Y si Trump tuviera razón

Donald Trump es egocéntrico, imprevisible y peligroso. Son hechos incuestionables, pero a veces ocurre que los niños dicen verdades que los adultos evitan. Sobre el «cambio climático», por ejemplo. Sabemos que, durante la reciente cumbre del G-7 en Sicilia, el presidente estadounidense inició una campaña pública contra el que se ha dado en llamar Acuerdo de París, por el cual los estados aceptan limitar las emisiones de gases de efecto invernadero en su territorio.

Y si Trump tuviera razónAl hacerlo, Trump choca de lleno contra una especie de nueva ideología a la que yo llamo «climatismo». El climatismo es una postura que agrupa a todos los que la comparten en el bando de los ángeles contra el Mal, que es el dióxido de carbono que emiten las centrales de carbón y los automóviles. El climatismo es una de las capillas más frecuentadas en el nuevo culto milenarista de la Naturaleza, cuyos sumos sacerdotes se denominan «ecologistas». Esta mística otorga a los que se identifican con ella una nueva autoridad política y moral, y estos, a medida que los Estados demuestran su relativa inutilidad económica, se ven reforzados al afirmar que nos protegen contra el cambio climático. Y eso es absurdo, porque el clima, por definición, es lo que cambia.

Pero, cuidado, no me hagan decir lo que no digo: el climatismo como religión es distinto de la ciencia del clima. Esta ciencia, que es muy reciente, se basa en la observación, en hipótesis prudentes y en modelos teóricos que siempre se pueden revisar a medida que mejoran los conocimientos. De esta ciencia, que no es exacta, sino pragmática, se desprende que el clima tiende a calentarse lentamente, lo que ha sucedido varias veces a lo largo de la larga historia de nuestro planeta; se desprende también que el dióxido de carbono, así como el metano, dos gases relacionados (en parte) con la actividad humana, contribuyen a ese calentamiento. Los esfuerzos para controlar estos gases de efecto invernadero quizás podrían frenar un poco el calentamiento y las perturbaciones derivadas de él. En cualquier caso, no pasaría nada por intentarlo, siempre que no se impidiese el desarrollo económico; ese desarrollo, al dotarnos de futuras técnicas de producción que consumen menos energía, sigue siendo la mejor defensa contra el cambio climático.

Por tanto, en este asunto, a Donald Trump no se le puede reprochar que juegue a ser un elefante en una cacharrería. Su intención es legítima, pero la manera de hacerlo es especialmente torpe. El presidente estadounidense no sabe distinguir básicamente entre lo que, en el climatismo, está relacionado con la ideología y lo que está relacionado con la ciencia. Al mezclar las dos, debilita su propia postura que, en sí, sería perfectamente aceptable. Y debilita aún más su causa cuando justifica su hostilidad hacia el climatismo con la defensa de la industria del carbón, ya que Trump parece entonces el representante de un grupo de presión industrial que ha contribuido a que sea elegido, y no el presidente de EE.UU. Ahora bien, la industria del carbón está en declive en todo el mundo, no a causa de los ecologistas y de los climatistas, sino porque el carbón se ha vuelto menos rentable que otras fuentes de energía. Aun cuando EE.UU. no aplicase el Acuerdo de París, no se crearía ningún nuevo puesto de trabajo en la industria del carbón, porque está obsoleta. En resumidas cuentas, la agitación pueril de Trump, que habría podido contribuir a entender mejor el tema del clima, parece más ideológica aún que la de los climatistas. El presidente estadounidense, por inadvertencia y desconocimiento del tema, les ha hecho un favor a sus adversarios, ya que estos, es decir los dirigentes europeos unidos en contra de Trump, también han sido inteligentes al hablar menos de «calentamiento» que de «cambio» y al presentar el Acuerdo de París como una fuente de progreso técnico y de beneficios económicos en la búsqueda de energías de sustitución. Es ingenioso y no es falso.

Trump pierde todos sus aliados, incluso los más fieles a EE.UU. como Alemania, porque se niega a aceptar claramente el artículo 5 del Tratado de la OTAN que define un ataque contra un miembro de la Alianza como una agresión contra todos sus miembros. Por lo visto, los estadounidenses, que se aprovecharon de este artículo después del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, ya no quieren que se beneficien de él los países de la línea del frente como los países bálticos y Polonia. Los franceses y los alemanes, Macron y Merkel, deducen de ello, con toda la razón, que ya es hora de crear un Ejército europeo independiente de EE.UU. Se recuerda a menudo que la Unión Europea (UE) se construyó contra la URSS; y está a punto de reconstruirse contra los EE.UU. de Trump. Para los partidarios de la UE, Trump se ha convertido de repente en un tonto útil. ¿Habría que agradecérselo?

Guy Sorman

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