Ya es tarde

En los últimos días, a raíz, sobre todo, de la escasa participación en las concentraciones convocadas con motivo de los asesinatos de dos guardias civiles en Francia, han arreciado las voces que claman por la unidad de los partidos en la lucha contra el terrorismo. Muchas de ellas son voces sinceras de quienes piensan que la emoción que provoca el crimen debería ser lo suficientemente fuerte como para resucitar actitudes que llevan cuatro años sepultadas. En otras, por el contrario,, resuenan, con demasiada claridad, tanto el reproche hacia quien se acusa de haber roto la unidad reclamada como la exigencia de arrepentimiento para dar crédito a lo que luego será presentado como una humillante vuelta del descarriado al redil.

Porque, si se analizan los hechos con un mínimo de objetividad, resulta difícil de precisar cuál es la unidad que les queda todavía por alcanzar a los dos grandes partidos del Estado -que es a los que tal unidad se les reclama- más allá de la que ya tienen alcanzada en estos momentos. Parecería, en este sentido, que los que exigen unidad están tratando más de aprovecharse de lo que ha ocurrido en el pasado que de reconocer lo que ocurre en el presente. En efecto, si alguien analiza la política que el Gobierno socialista está siguiendo desde que ETA rompiera formalmente el alto el fuego el pasado 5 de junio, apenas podrá encontrar un solo punto en el que no coincida con la que demanda el Partido Popular. Nadie podrá decir, por ejemplo, que el Gobierno no haya cumplido, desde entonces, su palabra de ser implacable en la persecución de ETA ni que se haya mostrado condescendiente con el entorno radical. Todo lo contrario. A juzgar por las declaraciones que vienen oyéndose de boca de los portavoces gubernamentales, incluso el impulso político que faltaba en orden a la suspensión por la vía penal, o a la ilegalización, de los partidos que podrían ser de alguna manera sospechosos de estar implicados en el entramado terrorista -ANV y EHAK- está al caer. Con ello, el Gobierno habría superado la prueba de fuego que se le exige para hacerse acreedor a la confianza que todavía se le niega.

Pero ni siquiera esto sería suficiente. Siempre quedaría, para reclamar su supresión, la diferencia que aún permanece viva entre quienes se niegan a dar por definitivamente cerrado el horizonte de un eventual «cierre dialogado» del problema del terrorismo y quienes exigen un «nunca jamás» a tal eventualidad. Se exigiría, en este caso, que, para recomponer la unidad, los socialistas se avinieran a anular, de manera expresa, la vigencia de la resolución que el Congreso de los Diputados aprobó el 17 de mayo de 2005 y que dio cobertura al proceso de diálogo que se abrió en marzo del año siguiente. Ahora bien, quienes esto exigen, como cualquiera podrá comprender, no están reclamando unidad, sino arrepentimiento y retractación.

Si se reconoce, pues, que la unidad básica de los dos grandes partidos ha sido ya recuperada gracias a la terquedad de los hechos -la ruptura del alto el fuego por parte de ETA-, no debería resultar en absoluto escandaloso para el ciudadano de buena fe el hecho de que aún persistan entre ellos diferencias que ni minan la eficacia en la lucha contra el terrorismo ni suponen, en muchas ocasiones, nada más que disputas nominalistas sobre hipótesis no realizables en un lapso de tiempo previsible. Lo escandaloso, y lo hipócrita, sería, más bien, lo contrario, a saber, que lo que ha sido el principal punto de fricción entre los dos grandes partidos a lo largo de la legislatura desapareciera del debate por el solo hecho de que hayan llegado las elecciones. En este sentido, nada sería más saludable, desde el punto de vista democrático, que el que los dos grandes partidos dieran cuenta ante el electorado del comportamiento que cada uno de ellos ha mantenido en esta delicada materia de cómo poner fin al terrorismo. El socialista, el de haber intentado, con el aval del Parlamento, un proceso de final dialogado que ha fracasado. Los populares, el de no haberle dado a aquél la más mínima oportunidad de éxito desde el mismo momento en que comenzó. Tal confrontación sería, a estas alturas, más edificante que una unidad tan total como fingida.

Además, y por mucho que los partidos traten de evitarlo, este asunto estará muy presente en la conciencia del electorado. Lo está ya desde ahora. Así, por ejemplo, cuando la gente se abstiene de acudir en masa, como solía hacer en otros tiempos, a las concentraciones que se convocan, no es tanto porque se niegue a reconocer que se ha recuperado un alto grado de unidad cuanto porque continúa muy disgustada por haberla visto rota durante demasiado tiempo. El ciudadano no olvida tan fácilmente el pasado, sobre todo cuando es tan reciente. Así que, en vez de tergiversarlo u ocultarlo, mejor harían los partidos en explicarlo. Cada uno, el suyo.

José Luis Zubizarreta