¿Y si no fuera un privilegio?

Este de hoy es uno de esos trabajos que producen melancolía, dada su inutilidad. En efecto, el fracaso está garantizado cuando se trata de refutar, o simplemente de matizar, la convicción general de que el Concierto vasco es un privilegio intolerable. Si ha tenido la paciencia de seguir el debate suscitado alrededor del acuerdo entre el Gobierno central y el vasco habrá comprobado la indignación de muchos que han visto en él un abuso de los nacionalistas y una cesión timorata del Gobierno. Voy a separar temas que son diferentes y se han mezclado, embarullándolo todo. Porque una cosa es el sistema del Concierto, otra el cálculo del Cupo y una tercera el acuerdo presupuestario.

Vayamos con el primero. El Concierto se «impuso» a las provincias vascas hace 139 años. ¿Cómo ha podido subsistir, bajo todo tipo de gobiernos y regímenes un privilegio impuesto, curiosamente, por los liberales vencedores a los carlistas perdedores de la guerra? Franco lo retiró, pero solo a Vizcaya y Guipúzcoa y no lo justificó como una lucha contra el privilegio, sino como un castigo por la connivencia, que fue parcial, con la República. Desde entonces, ha recibido más de cuatrocientas sentencias –del Tribunal Superior de la UE hacia abajo–, que lo han respetado. ¿Respetaron un privilegio?

Más críticas. Una, que es un privilegio porque nadie lo tiene. Cierto, algunos no lo quisieron en su día, como los catalanes, y otros nunca lo han querido. ¿De quién es la culpa? Otra, es un privilegio porque no se puede extender a todas las comunidades. Falso. El centro del sistema es que el País Vasco recauda, financia sus competencias y paga al Estado las prestadas por él. Si el pago, el famoso cupo, está bien calculado, no existe ningún privilegio. Y si se le añade el necesario elemento de solidaridad, se puede extrapolar a todas las CC.AA.

Pasemos al Cupo, cuya determinación es un arcano envuelto en un misterio que nadie entiende ni explica. La crítica más eficaz es la sobrefinanciación que surge al comparar el gasto público per cápita en el País Vasco con el resto. Pero aquí se ignoran varias cuestiones. Los vascos disfrutamos de una renta más elevada que la media y padecemos una mayor presión fiscal. El marginal del IRPF en Madrid es del 43,5% y en el País Vasco llega al 65% tras su cruce con el Impuesto de Patrimonio, un «privilegio», éste sí, que los madrileños no disfrutan. Por su parte, el tipo del Impuesto sobre Sociedades es 3 puntos porcentuales superior al común.

Tipos impositivos más elevados, aplicados sobre bases imponibles más altas dan como resultado inexorable unas recaudaciones mayores, en un hábitat con menor peso de la economía sumergida y menos corrupción pública. ¿Es eso un privilegio y si lo es, quién lo ha concedido? Siempre se dice que el País Vasco es un «paraíso fiscal». Sin embargo, ¿cómo es posible que sean muchos los contribuyentes vascos que se trasladan a Madrid, con ETA ya desaparecida? ¿Cuál es la razón que explica el sorprendente hecho de que ninguna de las 2.272 sicav existentes en abril de 2017 tengan su sede social en el País Vasco, que cuenta con una Bolsa en Bilbao desde 1890? ¿Tiene sentido huir del paraíso fiscal vasco para aterrizar en el infierno fiscal madrileño? Solo si los vascos somos bobos. Algo que quizás no habría que descartar, pero que cuesta admitir.

Luego se olvidan algunas «nimiedades» de importancia. Se olvida que el sistema impone una corresponsabilidad fiscal que a nadie más se exige. Si no ingresa, no gasta. Así de simple, así de sencillo. Una circunstancia –esta de gastar cada uno de lo suyo–, que dificulta el despilfarro en el gasto.

Se olvida que los vascos contribuimos al Estado por PIB (el 6,24%) y no por población (somos el 4,66%) lo que implica un elevado nivel de solidaridad. Máxime cuando desde el 2000 hasta la fecha, el INE asegura que tan sólo en 2001 superamos la barrera pactada del 6,24% y en todos los demás ha supuesto un porcentaje menor del conjunto. Y se olvida también que contribuimos con ese 6,24% al Fondo de Compensación Interterritorial que fija el Gobierno central, aprueba el Congreso y nadie discute.

Por último el acuerdo. Solo tres cosas. Una, contrariamente a lo que se dice, aquí no ha habido ningún regalo, sino un arreglo de una antigua discrepancia, dado que las cantidades que supuestamente se deben y se condonan no estaban acordadas entre las partes. Dos, el AVE llegará al País Vasco en 2023. Si eso es un privilegio, ¿qué es el que Sevilla lo tenga desde 1992? Un AVE a Sevilla, por cierto, del que los vascos pagamos nuestro correspondiente 6,24%. Tres, ¿cuánto vale la estabilidad del Gobierno central? ¿Preferiría usted que estuvieran al frente Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Gabriel Rufián? ¿De quién es la culpa de su inestabilidad?

Termino. Seguro que no le he convencido. ¿Le he hecho dudar? Si es así, me conformo.

Ignacio Marco-Gardoqui, economista.

1 comentario


  1. me ha gustado, tiene su buena parte de razón, pero ya ve que los medios lo envenenan todo con su afán de enfrentamiento sensacionalista con el que creen atraer al público y sin embargo no hacen más que perder audiencia. Un punto de vista sensato, discutible, y que compartimos por supuesto muchos en Madrid y en Almería.

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