¿Ya no más destrucción mutua asegurada?

Hace dos años este mismo mes en Praga, el presidente norteamericano, Barack Obama, expresó su idea visionaria del mundo sin armas nucleares. Hace un año, se firmó un nuevo tratado de armas estratégicas entre Rusia y Estados Unidos en la misma ciudad. Ahora la ola mundial de apoyo a una prohibición total de las armas nucleares, o “cero nuclear”, se está transformando en un debate sobre la disuasión nuclear. De hecho, los cuatro estrategas norteamericanos que primero exigieron un “cero nuclear” –Henry Kissinger, George Shultz, William Perry y Sam Nunn- en parte dieron marcha atrás, y hoy reclaman el fin de la doctrina de “destrucción mutua asegurada”.

Desafortunadamente, sus sugerencias para lograrlo no son claras. Su única propuesta concreta son recortes asimétricos de las armas nucleares tácticas por parte de Rusia y Estados Unidos. Pero las armas tácticas no son una amenaza seria para nadie. Es más, Rusia no está interesada en reducir esta parte de su arsenal nuclear de manera significativa. Necesita estas armas para compensar psicológicamente la preponderancia de la OTAN –inversamente a lo que sucedía en la época de la Guerra Fría- en fuerzas convencionales. Más importante aún, Rusia considera que estas armas son un seguro contra la posibilidad de una superioridad convencional china.

Yo dudo firmemente de la necesidad de prescindir de la disuasión. Después de todo, funcionó exitosamente durante décadas: la confrontación geoestratégica, militar e ideológica sin precedentes de la Guerra Fría nunca escaló hasta convertirse en un enfrentamiento bélico abierto, cabeza a cabeza. La existencia de armas nucleares también frenó la carrera en el terreno de las armas convencionales.

La función más importante de las armas nucleares durante la Guerra Fría –de la que poco se habló en aquel entonces- resultó ser la “auto-disuasión”. Por supuesto, cada bando se consideraba pacífico y no admitía que, también, debía ser disuadido. Pero el peligro de que cualquier conflicto pudiera escalar y convertirse en una confrontación nuclear impidió un comportamiento imprudente y peligroso en ambos lados en más de una ocasión.

Con el colapso del comunismo y con Rusia temporalmente minusválida, la auto-disuasión amainó, y Estados Unidos descarriló como la hiperpotencia global. Se comportó de maneras que habrían sido impensables antes –un ejemplo de ello son sus ataques en Yugoslavia, Afganistán e Irak-. Estas dos últimas guerras han sido políticamente contraproducentes para Estados Unidos, además de costarle billones de dólares. Estados Unidos no es menos poderoso militarmente hoy que antes, pero no parece tan fuerte a los ojos del mundo.

La disuasión nuclear y la “destrucción mutua asegurada” estarían pasadas de moda si supusiéramos que nosotros –pueblos, países y la humanidad en general- nos hubiéramos vuelto tan ideales y humanos que ya no necesitamos de la auto-disuasión. Pero, desafortunadamente, no somos así y las armas nucleares jugaron –y siguen jugando- un papel civilizador en las relaciones internacionales: su uso sería tan horrible que adaptamos nuestro comportamiento en consecuencia-. Hoy, por ende, le tenemos poco miedo a una Tercera Guerra Mundial, aunque cambios rápidos como nunca antes en el equilibrio de poder global están creando condiciones clásicas para generarlo.

Después de todo, la pura posesión de armas nucleares no convierte a los países en enemigos, aunque con estas armas se estén apuntando mutuamente. Los estrategas rusos suponen que parte del potencial nuclear de su país puede apuntar hacia China, mientras que los estrategas chinos piensan que el blanco puede ser Rusia. Pero esto no echa a perder sus notables relaciones bilaterales; por el contrario, las mejora. Rusia, con su superioridad nuclear formal, no tiene serios temores respecto del fortalecimiento militar de China.

En este sentido, las armas nucleares facilitan las relaciones internacionales normales, de la misma manera que un buen cerco ayuda a generar buenas relaciones vecinales. Rusia y Estados Unidos deben intentar forjar relaciones como las que hoy existen entre Rusia y China, Rusia y Francia o Estados Unidos, Francia y el Reino Unido.

Las reducciones de armas limitadas podrían ser útiles para mejorar las relaciones. Pero las conversaciones sobre el control de armas se basan en el concepto del equilibrio de fuerzas, lo cual es una receta segura para revivir el pensamiento antagónico y militarista.

Las conversaciones sobre una cooperación de defensa misilística paneuropea podrían resultar convenientes. Si bien la defensa misilística muy probablemente sea innecesaria, dada la ausencia de una amenaza seria, la administración Obama y otros realistas norteamericanos –que son conscientes de la imposibilidad e inutilidad de crear un sistema de misiles antibalísticos (ABM, por su sigla en inglés) multidimensional- necesitan estas conversaciones. Al menos deben pretender que intentan construirlo, para calmar a los poderosos “aislacionistas” nucleares de Estados Unidos, que añoran la era dorada de invulnerabilidad estratégica estadounidense de otrora.

Hablar de crear sistemas ABM regionales y cooperativos podría servir para impedir que los vecinos de Europa desarrollen misiles de largo alcance. También podría ayudar a Rusia y a Estados Unidos a superar su vieja costumbre de verse mutuamente como enemigos.

Pero lo que realmente se necesita es una cooperación efectiva donde más importa: contener la inestabilidad creciente en el Gran Oriente Medio, asegurar que Afganistán no se convierta en otro cáncer regional e impedir una reacción en cadena de proliferación nuclear en la región.

Hasta ahora, sólo Estados Unidos y Rusia -con la ayuda, es de esperar, de China, India y la UE- pueden aspirar a encarar estos problemas de manera más o menos efectiva. Ellos pueden ofrecer garantías de seguridad a los países responsables de la región. Tarde o temprano, habrá que imponer la paz entre israelíes y palestinos, que han demostrado ser incapaces de alcanzar un acuerdo por cuenta propia.

De la misma manera, Rusia y Estados Unidos necesitan cooperación, no rivalidad absurda, para desarrollar nuevas rutas marítimas y posibles depósitos de energía en el Ártico, y para interactuar con China y otros países de Asia Pacífico en el desarrollo conjunto del potencial de recursos del Lejano Oriente de Rusia y Siberia. Rusia no podrá desarrollar la región por sí sola. Y desarrollarla con China solamente podría resultar una estrategia peligrosa.

Pero si los dos países no superan sus malos hábitos arraigados de sospecha mutua, los arsenales nucleares que les quedan –bastante poderosos- seguirán fomentando la disuasión y la auto-disuasión. Mientras no podamos ponernos a reflexionar y a actuar de una manera civilizada, podemos –de hecho, debemos- asegurarnos de no volvernos incivilizados.

Por Sergei Karaganov, decano de la Escuela de Economía Mundial y Asuntos Internacionales, Universidad Nacional de Investigación-Escuela Superior de Economía.

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