye un auténtico punto de no retorno, equivalente por lo menos al descubrimiento del zulo de los GAL que dio paso a la imputación y condena de Amedo y Domínguez. Al margen del escándalo que supone constatar que el único detonante de esa investigación haya sido la publicación por parte de nuestro subdirector Antonio Rubio de la noticia de que los móviles del 11-M fueron liberados por un agente de la autoridad, las conclusiones a las que llega la Comisaría General de Información producen un inenarrable escalofrío: tuvo que ser ese policía quien «montara las bombas con móviles», por utilizar la expresión que los confidentes asturianos Toro y Trashorras ya manejaban antes incluso de que Al Qaeda atacara las Torres Gemelas. Y no son baladíes las razones que esgrime: Kalaji tenía los conocimientos técnicos y el utillaje especializado y desde que él manipuló los últimos móviles que pasaron por sus manos hasta el momento del atentado transcurrieron menos de 72 horas.
Por si faltara algún indicio, la trascendencia de este planteamiento quedó corroborada al día siguiente de su divulgación en EL MUNDO con la precipitada contraprogramación en el órgano gubernamental de la teoría, patéticamente pueril, de que las bombas las había ensamblado El Chino porque su huella estaba en la carcasa de una de las tarjetas que luego fueron introducidas en los móviles.Puesto que, como subraya el informe sobre Kalaji, a ninguno de los suicidas de Leganés se les encontró el «equipo» necesario para realizar una operación de orfebrería terrorista como el soldado de los cables de los detonadores a los bornes del vibrador de la alarma del teléfono, es de suponer que, según nuestros colegas, Jamal Ahmidan debió hacerlo con la boca.
A juzgar por sus reacciones anteriores, no es difícil imaginar la taquicardia procesal que debió atacar al juez Del Olmo cuando tuvo sobre la mesa ese informe en el que se le sugería que detuviera de inmediato al agente Kalaji para poder investigarle a fondo, sin dejar margen para la destrucción de pruebas o la concertación de testimonios. La misma parálisis con que reaccionó cuando la Guardia Civil, que había descubierto la trama de llamadas entre los asturianos y los islamistas, le pidió que detuviera al inspector jefe Manolón y la misma galbana con que se resistió a encarcelar a Antonio Toro hasta que la cinta de Cancienes -también desvelada por EL MUNDO- se lo hizo inevitable debieron verse activadas y ampliadas por el sucinto examen de la trayectoria profesional del pájaro.
De entrada parece inaudito que el integrante de una organización terrorista como lo era el Frente Democrático para la Liberación de Palestina pueda pasar en pocos años de segundo comandante de una base de misiles en el Líbano a miembro del Cuerpo Nacional de Policía en España. Pero es que luego resulta que sus avatares, descritos por sus propios compañeros, le convierten en hombre de confianza del comisario que realiza las escuchas a su compatriota el macrotraficante Al Kassar, quien a su vez -no se olvide este dato- termina siendo pronto el gran protegido de Rafael Vera.Más tarde quien prohíja a Kalaji es el propio juez Garzón -entonces empeñado en la persecución del mismo Vera- que lo reclama para que se incorpore a su juzgado. Años después la hermana de tan singular policía se convierte en la traductora que va constatando la peligrosidad de los planes de El Tunecino y otros artífices del 11-M señalados por el confidente Cartagena. Por si todas estas circunstancias y el hecho de que su ex mujer formara parte de la unidad alcalaína que descubrió la furgoneta con los versículos del Corán fueran poca cosa, él mismo admite haber sido quien recomendó a uno de sus íntimos amigos los hermanos Almallah -sin ellos «no hubiera sido posible» el 11-M, dice la Policía- que se afiliara al PSOE. ¿Le buscó también algún enchufe para hacerlo?
Todo sugiere que el pánico de Su Señoría a enfrentarse con la alta probabilidad de que el cometido clave para la consumación de los atentados fuera desempeñado por un teórico servidor del orden ha sido estimulado por una Fiscalía cuya visión políticamente correcta de la masacre habría quedado descoyuntada por la detención de Kalaji. Si eso hubiera sucedido, las migas de Pulgarcito podrían haberse trocado súbitamente en piezas de dominó y elementos como la personalidad y conducta del coronel Hernando, la personalidad y conducta del comisario Sánchez Manzano -el que por tres veces parece haber engañado al juez sin que éste pestañee-, la proliferación de confidentes por todos los rincones de la trama y el propio papel del CNI con Huarte y otros agentes merodeando por las inmediaciones habrían empezado a ser vistos de otra manera por la ciudadanía.Y mi diagnóstico de que el 11-M se engendró muy probablemente en el seno -o por lo menos en el regazo- de los aparatos del Estado adquiriría una creciente virtualidad.
El encastillamiento ante esos riesgos sigue siendo, sospechosamente, la orden del día. El Gobierno prefiere hacer como si ni siquiera se enterara de lo que aparece en el sumario. Si hace dos semanas advertíamos a Bono de que en el informe de la Comandancia de Oviedo consta que un subordinado de Hernando con nombre y apellido intentó destruir una prueba clave de que su jefe no decía la verdad sobre el papel de la UCO en la investigación de los explosivos, hoy nos toca subrayar ante Alonso que la propia Comisaría General de Información sugiere que alguno de sus colegas le dio el soplo a Kalaji de que se había descubierto su conexión con los móviles utilizados en el 11-M. Ni el uno ni el otro parecen haber puesto en marcha mecanismo disciplinario alguno para depurar las responsabilidades administrativas a que tales hechos pudieran dar lugar. Tampoco hay miembro alguno de la mayoría parlamentaria que parezca dispuesto a plantear la reapertura de la Comisión de Investigación. Pero la técnica del avestruz es la menos aconsejable ante un proceso de putrefacción como éste, pues sólo sirve para que las barbaridades descubiertas hoy se vean desplazadas del primer plano de la actualidad por las atrocidades que se descubrirán mañana.