Ya tenemos a Bush y McCain contra Obama

La semana pasada, mientras se encontraba en Israel, George W. Bush entró de lleno en la campaña electoral estadounidense de 2008. Al criticar a Barak Obama, presumible candidato demócrata a la presidencia, por su voluntad de ensayar la vía diplomática con Irán si se dan las circunstancias adecuadas, Bush infringió la norma que desde hace 60 años dicta que los titulares de la Casa Blanca no aireen nunca las disputas domésticas sobre política exterior cuando están fuera de Estados Unidos.

Al comparar a Obama con Chamberlain en Múnich, Bush soltó una monumental tontería histórica. Y es imperdonable que, en busca de un tanto político frente a los demócratas, eligiera el 60º aniversario de Israel y la conmemoración del Holocausto para hacerlo. Lo dice una persona como yo que, a pesar de que crecí en Nueva York, pertenezco a esa generación de niños judíos que se formó emocionalmente con el Holocausto.

Bush parece olvidar que su propio Departamento de Estado lleva a cabo discusiones clandestinas con Gobiernos enemigos; que el republicano Nixon abrió la puerta a la China de Mao, y que el demócrata Kennedy habló con la Unión Soviética en pleno apogeo de la guerra fría.

Pero hubo más. McCain, sin acordarse de que hace unos años sugirió que se emprendieran conversaciones con Hamás, intervino a continuación para acusar a Obama de querer negociar con ese movimiento palestino, pese a que Obama ha dicho que no lo va a hacer. Los demócratas, incluida Hillary Clinton, se apresuraron a apoyar a Obama.

A pesar de la gran victoria de Hillary en Virginia Occidental, da la impresión de que su candidatura ya no cuenta. De hecho, NARAL, el influyente movimiento feminista defensor del derecho de las mujeres a decidir, ha anunciado, al denunciar la posición antiabortista de McCain, que respalda a Obama. ¿Cómo es posible que Hillary, que en otoño parecía tener garantizada la nominación demócrata, haya terminado perdiendo?

Si Obama gana en noviembre, estas elecciones estadounidenses de 2008 serán verdaderamente históricas. Y no sólo porque será la primera vez que el país tenga un presidente negro, sino porque será la primera victoria lograda gracias al uso inteligente de Internet. Es verdad que el ex gobernador de Vermont, Howard Dean (que procede de una familia de banqueros), fue el primer aspirante que recaudó grandes sumas de dinero a través de la Red, pero Obama ha perfeccionado el uso de este espacio tecnológico. Ahora la campaña de Hillary Clinton tiene 20 millones de dólares de deuda, los republicanos andan mal de dinero y Obama, surgido de la nada, tiene una provisión de fondos considerable.

Los Clinton contrataron a Mark Penn, un cotizado especialista en sondeos de Washington, para dirigir la campaña de Hillary. Sin embargo, los encuestadores sólo pueden verificar el pasa-do conocido, no pueden predecir el futuro. Las encuestas no podrían haber previsto los événements de 1968 ni la evolución de España después de Franco. Ni, ya que estamos, el 11-S.

No soy profeta, pero, cuando Obama fue elegido para el Senado de Estados Unidos, me puse en contacto con sus oficinas de Chicago porque mi revista, The Reading Room, iba a publicar un número especial sobre Kenia. Su responsable de prensa me envió un ejemplar del libro de memorias de Obama Dreams from my father, y también sugirió que mi nieto Daniel, por aquel entonces estudiante en Northwestern University, entrevistara a Obama para el periódico de la universidad. Me quedé asombrada. Nunca me había encontrado con una oficina de prensa tan dispuesta a complacer a un estudiante. Pero Daniel estaba a punto de irse durante un año a Praga, así que la entrevista no se materializó.

Eso fue hace cuatro años. Hoy me doy cuenta de que ya estaba en marcha la campaña de Obama para atraer hacia los demócratas el voto de los jóvenes contrarios a la guerra de Irak. Los periodistas que han visitado su cuartel general en Chicago se maravillan ante su utilización de las tecnologías más avanzadas, y los republicanos han empezado a estudiar su brillante estrategia política.

Obama es, además, uno de los oradores políticos con más magnetismo que yo recuerdo haber visto en mi vida. Y eso es mucho decir. También ha organizado una infraestructura en cada estado que los demócratas llevaban tiempo ignorando, y ha captado así a gran número de nuevos votantes. En los gloriosos años noventa, Bill y Hillary sabían pedir dinero a lo grande, era lo que iba con su estilo de vida; las pequeñas contribuciones por Internet no les interesaban. A ellos les gustaba codearse con las grandes fortunas de las costas Este y Oeste bajo la enseña de un progresismo moderado, y se olvidaron de que existen serios límites legales a las aportaciones de los grandes donantes.

Con todo, el principal problema que tienen siempre en unas elecciones generales los candidatos de las ciudades estadounidenses del norte, sean blancos o negros, es el sur. Cuando Roosevelt ganó la presidencia durante la Gran Depresión de la década de los treinta, el país estaba desesperado. Roosevelt pudo permitirse ser un personaje aristocrático, casi divino, y ganar el voto de los pobres por su visión social progresista. Cuando John F. Kennedy necesitaba ganar en la rural Virginia Occidental, su padre, según dicen, se limitó a comprar las elecciones con ayuda de la Mafia (Frank Sinatra fue reclutado para que se encargara de los contactos).

Aunque ya han quedado atrás los días en los que un político podía comprar una elección en una apartada zona rural, los Montes Apalaches de Virginia Occidental siguen siendo nuestra área más pobre. Conozco un poco la región: de niña pasé varios veranos en campamentos en los Apalaches y pude ver a chicas de 12 años que ya eran madres y a las que les faltaban algunos dientes.

Pero nuestros periodistas y expertos se resisten a decir que la verdadera razón por la que una victoria como la que obtuvo Hillary en Virginia Occidental no cuenta mucho, es que ésa es la zona más atrasada del país. Empleamos eufemismos: nos quejamos de que los candidatos -sean Obama, Kerry o Gore- son "demasiado elitistas". Sin embargo, nos resulta incómodo reconocer que el verdadero problema que tienen esos candidatos con determinadas bolsas de votantes norteamericanos es que son cultos. Sus propuestas pueden ayudar a la gente normal, ellos mismos pueden ser hijos de pobres inmigrantes, pero son hombres y mujeres poco corrientes.

Sería, pues, mejor que nuestros expertos televisivos prestasen más atención a los temas de campaña y a las propuestas políticas de los candidatos, que dejaran de utilizar la palabra "élite" como si fuera una enfermedad de peleles, y que volvieran a introducir en nuestro vocabulario, como adjetivos positivos, las palabras inteligente y culto.

Barbara Probst Solomon, periodista y escritora estadounidense. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.